¿Cómo es posible que en el lapso de tres años (2019-2022) ocurrieran cambios tan profundos en la sociedad y el gobierno chilenos?
Recapitulemos. La irrupción popular de 2019 fue la mecha que encendió la pradera. La movilización condujo a demandar una nueva constitución para reemplazar a la emanada de la dictadura pinochetista.
El plebiscito del 25 de octubre de 2020 no sólo aprobó la opción por una nueva constitución en una proporción de cuatro quintos: en similar medida ganó la vía de una convención constituyente, con 155 miembros electos por sufragio popular.
En mayo de 2021 se eligieron 155 constituyentes, los resultados conmocionaron a la clase política entera. Del total electo, cerca de 100 no militaban en partido alguno. La derecha política no alcanzó el tercio necesario para ejercer el veto.
Empero, en noviembre de 2021 se realizaron elecciones legislativas, en las cuales la derecha obtuvo mayoría en el Senado y mayor presencia en la Cámara de Diputados. Además, disputa con ventaja en la primera vuelta presidencial, pero en diciembre pierde ante la coalición progresista Apruebo Dignidad, encabezada por Gabriel Boric, con 56 por ciento de los sufragios.
Sin embargo, en septiembre de 2022 el referendo sobre la constitución arrojó resultados sorprendentes. Mientras 78 por ciento habían votado en 2020 por elaborar una nueva constitución, 62 por ciento la rechazó en 2022. Aún más, mientras en 2020 todas menos cinco comunas apoyaron la propuesta, en 2022 sólo ocho comunas apoyaron la nueva constitución. Las dos grandes reservas de votos progresistas, la Región metropolitana de Santiago y la de Valparaíso, rechazaron en 55 por ciento la nueva carta magna.
¿Por qué esos cambios, que en la superficie parecen sísmicos?
Los nuevos votantes. Según los resultados oficiales, proclamados por el Tribunal Calificador de Elecciones (Tricel) el 15 de septiembre, en el plebiscito participaron poco más de 13 millones de personas, convirtiéndose en el hito de ser la elección con la mayor cantidad de votantes en la historia de Chile. Esta cifra superó la de los electores en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020, cuando sufragaron poco más de siete y medio millones de electores. Esta elección, la primera con sufragio obligatorio desde 2012, alcanzó 85.86 por ciento de participación. La entrada de esos nuevos votantes que nunca antes habían sufragado inyectó al proceso electoral de un alto grado de volatilidad.
Las corrientes dentro de la convención constitucional. Como se comentó, casi dos tercios de los constituyentes electos no pertenecían a partido alguno, pero sí se expresaban dos vertientes que amenazaron sistemáticamente con desbarrancar las actividades de la convención: las sustentadas en movilizaciones sociales y en propuestas identitarias, y las fincadas en organizaciones sociales o partidistas con enfásis en derechos de los trabajadores.
La convención y la sociedad. Un columnista del periódico La Tercera resaltó que la convención constitucional no supo relacionarse con el país más allá de las conferencias de prensa. No atendió a lo que estaba ocurriendo afuera y prefirió engolosinarse con el protagonismo que les daba la contingencia. Muchos hechos aparentemente inocuos se volvieron símbolos de cierto rechazo ciudadano: un convencional votando en público desde la ducha, otro denostando la bandera y el himno nacional, otro mintiendo con su enfermedad. El “apruebo” quedó afectado por la soberbia y prepotencia de algunos constituyentes.
La división de las élites. El hecho clave, en mi opinión, fue la división de la izquierda y la estrategia de la derecha para profundizarla. Esta experiencia arroja invaluables experiencias para las izquierdas latinoamericanas. Esta será la materia de la entrega final de esta serie.
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