Mucha tinta habrá de correr para mirar el acto con el que se conmemoró la Constitución Política de México, pero lo obvio no dejó dudas: el sordo pedía diálogo y la soberbia respeto; era como de locos.
De todas formas, en el recinto de Querétaro se dio un evento de libertades que, desde luego, es lo más destacable porque eso no pasaba antes, cuando los poderes foca aplaudían a rabiar al Ejecutivo, aunque no hablara.
Y no, no era respeto, era complicidad esa relación malsana que se estableció entre los poderosos para cometer toda clase de acciones que a ellos les sirviera, aunque la mayoría tuviera que sufrir las consecuencias de sus acuerdos.
La realidad, en boca del Presidente de la República, se sentía como daga a la mitad del pecho. Todo el dinero de Pemex, todo el dinero de los impuestos, todo el dinero de la venta de la riqueza nacional, por hablar de las cuentas grandes, ¿dónde quedaba?
Los salarios no aumentaban, los programas sociales prácticamente no existían, los sistemas de salud en manos de particulares, la educación lacerada entre funcionarios corruptos y sindicatos podridos parecía encaminarse, por ejemplo en la UNAM, a la privatización; la violencia había hecho su nido… y ahora se quejan.
Entre las butacas del vetusto Teatro de la República el cinismo se disfrazaba de protesta y ponía como su representante al panista Santiago Creel, nada mejor para el que preside hoy la Cámara de Diputados que la oportunidad de hacer demagogia con absoluta impunidad.
De todas formas, el grito de Carlos Ortiz Tejeda retumbaba en la memoria de toda la clase política: ‘Si no puede gobernar la Cámara de Diputados, ¿cómo quiere gobernar al país?’, palabras más o menos.
Creel no se repuso y ya en el evento se le notaba herido de muerte política. Sus palabras huecas, sus gestos falsos, su presencia inútil, pero eso sí, bravucón, provocador, divorciado de la realidad.
La soberbia, tal vez porque se sabía derrotada, no podía ponerse de pie. Las consideraciones impuestas por el protocolo del evento fueron violentadas, pero se exigía respeto. Parecía que cuando menos un par de los principales asistentes venían de algún lugar que no era precisamente nuestro país.
Pero hay que insistir: se hizo uso de la libertad hasta la falacia, hasta la majadería. De todas formas más vale eso, la mentira, la majadería, que el silencio o el aplauso adulador, inconsciente, obligado.
La transformación también hizo acto de presencia. No se le reconoció como la impulsora de los cambios, pero sí se sintió que no fue lo mismo de siempre, que la democracia que se vive puede, incluso, invocar, además, a la provocación, sin que nada suceda.
Total, no sabemos si esta vez el acto fue mejor, pero sin duda fue diferente, libre.
De pasadita
Más vale echar un ojo a lo que sucede en la Secretaría de Bienestar porque hay quienes aseguran que se ha creado un inmenso ejército de promotores que nada tienen que ver con las funciones de la dependencia, pero sí con las ambiciones de la funcionaria que la encabeza.
Los esfuerzos de Ariadna Montiel, alumna directa de René Bejarano, por crearse un espacio en la disputa por la candidatura de Morena al Gobierno de la Ciudad de México la han llevado, nos cuentan, a ciertos excesos en el lugar menos adecuado.
Ni ahí ni en otros lugares se entiende que andando la carreta se acomodan las corcholatas, y que no hay necesidad de traicionar principios para figurar.