Madrid. El 17 de junio de 1920, cuando pintaba su último retrato, el pintor valenciano Joaquín Sorolla se desvaneció en el jardín de su casa a raíz de un “accidente cerebrovascular” que le impidió volver a sostener la paleta o utilizar el pincel. Nunca más volvió a pintar a pesar de que durante sus últimos tres años de vida –murió el 10 de agosto de 1923– intentó en vano recuperarse.
La exposición ¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla!, que se inauguró en el Museo Sorolla de Madrid, recorre precisamente esta etapa de ocaso y muerte del artista de la luz, cuyo centenario luctuoso se conmemora este año.
La exposición fue comisariada por el departamento de documentación del museo y está dividida en cuatro secciones, en las que se profundiza en los tres últimos años de su vida, quizá los más difíciles por la imposibilidad de pintar y de sentirse, como él mismo dijo, “un imbécil más en el mundo”, así como su muerte y la enorme repercusión que tuvo en España.
En las secciones se exhibe una cuidada selección de fondos documentales de muy variado formato: fotografía antigua, correspondencia, o noticias de prensa de la época, entre otros.
Junto a esta selección de documentos se expone el Retrato de Mabel Rick, Señora de Pérez de Ayala, la última obra de Sorolla, misma que dejó inacabada al sufrir, mientras lo pintaba, la hemiplejia que lo apartaría del trabajo. A esta obra se suman dos esculturas, una de ellas inédita: la máscara funeraria que el escultor y amigo Mariano Benlliure realizó en su lecho de muerte y la mano del pintor esculpida por Ricardo Causarás.
Rebelde contra la fatalidad
Entre los textos de carácter histórico que recuperaron para la exposición destaca el que escribió Ramón Pérez de Ayala cuando fue testigo de la hemiplejia del pintor y que significó a su vez el inicio de su ocaso definitivo. Así lo narró: “Una fina y templada mañana madrileña de junio, en su jardín, Sorolla pintaba el retrato de mi mujer, observándole yo, a su lado. Éramos los tres solos, bajo una pérgola enramada. Levantóse una vez y se encaminó hacia su estudio. Subiendo los escalones, cayó. Acudimos mi mujer y yo en su ayuda, juzgando que había tropezado. Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse.
“La mitad izquierda del rostro se le contraía en un gesto inmóvil, un gesto aniñado y compungido, que inspiraba dolor, piedad, ternura... Aún así y todo, rebelde contra la fatalidad que ya le había asido con su inexorable mano de hierro, Sorolla quiso seguir pintando. En vano procuramos disuadirle. Se obstinó con irritación de niño mimado a quien, con pasmo suyo, contrarían.
“La paleta se le caía de la mano izquierda; la diestra, con el pincel mal sujeto, apenas le obedecía. Dio cuatro pinceladas, largas y vacilantes, desesperadas; cuatro alaridos mudos, ya desde los umbrales de otra vida. ¡Inolvidables pinceladas patéticas! ‘No puedo’, murmuró, con lágrimas en los ojos. Quedó recogido en sí, como absorto en los residuos de luz de su inteligencia, casi apagada de pronto, por un soplo absurdo e invisible, y dijo: ‘Que haya un imbécil más, ¿qué importa al mundo?’”
Una de las curadores de la muestra, Blanca de la Valgoma, explicó que ésta recopila las páginas de los periódicos de la época con las fotos del funeral de Sorolla. Entre los personajes ilustres, su mujer, Clotilde, a los pies de su tumba o sus propios hijos. Recordó que el 10 de agosto de 1923, fecha de la muerte del pintor, se habilitó un tren especial entre Madrid y Cercedilla para la gente que quería presentar sus respetos a la figura del artista. También se organizó una comitiva ilustre que acompañó el féretro de Madrid a Valencia, donde se otorgó a Sorolla el tratamiento de capitán general por parte del gobierno, y donde los artistas valencianos querían llevar en hombros su cuerpo a modo de homenaje.
Asimismo, el Instituto de París le dedicó a los tres meses de su muerte un acto homenaje, mientras en Sevilla, al año, los Jardines de las Delicias ya contaban con un monumento del pintor valenciano. También se le hizo un sentido homenaje en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando.
Es la primera vez que el Museo Sorolla muestra al público la enorme repercusión que tuvo su muerte a través del estudio de las fotografías, la prensa de época y la documentación que se conservan en el archivo de la pinacoteca, además de esas tres piezas de enorme valor artístico e histórico: su ultimo retrato, la máscara mortuoria y la réplica de su mano.
La exposición se podrá ver hasta el 25 de junio.