Pocas veces un escenario institucional ha sido tan política e ideológicamente esclarecedor como el que ayer desplegaron en Querétaro tres representantes de la reacción política: el panista gobernador anfitrión, Mauricio Kuri; el panista presidente de la mesa directiva de San Lázaro, Santiago Creel, y la ministra presidenta de la Corte, la wallacista Norma Piña.
En esencia, los tres oradores plantearon (con diversos matices e intensidad) críticas indirectas o genéricas a las políticas obradoristas, con la exigencia de que haya diálogo y se frenen proyectos supuestamente lesivos a la nación (el plan B electoral como elefante en la sala que en todo caso sería Creel quien más lo enfocaría).
Kuri campechaneó su discurso en el marco de una conmemoración más de la promulgación de nuestra Carga Magna: elogió aspectos de la administración obradorista, pero también advirtió que “los días que vivimos nos urgen a restablecer la convivencia pacífica y respetuosa como método para lograr el consenso”.
La ministra Wallace, perdón, Piña, confirmó que su llegada a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia implica tanto la anulación de cualquier atisbo de crítica a la corrupción histórica del Poder Judicial como el ensalzamiento convenenciero de las presunta virtudes de ese entramado administrador “de justicia”. Sus modos y su retórica buscan agradar a los sectores conservadores que celebran su presunta “independencia” (quedarse sentada, como presunta declaración de principios) porque en el fondo se alienta la posibilidad de golpeteo a un gobierno de tendencia popular (como ha sucedido en otros países latinoamericanos). En una piña anida ya el huevo de la serpiente del proceso de desestabilización conocido como lawfare (guerra jurídica; judicialización de la política).
El golpismo desde la hipocresía también fue esbozado por el panista Creel, quien habló como presidente de la directiva de la Cámara de Diputados, pero lo hizo para defender sus intereses como panista y como precandidato presidencial, llegando al extremo de exhortar a la “rectificación” del plan electoral ¡ya aprobado por los mismos diputados federales a los que representa! En lugar de ser voz de la mayoría de los legisladores, por quienes tuvo oportunidad de hablar ayer en el Teatro de la República, Creel usó la tribuna para desahogar sus puntos de vista personales, que ya fueron derrotados en plenaria de San Lázaro.
Otro aspecto notable fue el desfondado intento de revisionismo histórico que Creel hizo para hilvanar la indemostrable hipótesis de que los cambios políticos y sociales revolucionarios provienen del diálogo y el entendimiento entre todas las partes de un conflicto. En realidad, los que durante décadas acallaron a un segmento importante de la sociedad ahora reclaman con aires intelectuales fallidos el ser tomados en cuenta: lo que las urnas no dieron, que lo aporten los discursos “de unidad”, de “entendimiento”, de luchar “¡Poooor Méxicoooo!”
En esta significativa confrontación de las dos visiones que se encaminan a una cita resolutoria en 2024, el presidente López Obrador respondió con puntualidad: recordó cómo durante décadas los poderes institucionales sirvieron al proyecto de la clase dominante y que así fue como se reformaron leyes y la Constitución para cerrar el paso a las opciones populares: "todo, absolutamente todo, se orientó a favorecer los intereses de una minoría nacional y extranjera”, señaló. Y, “frente a este vergonzoso retroceso”, insistió en “abolir, por la vía legal y democrática”, las reformas contrarias al interés público.
El choque de posiciones ha tenido por primera vez una expresión institucional inequívoca. En Querétaro se ha dado un adelanto, desde poderes ganados por la derecha, y con una respuesta sin concesiones de parte del líder de la izquierda electoral, del debate y el combate ideológico, político y electoral que cada vez son más recrudecidos. ¡Hasta mañana!
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