Hay música que brinda paz, tranquilidad de espíritu, armonía. Bienestar. Es de lo que más está necesitado el mundo.
Al escuchar From Afar, el nuevo disco del pianista islandés Víkingur Ólafsson, obtenemos esos bienes.
Desde el título, este álbum está preñado de poesía. From afar es un término elegante, antiguo. Significa: desde muy lejos, y esa sensación es una entre las muchas que nos brinda el disco.
Si detenemos un instante el frenesí de la vida de preocupaciones, deberes y haberes, de inmediato escucharemos sonidos que vienen de muy lejos.
Como colocarse un caracol en el oído y escuchar el mar.
Así el disco que hoy nos ocupa.
Una sensación de flotar, de estar aquí y en otro lado al mismo tiempo. Aquí y muy lejos.
Porque de muy lejos vienen los sueños, los anhelos.
El disco From Afar es como una noche nuestra: soñamos muchos sueños, que se hilvanan como tela de araña, como agua derramada en una pendiente de rocas suaves. Muchos sueños. Al despertar, recordamos todos esos nuestros sueños y tenemos la sensación de que cada uno duró eternidades, cuando en realidad duraron apenas dos, máximo tres minutos.
Hagamos el siguiente experimento: lea las siguientes indicaciones y ejecútelas después: cierre usted los ojos, hermosa lectora, amable lector. Imagine que está usted en el comedor donde pasó su infancia. Su familia se disfrazó de distintos personajes, disfrute uno a uno los disfraces de cada uno. Juegue con ellos, alterne los personajes y usted mismo elija un disfraz.
Una vez que haya realizado el ejercicio, abra los ojos. Lo que usted acaba de hacer es, precisamente, crear un sueño. Le pregunto: ¿cuánto tiempo ocupó usted en hacer este ejercicio? Creo adivinar que dos, máximo tres minutos.
Eso es lo que duran cada una de las 22 piezas que conforman el disco From Afar. Son partituras que eligió Víkingur Ólafsson porque le remiten a su infancia: Bach, Mozart, Brahms, Schumann, Bartok, Birgisson, Kaldalóns, Ades.
Porque recordar nuestra infancia es equivalente a soñar. Y cada una de estas piezas es como un suspiro.
¿Cuánto dura un suspiro? Eternidades, sobre todo si es uno de esos suspiros como de a saltitos, en que parece que uno no va a terminar nunca de suspirar. Pero en realidad un suspiro dura muy poquito. Como los sueños. Como la vida.
Y de eso está lleno el disco From Afar: de sueños, de suspiros. De vida.
Comienza con Das Orgelbüchlein, obra enternecedora desde su título en diminutivo: El pequeño libro para órgano, titulado así por Johann Sebastian Bach para dar unidad al conjunto de 45 corales, uno de ellos repetido dos veces.
Pequeño gran detalle: este disco tan hermoso, From Afar, repite dos veces; es decir, hace sonar en dos ocasiones las mismas obras, la primera vez en un gran piano de concierto, o piano de cola que le llaman, y la segunda en un piano vertical, de esos chiquitos que caben en una recámara.
Cuenta el joven Víkingur Ólafsson que cuando era muy niño solía escuchar desde su recámara el piano de concierto que ocupaba en la sala de la casa su madre para impartir clases. Su padre llegaba del trabajo por las tardes y se sentaba al piano a componer música, en ese mismo piano.
Los padres del niño Víkingur sabían que él se asomaba constantemente a verlos tocar el piano y que él pasaba muchas horas escuchando en silencio. Así que cuando el niño cumplió ocho años recibió de regalo un hermoso piano vertical, en su recámara. Y se puso a interpretar las obras que hoy nos regala en su nuevo disco, From Afar.
Se trata de un álbum doble en cuyo primer volumen suenan en un piano de concierto las 22 piezas que eligió Víkingur para luego hacerlas sonar, las mismas, en un piano vertical en el segundo disco.
Mientras más atentos los oídos, mayores sutilezas captarán. El sonido catedralicio del piano de concierto brinda a estas 22 obras esplendor de monumento, mientras en el segundo disco escuchamos muchos sonidos más, como venidos de un sueño, efectos mecánicos asombrosos, por ejemplo, el rechinido de las teclas, como si a cada nota se despegaran lentamente, atadas entre ellas con un líquido viscoso, parecido al que unta los sueños.
Las diferencias pueden ser imperceptibles o monumentales, según la atención que prestemos.
Los grandes críticos de música están muy emocionados con el resultado. Resaltan el privilegio de este joven islandés: nadie, ninguna de las grandes figuras del pianismo mundial, ha logrado esta epopeya: grabar un disco doble con las mismas piezas en cada disco, interpretadas en instrumentos diferentes, ambos pianos, ambos poseídos por espíritus poderosos, diferentes. A la inicial pequeña pieza de Bach, le siguen las Vesperae solennes de confessore y el Laudate Dominum ommes gentes, de Wolfgang Amadeus Mozart. Sublimes.
Lo que sigue es digno de contarse: había una vez un joven pianista islandés que recorría el mundo ofreciendo conciertos y cosechando gloria. Un buen día llegó a Budapest y lo recibió un ujier con un sobre lacrado. Al abrirlo, el joven Víkingur abrió también los ojos como un espejo con dos soles paralelos, su boca escurría babita de la emoción.
De su puño y letra, una de las grandes leyendas vivientes de la música le pedía humildemente la oportunidad de conocerlo. Al enterarse que llegaría a Budapest, decía el anciano maestro, se alegró mucho y se atrevió a enviarle esa tarjeta manuscrita.
Ambos se admiraban mutuamente sin conocerse en persona. El maestro György Kurtág es el maestro de la brevedad y también de, dirían los matemáticos argentinos Les Luthiers, “el largor o longitudinismo”. Por ejemplo, su gloriosa, impresionante Sinfonía Stele, dura una hora y 43 minutos de intensidad abrasadora.
Su obra maestra, al menos la obra de Kurtág que más ama el Disquero, es su colección de obras brevísimas, de dos, tres minutos máximo, recogidas en varios cuadernos con el título general, sencillo y rotundo, de Juegos (Játékok), que son un regalo de la vida. Esas obras breves contienen el universo entero. Son como suspiros y no como sueños: son sueños. Son sonrisas. Son misterio, hondura, elevación. Son místicos y a la vez paganos. Son amenos y exquisitos.
Y, adivinen para qué instrumento y en qué instrumento los compuso. Exacto, en un viejo piano vertical. Pasan a la historia las imágenes de dos grandes maestros sentados muslo a muslo, codo a codo, frente a un piano vertical en su recámara, sonriendo, cerrando los ojos, suspirando, soñando y haciendo sonar sus juegos. Sus Játékok.
El maestro húngaro György Kurtág conoció a su esposa, Márta (1947-2019), en el Conservatorio de Budapest, y su amor dura para siempre, y como las casualidades no existen, el joven islandés Víkingur Ólafsson suele regalarse y regalar a su esposa, Halla Oddny Magnúsdottir, momentos de felicidad: se sientan muslo a muslo, codo a codo, frente al piano vertical que conservan desde niños, para hacer sonar los juegos de niños que compuso György Kurtág con su esposa, Márta Kurtág.
Otra vez las causalidades: este 14 de febrero, Víkingur Ólafsson cumplirá 39 años, mientras su maestro, György Kurtág, cumplirá 96 años el próximo 19 de febrero. Cuando se conocieron, tocaron juntos los Játékok, y lo que originalmente el maestro había pedido le concediera el joven islandés, “solamente 10 minutos de su valioso tiempo”, se convirtió en dos horas. Como los sueños, que nos parece duran eternidades y duran apenas dos, máximo tres minutos.
Los Juegos de los esposos Kurtág y Ólafsson suenan, de eso no tengo la menor duda, monumentales en el pequeño piano vertical de Víkingur mientras en el disco uno, donde interpreta los Játékok en el enorme piano de concierto, suenan, curiosamente, diminutos.
Es como si Lewis Carroll hubiera puesto a Alicia a tocar en El País de las Maravillas, los Játékok de Kurtág sentada muslo a muslo, codo a codo, con El Sombrerero Loco frente a un piano vertical en la oquedad donde ella cayó por accidente al principio del libro y comenzó a soñar.
Existe un video en YouTube donde aparece el joven Víkingur caminando por paisajes que parecen de Marte, o de Venus, pero es Islandia, esa región donde tenemos pendiente y debemos viajar para caminar esos paisajes y disfrutar una aurora boreal.
Ah, el álbum From Afar, de Víkingur Ólafsson, suena a aurora boreal: esa sucesión de colores, formas, siluetas incandescentes que en realidad son tibias cuando tocan nuestra piel, acarician nuestros sueños, nos hacen suspirar.
Seamos suspirantes de la felicidad, anhelemos el estado de alma que conduce a la verdadera felicidad y que consiste en un estado permanente de serenidad.
Ese estado de alma, esa felicidad, nos hace derramar una lágrima tibia, solamente una, nacida del ojo derecho y que al caer sobre el piso de madera semeja el estruendo de un beso.
El beso de un hada.