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2023-02-06 06:00

Grupos criminales convirtieron San Felipe del Ocote en pueblo fantasma

Las calles y casas del pueblo de San Felipe del Ocote, municipio de Apaxtla de Castrejón, Guerrero, están desiertas debido a que sus habitantes se vieron obligados a abandonarlas por el crimen organizado.
Las calles y casas del pueblo de San Felipe del Ocote, municipio de Apaxtla de Castrejón, Guerrero, están desiertas debido a que sus habitantes se vieron obligados a abandonarlas por el crimen organizado. Foto Sergio Ocampo Arista
Periódico La Jornada
lunes 06 de febrero de 2023 , p. 25

Apaxtla De Castrejón, Gro., De los 456 habitantes que tenía el poblado de San Felipe del Ocote, municipio de Apaxtla de Castrejón, enclavado en la Sierra Madre del Sur, en la zona norte de Guerrero, queda uno solo; el resto huyeron por la violencia generada por grupos del crimen organizado.

El poblador que se resiste a dejar su terruño, quien pidió el anonimato, está acompañado de Misael Figueroa Tapia, fundador y coordinador del Movimiento Apaxtlense Adrián Castrejón (MAAC).

En 2013, Figueroa Tapia enfrentó, junto con pobladores de esa localidad, a miembros de la organización criminal La familia michoacana, que secuestró a su familia y a varias más, sembrando miedo en la región.

En noviembre pasado, el profesor tuvo que huir de la cabecera de Apaxtla de Castrejón tras la incursión de contingentes de la Policía Comunitaria de Heliodoro Castillo (PCHC, contraria al MMAC) y buscó refugio en San Felipe del Ocote.

Para llegar a San Felipe del Ocote, convertido en pueblo fantasma, hay que recorrer, desde la cabecera municipal, unos 60 kilómetros de terracería; se pasa por dos comunidades, pertenecientes también a Apaxtla de Castrejón: Liberaltepec, donde la mayoría de sus 194 habitantes huyeron, dejando casas y animales abandonados, y Tlanipatlán de las Limas, que tenía unos 155 pobladores y “tal vez queden unas dos familias”.

En la región hay otros 400 ciudadanos víctimas de desplazamiento forzado de las comunidades de Cuaxilotla, El Mirador, Tlacaquipa, Xochitepec, Oxtotilán, entre otras.

Al llegar a San Felipe del Ocote, su único residente saludó de mano a los reporteros y en tono amable dijo: “Yo no me fui del pueblo porque no tenía a dónde irme. Ahorita viene el profe (Misael Figueroa Tapia) para que platique con ustedes”.

Minutos después, en el patio de una escuela abandonada, junto a la iglesia del pueblo, desolada, dio inicio la charla.

Misael Figueroa mencionó los motivos por los que en noviembre pasado, junto con otras familias, huyó de Apaxtla de Castrejón, luego de la incursión de contingentes de la PCHC.

“Las armas fueron la opción en un tiempo, pero debemos superarlo, porque un pueblo armado nunca va a ser la vía; no podemos permanecer armados todo el tiempo; queremos recuperar la fe y creer en las instituciones (de gobierno), que están obligadas a realizar su trabajo.”

Recordó: “Nosotros tomamos las armas por causas muy diferentes a las de hoy. Nos armamos con un ideal de cambiar las cosas, de sacar a la delincuencia y que las autoridades ayudaran para que nuestros hijos no vivieran lo que vivimos, para que les dieran educación y salud”.

El maestro explicó que huyó “porque mi vida y la de mi familia corrían peligro por las ambiciones de los grupos que pretenden quitar la tranquilidad a la población; yo he sido maestro de primaria por más de 20 años, lo mismo mi esposa, que también tuvo que salir (de Apaxtla).

“Creo que el silencio puede ser hasta un pecado. No podemos heredar a nuestros hijos cosas que no son correctas, que no son justas. Lo único que queremos nosotros es paz y tranquilidad.”

Manifestó que a pesar de haber salido de Apaxtla, no ha dejado de militar en el MAAC, “aunque hoy es muy independiente a los ideales que teníamos. El movimiento es una lucha justa.

“No estamos y ni queremos estar en situaciones ajenas a lo legal. Si se tiene que hacer justicia o si uno debe pagar algo, estamos a disposición de cualquier autoridad. Propongo una reunión. Si tengo algo que pagar, con gusto; si yo a algún comerciante lo estafé o lo extorsioné, estoy dispuesto, si eso es un motivo para que nuestro Apaxtla recupere la tranquilidad”.

Pidió al presidente Andrés Manuel López Obrador cambiar la estrategia de seguridad. “Hoy los que se mueren son los de abajo y los de arriba siguen tomando territorios y creando más riqueza; debemos replantear cómo estamos viviendo. No tenemos la capacidad de ser policías. Las instituciones deben proveer seguridad; no podemos ser juez y parte en el pueblo”.

Demandó que el Ejército y los cuerpos de seguridad mantengan operaciones en la zona “y no permitan que ningún grupo armado haga lo que le dé su voluntad”; que la seguridad sea permanente y pongan atención a los pueblos que por muchos años fueron olvidados por la clase política del país que gobernó México en los últimos 100 años. Hoy tenemos “un buen Presidente de la República”, resaltó.

Misael Figueroa aseveró que en esa región de Guerrero “la lucha es por el poder, por los recursos naturales en un estado pobre pero que a la vez es rico, convulsionado, que por muchos años, con su gente, intenta salir de donde está sumergido: en el olvido. Hay gente que cuando muere ni para la caja tiene”.

En Apaxtla “nunca hemos estado en contra del gobierno; nos gustaría que se sentara una base (de operaciones), ya sea de la Guardia Nacional o de los militares, que sea permanente, y que hagan su trabajo las autoridades; queremos vivir en armonía”.

Consideró que en la entidad “está mal repartida la riqueza, pero hay señores que dirigen el crimen organizado y viven bien, con lujos, comodidades y dinero ilícito. Quien se está confrontando abajo es el pueblo, que pone la sangre y las lágrimas de sus familias. De eso no nos damos cuenta”.

En los municipios de Apaxtla de Castrejón, Teloloapan, y Heliodoro Castillo operan tres grupos criminales que se disputan territorio en el norte de Guerrero: Los Tlacos, La familia michoacana y La bandera, que es una escisión de Guerreros Unidos, este último acusado de participar en la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, en Iguala, en septiembre de 2014.

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