El enorme interés que despertó mi último artículo sobre el Movimiento Kurdo (https://rb.gy/g70dal) y su posible papel inspirador para los movimientos emancipadores de Mesoamérica, me obligan a dedicar una nueva reflexión sobre el tema. La lectura de varios pensadores de vanguardia nos lleva a aceptar una verdad incómoda: que a lo largo de la historia ninguna revolución ha logrado una verdadera transformación, porque han sido revoluciones políticas no sociales, que han terminado mejorando o embelleciendo el papel del Estado como institución que mantiene la opresión de una minoría sobre el resto, mediante el perfeccionamiento de una estructura vertical, centralizadora y burocrática. Se ha creado una falsa ilusión reproducida, una y otra vez, por quienes han documentado esos eventos desde una perspectiva acomodaticia o complaciente. Los pensadores y teóricos de la emancipación han estado girando durante siglos con la misma idea sin cuestionarla. Lo que viene a comprobar la afirmación anterior, que parece temeraria, es sin duda la situación de crisis que vive hoy la humanidad o la especie humana, al borde de un colapso e incluso de su desaparición de la faz de la Tierra.
Es dentro del contexto de esta idea general, que se vuelve obligado preguntar:
¿Podrían los pueblos de México impulsar una “democracia sin Estado”? ¿No ha llegado ya la hora de multiplicar comunas, cooperativas y asambleas por territorios concretos en organizaciones de escala local, municipal y microrregional que luego se vayan ensamblando en confederaciones? Dicho de otra forma, ¿frente a los “proyectos de muerte” que expanden y multiplican los poderes fácticos (capital y Estado) se pueden implantar y multiplicar “territorios de vida”? La respuesta es afirmativa, y esto surge de la existencia a lo largo y ancho del territorio mexicano de experiencias que pueden operar ya como las semillas de ese proceso, que en el fondo lo que buscan es implantar, ejercer y desarrollar el poder social. Alcanzo a distinguir numerosas regiones donde esto es ya posible.
En Michoacán el movimiento de autogobiernos comunitarios y municipales avanza con rapidez en la región indígena (purépecha) de la meseta y la cuenca del lago de Pátzcuaro inspirados por las experiencias emancipadoras exitosas de Nuevo San Juan y de Cherán. El primer impulso en Chiapas debería surgir de los caracoles zapatistas para crear sinergias con las más de 100 cooperativas cafetaleras y sus organizaciones, con la misión jesuita que trabaja con 500 comunidades y con la Red de Pueblos Zoques (80). En Puebla existen al menos tres instancias generadoras: la Sierra Norte de Puebla, donde más de 250 comunidades de 35 municipios se encuentran en sinergia y han realizado 32 asambleas regionales; la zona de Tehuacán-Cuicatlán, donde el proyecto Agua para Siempre avanza desde hace tres décadas en 66 municipios; y el Parlamento Comunitario de los Derechos de la Naturaleza, que aglutina unos 80 procesos tanto rurales como urbanos, incluyendo una red de 24 radios comunitarias. En Oaxaca existe ya un proceso de varias décadas de defensa y organización comunitaria en la Sierra Norte, además de las largas batallas de resistencia en Los Chimalapas y en la región del istmo. En la península de Yucatán se antoja el ensamble de los ejidos forestales y chicleros de Quintana Roo con los miles de apicultores ya organizados contra la soya transgénica que contamina su miel, y las comunidades conservacionistas y de turismo alternativo cuya máxima expresión es la Reserva Biocultural del Puuc, iniciativa promovida por cinco municipios mayas (Muna, Santa Elena, Oxkutzcab, Ticul y Tekax) que manejan un territorio de 135 mil hectáreas. En Guerrero un proceso de depuración y legitimación de las diversas policías comunitarias representa un potencial emancipador de escalas comunitaria y municipal. La lista sigue: la Red en Defensa del Agua y la Vida de Querétaro, la red de las comunidades afectadas por la contaminación del río Lerma, e incluso el programa Sembrando Vida, que hoy alcanza 450 mil sembradores y sus familias organizados en más de 18 mil cooperativas.
La larga historia de la civilización mesoamericana, con el maíz como símbolo o emblema, más una revolución agraria y un gobierno progresista en la actualidad que abre oportunidades al poder social, hacen del país un escenario adecuado para ensayar una modalidad que se antoja muy esperanzadora. Es el “espíritu de la colmena” heredado no sólo de 300 mil años de evolución humana, sino de las lecciones que nos dejan las múltiples sociedades animales.