A Luis Ángel Silva Melón (1930-2016) le sobraron “determinación, coraje y ganas de ser”, expresa el investigador musical Dionicio Sánchez Alvarado, con motivo del séptimo aniversario luctuoso –el próximo 7 del mes en curso– del cantante sonero mexicano, quien fue colaborador de La Jornada.
Para Sánchez Alvarado, Melón “salió de esa zona de confort en la que la mayoría de los soneros se mete: ganar lo del sustento diario, repetir lo ya realizado por otros, copiar, calcar las improvisaciones e inspiraciones. Melón reunió todo en una palabra: superación”.
¿Cómo logró esto? “Desde jovencito se relacionó con soneros de calidad, con músicos excelentes. Supo aprender, superarse, pero además, aportaba ideas, por las que muchas veces recibió regaños. Su juventud y su amor apasionado por el son lo hicieron ir más allá”, sostiene.
Influencia de Gene Krupa
A fines de los años 40 del siglo pasado, cuando Melón debutó en la escena musical, existían nuevas tendencias musicales: el bebop era una de ellas. Al escucharlo, ese sonido lo atrajo de inmediato. Asimiló perfectamente todos los puntos finos y reglas del son y, sin romperlas, innovó, afirma el productor y conductor de radio y televisión.
En Nueva York, Mario Bauzá ya había unido al jazz con la música cubana. En México, Lemon Drop, grabado por Gene Krupa, llegó a los oídos del joven Luis Ángel. Fue la gota que derramó el vaso, entonces, su mente comenzó a fraguar un sonido, que inicialmente fue un recurso para “salir del paso”.
Sánchez Alvarado deja en claro que Melón “nunca dijo ser el inventor del estilo luego llamado chuá chuá. Eso fue creación de un colectivo. En México muchos músicos ya lo trabajaban, utilizándolo como un medio. Todo eso que el cantante Francisco Fellove le contó al actor y productor Matt Dillon es una gran mentira. Fellove no inventó el chuá chuá. Ni en Cuba, ni en México fue el primero en utilizar este recurso.
“En Cuba lo habían utilizado Orlando Guerra Cascarita, Benny Moré y Celia Cruz. Aquí, en 1950, Germán Valdés Tin Tan y Enrique Tappan Tabaquito ya habían dejado testimonio de la fusión de bebop con percusiones. En ese mismo año, Dámaso Pérez Prado, Silvestre Méndez y Tabaquito grabaron Mambo bebop. Muchos soneros mexicanos estaban en esa fusión mucho antes de que llegara Fellove. Para su desdicha el chuá chuá logró su punto de máxima calidad con Lobo y Melón. Ningún grupo sonó como ellos. La mayoría se quedó en el intento”.
Posteriormente, Melón llevó a Estados Unidos “esos conocimientos adquiridos, esa voz sonera, tan diferente a todas las demás voces del son en México. Como es de esperarse, causó fuerte impacto entre aquellos músicos y, sobre todo, cantantes que ya se habían alejado de lo que realmente era una buena interpretación sonera.
“Cantantes que no sabían inspirar, ni improvisar. Sólo hay que escuchar Quítate tú pa’ ponerme yo, con Las Estrellas de Fania. El 99 por ciento de los cantantes que ahí participan improvisan pésimamente, no saben hacerlo. Por eso, al llegar Melón, con su buen manejo de la clave y su voz inconfundible, triunfó”, dice contundente Sánchez Alvarado.