El Comité Italiano para el Unicef invitó a más de 200 periodistas de todo el mundo a la maravillosa ciudad de Cividale del Friuli, provincia de Udine, al noreste de Italia. Fue aquello un esfuerzo de esperanzas en 1987 para promover en el planeta el compromiso de los gobiernos con la Convención Internacional para los Derechos de la Niñez, cuya elaboración tardó más de 10 años. México la firmó en 1990.
Recuerdo con cariño a los periodistas de América Latina, con quienes posteriormente redactamos en Buenos Aires una “Carta Latinoamericana por los derechos de los Niños” que, como la Declaración de los Derechos del Niño de 1959, no llegó muy lejos. Para asistir al Congreso Mundial de Periodistas por la Infancia, fui elegida por el Unicef de México por ser la única periodista que escribía específicamente sobre derechos de la niñez. Mi primer artículo se publicó en el semanario Punto, de don Benjamín Wong, en 1984. Después del asesinato de mi maestro, el periodista Manuel Buendía, y con el apoyo de Miguel Ángel Granados Chapa, llegué a La Jornada. En 1989 fundé el Centro Mexicano para los Derechos de la Infancia, que trabajó seis años con el financiamiento de la agencia sueca Rädda Barnen (de Save the Children).
Excepto los tres años que viví en Chile, nunca he dejado de trabajar por los derechos de la niñez. Desde 2009, gracias al apoyo de nuestra directora, doña Carmen Lira, se creó la columna “Infancia y sociedad”, que se publica aquí catorcenalmente y que intenta compartir y mantener viva la utopía con la que me comprometí en Italia, en 1987.
Pero cuando una se confronta con los datos de Oxfam sobre concentración de la riqueza y desigualdad, en el Foro Económico de Davos 2023, aparece el desánimo. Es difícil entender la falta de visión de los más poderosos que viven fuera de las geografías, que no se reconocen en ninguna nación ni como parte de una especie y un planeta a la deriva. ¿Cómo explicarles que la muerte y el hambre infantiles avanzan hacia la desfiguración de la especie humana como tal? ¿Cómo hacerles comprender que hay millones de hambrientos que no mueren, que sobreviven y se reproducen vulnerados, prefigurando un mundo de horror, mientras los más ricos se pudren en la ceguera que produce el oro y el poder? ¿Cómo…?