San Cristóbal de Las Casas, Chis. El Taller Leñateros es parte del paisaje cultural de Chiapas desde hace medio siglo, o casi. En su vieja casa, en el centro de la ciudad coleta, uno se encuentra con el momento alquímico donde artesanía y arte diluyen sus fronteras y se funden completamente a mano en incontables piezas que tienen dos características: son hermosas y son de papel. Porque aquí, la primera de todas las creaciones es la del papel.
A la entrada del taller, nacido en 1975 como Escuelas de Tintes, en los albores del despertar indígena que transformaría a los pueblos originarios de Chiapas de manera profunda, uno se topa con montones de papel periódico, revistas viejas, empaques, cajas, desechos de oficina. En otro contexto, esto sería un tiradero, un desaliño. Aquí es “el monumento al árbol muerto”, dice Xavier Silverio Balderas, un veterano leñatero que guía a La Jornada por esta casa.
“Somos una cooperativa con 15 miembros tseltales y tsotsiles”, explica entre húmedas charolas de madera donde escurren en malla de alambre las fibras vegetales y el papel triturado que hará las páginas, rugosas, nunca idénticas, que son el sello de la casa. Su materia prima consiste en flores silvestres y de jardín, fibras de maguey, a veces hongos, hojas de plátano, caña o maíz. Con ellas forman cuadernos “en blanco”, que pueden ser de cualquier color: sangre, naranja, cielo, agua, noche, menta, plata, miel.
Sobre esas hojas imprimen serigrafías para postales, carteles, cuadros enmarcados, separadores ilustrados con bordados tradicionales, transcripciones gráficas de códices mayas, pintura rupestre, guiños a un pop expresionista y rural. En una habitación algo oscura pero bien ventilada, Alicia, cooperativista y artista, imprime serigrafías entre sus herramientas, cajas, frascos, máscaras y papel, siempre papel.
De manera característica, Leñateros ha creado una veintena de libros memorables por su forma y su contenido. Obras de arte en sí mismas, precursoras del actual auge urbano del libro objeto de editores, poetas y artistas gráficos. Conjuros y ebriedades (1997), su clásico, va en su tercera edición. Se trata de un aparatoso manual, o tratado, de magia femenina, en forma de poema gracias a las versiones en castellano de la poeta Ámbar Past, quien durante muchos años fue la columna vertebral, la inspiradora del proyecto.
Un bello prólogo de Juan Bañuelos, cómplice y colaborador de Leñateros, presenta los cantos, las brujerías, los rezongos y las invocaciones de mujeres mayas brotadas literalmente de la tierra: Munda Tostón, Loxa Jiménez Lópes, María Tzu, Petra Ernándes Lópes, , Manwela Kokoroch, Peti Bak Bolom y otras. Sus ilustraciones, piezas fauvistas, rupestres, repentinas, poseen una expresividad estremecedora.
El Diccionario del corazón, con versos y aforismos tsotsiles sobre el corazón, recopilados por el antropólogo Robert M. Laughlin, y grabados de Néstor Ojeda, se volvió un regalo de lujo para enamorados. En tanto, Sueños y conjuros desde el vientre de mi madre es una caja de pequeñas sorpresas de sabiduría indígena femenina. Incluye un disco compacto con las voces de las “conjuradoras”, en su mayoría chamulas.
Otra bella caja de cartón pintado en el amarillo y negro del jaguar resguarda otro libro objeto y otro disco: Bolom Chon, volumen cargado de regalos visuales, incluyendo una cabeza de jaguar saltón con bigotes de zacate. Además, la letra de la célebre canción tradicional del “Tigre que baila en el cielo / Tigre que baila en la tierra”.
La Jícara
En la tienda del Taller Leñateros se pueden adquirir algunos de sus libros. Otros esperan redición o son fetiches para coleccionistas. La crisis económica causada por la pandemia afectó también a los leñateros, que debieron cerrar ocho meses, sobrellevados mediante ventas por Internet, que según Xavier Silverio, no son desdeñables.
Una de las creaciones mayores de leñateros fue la revista La Jícara, que a finales de los años 90 era, sin duda, la revista más bella editada en México. Cada una completamente distinta, eran códices en distintas clases de papel, enriquecidos con facsímiles de prensa antigua (como el histórico El Tiempo, de los Avendaño), fotos, grabados, sobres postales y de telegrama, poemas desplegables, revistas vintage en su interior, por ejemplo una separata de la Revista de Guatemala de 1945 con textos de Luis Cardoza y Aragón y una traducción de Yeats por Juan Ramón Jiménez.
Estas páginas se integraban a un códice mayor de arqueología fantástica donde transcurrían el Popol Vuh, poemas de Sabines, Bañuelos, Asturias, cantos épicos jacaltecos, voces lacandonas, recortes de viejas revistas, junto con grabados y serigrafías originales del taller. Ahora sólo se consigue el último número, por módicos mil pesos.
Xavier Silverio adelanta que pronto publicarán dos nuevos libros: Mamá Luna Nene Sol, de Maruch Méndes, sobre la concepción maya tsotsil de los astros, y La visión de dos mundos, “en torno a las ruinas que ha dejado el capitalismo, en la voz de dos indígenas, uno de Canadá y un lacandón”.
Desde luego que la reciente entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes, en Artes y Tradiciones Populares 2021, hizo resonar a los Leñateros, pero además el monto de la distinción les permite reactivar sus ediciones y otros proyectos, explica el vocero del taller.
A esta hora temprana de la tarde, los leñateros y las leñateras realizan su labor cotidiana entre montones de periódico viejo, pétalos de flores, atados de zacate y bagazo, cáscaras de elote, un gallo suelto y algunos gatos furtivos. Su bodega de papel terminado parece un cofre de texturas y colores. Su cuarto oscuro, no sólo vintage, sino rústico, sigue en uso. Lo digital se queda en la puerta sobre la calle Flavio A. Paniagua.
La vocación absoluta por la poesía de Ámbar Past, una autora relevante por sí misma (véase su compilación Huracana, 2005), quien se retiró hace varios años y actualmente sigue una senda espiritual lejos de aquí, dio el aliento naturalista y horizontal de esta cooperativa que es un poema en sí misma y tiene su símbolo en la flor pensamiento.
“Vienen demasiados visitantes al taller”, celebra y se queja otra de las cooperativistas. El reconocimiento permite esperar que sigan con su labor creativa. Hay Leñateros para rato.