En el sur de Asia, al sudeste de India, está Sri Lanka, un país insular llamado Ceilán durante el dominio de Gran Bretaña entre 1815 y 1948, cuando logró su independencia; 24 años más duró esa denominación hasta convertirse oficialmente en la República Democrática Socialista de Sri Lanka.
Si hay algo que el mundo puede asociar a este país es el famoso té negro de Ceilán. La tradición de tomarlo por la tarde es una especie de impronta en la genética británica. Kandy es una ciudad pequeña con poco más de 120 mil habitantes ubicada en el centro del país. En la antigüedad era un reino de gran extensión.
Rodeada de montañas, la constituyen extensos sembradíos de té. La industrialización de esta bebida dio origen a varias fábricas en la región que exportan las hojas de la planta a todo el mundo. Ir a una de las legendarias manufactureras es visita obligada en Kandy. El momento cumbre es cuando se degusta una taza de té con galletitas, muy al estilo inglés. Sri Lanka es uno de los países líderes en la producción de té, junto a China e India.
En 1988 Kandy fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad y es considerada centro del budismo en el país. Aquí se encuentra una reliquia de valor inconmensurable para los budistas y para lo cual se ha erigido el Templo del Diente de Buda.
Buda es una palabra que proviene del sánscrito cuyo significado se ha traducido como El Iluminado o despierto. Al profeta Siddharta Gautama se le considera el Buda más importante (aunque no el único).
Vivió en India cinco siglos antes de Cristo. Sobre sus enseñanzas se fundó el budismo, la cuarta religión más grande del mundo, aunque no proclama la existencia de un Dios. Su doctrina se centra en una serie de preceptos encaminados a que el ser humano encuentre equilibrio, armonía y paz en su andar por la vida.
Se dice que el Buda Siddharta Gautama murió cuando contaba con casi 80 años. Tras ser incinerado, sus cenizas fueron repartidas en diferentes lugares de Asia y la parte que llegó a Sri Lanka contenía un diente.
Este hallazgo motivó la construcción de un templo que se ha convertido en lugar de peregrinaje al que llegan millones de personas para rendir culto a esta reliquia. La cantidad de budistas y curiosos turistas apostados con sus cámaras con largos objetivos conforman largas filas para acercarse a ver el Diente de Buda.
Personal a cargo del templo, así como algunos monjes budistas con la cabeza afeitada y ataviados con el inconfundible manto color azafrán, se afanan en hacer que el flujo de visitantes sea lo más ordenado posible. Una mesa provista de flores de loto frescas se dispone a servir como improvisada ofrenda.
La larga espera tiene su momento de mayor intensidad al posarse frente al espacio destinado a guardar la reliquia, a cinco metros de distancia; se vislumbra un cofre de un metro de alto y que refleja deslumbrantes destellos en color oro; si acaso son 15 segundos los permitidos frente al Diente de Buda.
Alia Lira Hartmann, corresponsal