La cultura es el conjunto de respuestas materiales e inmateriales que los seres humanos dan a los retos de la naturaleza que los incluye; en este sentido, comprende todo producto humano realizado para su propia supervivencia y reproducción y, por lo mismo, es lo que diferencia lo humano del resto del reino animal. Sólo los humanos en sociedad (no los hay fuera de una sociedad) producen cultura. Sin embargo, por alguna razón que no vamos a analizar ahora, la palabra “cultura” se ha ido acotando entre muros discriminatorios, paralelos a otras discriminaciones como el origen geográfico, color de piel, lengua, tipo de habilidades y de conocimientos, etcétera.
Pero, en lo que toca a nuestro tema recurrente, ¿quién dijo que un pueblo admirable por su cultura, donde se incluye desde el concepto y papel de la familia hasta las delicias de sus cocinas, puede y hasta debe ser discriminado en y por sus formas de concebir y ejecutar el proceso productivo de los alimentos que lo hicieron posible? Y, en este sentido, ¿qué quieren decir los expertos cuando elogian su cultura y a la vez les cambian los modos de producir y consumir sus alimentos y remedios?
Esta aberración en la forma de tratar al conjunto del pueblo mexicano, por una parte admirable y único culturalmente –en palabras del señor Presidente–, resulta al mismo tiempo incapaz de saber cómo producir sus propios alimentos y mediante éstos mantener la salud, razón por la cual se considera que necesita ayuda con montañas de fertilizantes químicos gratuitos y una meta de productividad de maíz y hortalizas por hectárea, reforestación con frutales y maderables, etcétera, cuando se les podrían devolver las condiciones mínimas para recuperar su ancestral capacidad de productores de alimentos y remedios, con pleno empleo, sin renunciar a sus formas de organización social y a la vez disfrutando de equidad en el uso de tecnologías como vías de comunicación, vehículos, refrigeración y empaque para abastecer el mercado interno, sin imponer los cómo, sino respetando sus conocimientos y tradiciones milenarias que revelaron su viabilidad en distintos tipos de suelos y su eficacia para alimentar a poblaciones crecientes sin causar diabetes mortales ni gordemias degradantes de lo humano (tanto funcional como estéticamente). Porque, ¿qué impide invertir en reciclar el sargazo como fertilizante, recuperando biodiversidad, en vez de gastar el petróleo en urea y nitrogenados?
Cuando se estudia la historia alimenticia de nuestra especie, desde el tránsito del primate a la autoconstrucción de lo humano, y luego la historia de todas sus culturas, partiendo de la base irrenunciable de su alimentación respectiva, según el medio ambiente en que fue construyéndose cada pueblo y cuyo conjunto armó la variedad deslumbrante de las culturas del mundo, nos arrodillamos humildemente ante el prodigio humano de la coherencia para construirse y conservar el entorno del que forma parte; pero sólo para reincorporarnos con rabia ante la incoherencia del recorte cognitivo que separa a la propia naturaleza de la alimentación y a ésta de la creatividad material e inmaterial (¡!).
Porque, cuando se quita al pueblo su base material para reproducirse tal como aprendieron los ancestros y lo fueron enriqueciendo las siguientes generaciones, cuando la soberbia extranjera impone otra forma de producir y consumir, de vivir enfermedades desconocidas y se introyectan valores que son menosprecio de sí mismo, al quedar rotas las referencias milenarias de ética, honor, solidaridad y salud, del respeto por los otros en general y en particular ancianos, mujeres e infantes, sin cuya existencia segura no hay reproducción posible de la sociedad, no hay ni habrá paz social, ni equidad grupal, ni pleno empleo con desarrollo autogenerado y resistente a las pruebas de desintegración social que la modernidad (¡salud, maestro Enrique Dussel!) se ha empeñado en destruir junto con la biodiversidad del planeta, modernidad identificada con una tecnología convertida en un principio no sólo deshumanizado, sino que deshumaniza.
Señor Presidente, con todo el respeto y admiración por sus innumerables logros sociales y morales edificados en varios decenios y apenas cuatro años, le pedimos que vuelva coherente su política económica y social con una política agraria y social específica para el campo mexicano, utilizando nuestras tradiciones en vez de aliviar nuestra densidad demográfica expulsando a nuestra gente, aunque sea alabando su capacidad laboral y agradeciendo sus remesas. Retengámoslos y permitamos que exporten creando nuevos mercados. El mundo y México se lo agradeceremos.