En opinión de Fred Block, economista político de la Universidad de California y reconocido estudioso de Karl Polanyi, Keynes visualizaba como deseable para la segunda posguerra un sistema de capitalismos nacionales interconectados, orientados en conseguir al menos un mínimo de seguridad económica. El mundo no se movió en esa dirección, sino de acuerdo con la concepción que Estados Unidos concebía como la mejor ruta para un sistema global que apenas comenzaba a constituirse; se impuso una globalización un tanto pausada que convivía con diversas formas de proteccionismo e intervencionismo estatal.
Prácticamente todas las economías del mundo asumieron las opciones de política que dieron cuerpo a una economía mixta pujante, impulsada por un dinamismo económico sostenido, permitiendo horizontes de mejoramiento y bienestar, desarrollo dirían la Cepal y sus padres fundadores, articulados por cambios congruentes en un sistema internacional diferente al que había colapsado en la primera treintena del siglo XX.
Con la guerra fría las visiones se afianzaron y alinearon, cualquier intento o posibilidad de introducir combinaciones que permitieran hablar de una “tercera vía” fue puesto a un lado; la alternativa planteada entonces entre capitalismo democrático o comunismo soviético devino, tras la severa caída económica en los años 70, en la convocatoria neoliberal que proclamaba un nuevo tránsito mundial hacia el capitalismo, la libertad y la prosperidad, desde aquellas “heladas estepas del Este”, a decir del poeta Paz.
Capitalismo ha habido, pero la democracia y la refundación de aquellos Estados del socialismo realmente existente quedaron en retiro, tanto en las agendas políticas y de gobierno como en la del propio “hegemon”, abrumado por sus disonancias domésticas.
Ahora, con la decisión de Alemania y Estados Unidos de enviar tanques a Ucrania, dicen muchos observadores, tenemos que asumir que en Europa hay una guerra en curso, cuyos efectos agravarán el abasto energético y de granos para el continente. No fueron escuchadas las advertencias de Kissinger, de no incluir a Ucrania en la OTAN, ni de Gorbachov, más claro y severo: Occidente no cumplió con lo acordado en las negociaciones de la posguerra fría y la transición al capitalismo y la democracia liberal se extravió.
Pensar en clave de posguerra es, debe serlo, prioritario para los Estados y desde luego para las iniciativas políticas que pugnan por volverse fuerza gobernante. Entre nosotros no parece ser el caso; no es posible decir que las segregadas intervenciones del Presidente en política exterior están en sintonía con el mundo caótico del presente.
No se tomó nota del mensaje de Estados Unidos y Canadá, en particular en el tema energético, ni parece tener algún eco su iniciativa “desde lejos” para la que la Celag condene la represión en Perú y reclame la liberación del ex presidente Castillo, o sus mensajes de fe integracionista latinoamericana. Tampoco se ha tomado en serio y a fondo, por más que se diga, la lucha contra la desigualdad y la pobreza, a pesar de la insistencia que se hace, desde diversos miradores internos y externos, de sus impactos corrosivos sobre el orden político y la cohesión social.
La persistente y obsesiva embestida presidencial contra las instituciones, y de nuevo contra la Universidad Nacional Autónoma de México y su rector, revelan una negación del pensamiento racional a la que se suma la reciente declaración del diputado Mier contra las tesis de licenciatura “por ser una simulación”. Estamos ante desplantes que indican una mistificación corrosiva y peligrosa, un “talibanismo” rampante; malos augurios que presagian una batalla descarnada e irreflexiva.
Hacer valer la regla democrática y el respeto a los demás es lo que nos queda. Hablar claro y sin subterfugios, haciendo a un lado el “modo sucesión”, podría ser el mejor camino para salir de nuestro laberinto.