Es evidente que se trata de un asunto mediático y mal intencionado para dañar. En la universidad, de donde salió la acusación, se ha dicho poco y las posiciones han sido a veces elusivas y frecuentemente poco claras; por otra parte, las ministras y ministros continúan reuniéndose en pleno o en salas, se ocupan de lo suyo, que es resolver los casos, dictar las sentencias y establecer criterios sobre los conflictos de su competencia y no lo hacen mal.
Ha sido y sigue siendo un asunto mediático, ante la prensa (donde se alega), se ofrecen pruebas y se dictan sentencias. En los periódicos, noticieros, en las redes, el escándalo es revisado, estudiado (es un decir) y resuelto según el criterio de quien habla o de quien escribe. Aparecen frecuentemente encabezados escandalosos, mensajes que van y vienen por las redes sociales, anatemas, descalificaciones, algunas opiniones más reflexivas y una que otra disidente. Se trata, en el fondo, de un escándalo, de una escandalera, abierta a partir de una acusación sorpresiva, inesperada, inopinada, que, de la noche a la mañana, tomó dimensiones nacionales.
Pero en esta materia, es bien sabido, el escándalo de hoy empuja hacia afuera al escándalo de ayer. Un clavo saca otro clavo; el juicio a Genaro García Luna, desde Nueva York, acusado de delitos graves y desde el poder, protección a la delincuencia organizada, está ya desplazando al tema de la tesis “descubierta”, asunto que está poco a poco saliendo del interés general.
Por eso parece que quizás ahora es cuando sea prudente decir algo, plantear dudas, adelantar reflexiones, solicitar explicaciones. Es ahora cuando, a toro pasado o pasando, pero ya de salida, sin que nadie me lo pida, expreso algunas inquietudes e interrogantes que el asunto me provoca y lo hago tan sólo por el gusto de compartir con mis lectores sentimientos e inquietudes que me generó este asunto.
Lo primero que me pareció chocante, algo irracional, es que un investigador de prestigio, un catedrático, con un lugar en el mundo de los académicos, se hubiera sumergido en añejos archivos, estantes o cajas polvosas de las tesis de hace más de 30 años y haya dedicado su tiempo, y quizás el de ayudantes (sólo él lo sabe), a buscar y encontrar dos tesis profesionales muy parecidas, iguales en muchas partes, idénticas en no sé cuántos capítulos o párrafos. ¿Qué le motivó? ¿Quién se lo pidió? ¿Por qué se le ocurrió?
¿Para qué se metió entre los tomos de esos registros? ¿Fue un interés científico lo que lo movió para hurgar en el pasado? ¿Cuál fue su intención? ¿Pasar a la historia de la academia por lo que descubrió? Claro que no, entonces por qué lo hizo. Dejo la pregunta en suspenso y lanzo una hipótesis: fue sólo por querer perjudicar a la autora de una de las dos tesis involucradas. ¿Un doctor curioso o un vengador de errores? Me quedaré con la duda, pero tal parece que lo que hizo fue únicamente por importunar a alguien y ese alguien es una mujer a quien se le vino el mundo encima. ¿Qué ganó? ¿Alguien ganó? ¿De pronto le invadió una curiosidad malsana por encontrar gazapos, errores, culpas olvidadas?
Esa fue mi inquietud desde el principio; un trabajo sin razón aparente, sin otra utilidad que perjudicar a alguien, sin aportar nada, sin reivindicar nada, fue la señal de ataque, pues de ahí en adelante, y ya han pasado más de un par de semanas, vino el linchamiento, hubo insultos, solicitudes de renuncia, señalamientos maliciosos.
Otro dato sobre el que llamo la atención es un incidente parecido, también de un personaje público. Recordé que, a Peña Nieto, también se le señaló, siendo presidente, que en su tesis aparecían largos párrafos copiados de algún autor, sin señalar la procedencia; ciertamente se hicieron algunos comentarios, algunas bromas populares, pero no hubo linchamiento. Los ahora celosos defensores de la pureza de las tesis se quedaron callados y se hicieron disimulados.
Y, lector que soy de periódicos, no resisto hacer otro comentario. Me topé con una nota en La Jornada de hace unos días, ésta no de ocho columnas, sino de dos y perdida entre las páginas del diario. Entre los participantes del linchamiento, me asombró la nota a la que me refiero: se trata de una “Asociación de Abogados Cristianos” que se incorporaron al juicio sumario y se atrevieron a decir que se trata nada menos que de una violación a la Constitución y no, cuando mucho, a alguna norma reglamentaria que nadie se ha preocupado en citar o exhibir, sin duda una regla ética, pero ¿violación a la Constitución? Como que se pasaron, pero, además, si no se portaron como buenos abogados, tampoco lo hicieron como verdaderos cristianos, sin más arrojaron la primera piedra con la que se toparon.
En resumen, pienso que el asunto de la tesis, no aportó nada bueno, evidenció que hay, como se dice por ahí: “Malas prácticas”, y que el rencor y la desesperación política no son buenos consejeros.