Es sólo un plagio escolar y, sin embargo, está propiciado fuertes tensiones en las alturas del poder en México. Así, reactiva la ya conflictiva relación entre el Ejecutivo y la SEP con la universidad autónoma; tensa especialmente a la UNAM; abre paso a la crítica respecto de la integración de la Suprema Corte; añade un elemento más al adelantado periodo prelectoral, y, menos visible pero de primera importancia, cuestiona la ruta actual de la educación.
El neoliberalismo –que nunca se ha ido de escuelas y universidades– cambió la ruta de la dinámica entre conocimiento y sociedad e introdujo en México la visión más tecnócrata y conservadora, la cultura de la inmediatez del éxito. Y no leer, no cultivarse en colectivos de libros y opiniones, no aprender de la historia y, por tanto, no puede ya leer al país y sus dinámicas más profundas. Deseduca a generaciones. Y todo eso se refleja en indicadores aparentemente sin importancia como la facilidad de leer y escribir bien, porque quien no sabe leer, no sabe escribir y, peor aún, deja de considerarlo importante. Y esto apareció también en las alturas del poder Así, Fox, “presidente de la alternancia”, en los hechos planteaba que lo correcto era escribir “istoria” y que había que “hechar” frases como “la escuela a construido”. Peña Nieto, más radical, llegó a implicar en la FIL de la Universidad de Guadalajara que para ser presidente ni siquiera era necesario leer tres libros (aunque de inmediato aclaró que había leído trozos de la Biblia). Y no fue un traspié momentáneo, pues ya antes había optado por plagiar casi toda su tesis. Con razón había un profesor que insistía a sus estudiantes de nuevo ingreso en la UAM que leyeran y trabajaran duro para que no terminen escribiendo como presidentes (o, si resultara ahora el caso) como ministros.
Ésta es sólo una manifestación de la severidad de la crisis educativa que trajo la reforma neoliberal, incluso en las cúpulas. La “calidad” y la “excelencia” nunca se entendieron como la urgencia por crear más escuelas y universidades, contratar a más maestros permanentes, generar apoyos, bibliotecas, asesorías y abrir espacios de creatividad personalizados y colegiados. Se interpretaron más bien como la necesidad de montar algo más barato y menos complicado: evaluaciones selectivas y excluyentes, exigencias y sanciones para maestros y estudiantes, y con esto, contribuyeron a prácticas cuestionables de copias desde Internet y propiciaron la creación de una industria y mercado escolar y universitario del plagio.
Como hongos, aparecieron sitios en la red donde los presionados estudiantes pueden encontrar reportes de lectura, ensayos, investigaciones, textos hechos a la medida por diligentes emprendedores que hasta conocen qué tipo de escritos demandan los profesores de las principales instituciones. Provenientes de atestados bachilleratos públicos y privados donde muchos de sus maestros y maestras laboran en condiciones sumamente precarias y se encargan de atender a 200 o 300 alumnos divididos en grupos de 30 o 40 y en materias diversas.
Se crea así una “normalidad” escolar donde el o la profesora de asignatura, temporal o interino, sin estabilidad laboral, con muy bajo salario, abrumado de trabajo en la escuela y continuando en casa, apenas tiene tiempo de hacer dignamente su trabajo educativo, y los estudiantes, sin seguridad y con escasos apoyos institucionales y pocos recursos propios, tampoco pueden desarrollarse con un trabajo educativo pleno y digno de ese nombre. Añadir la competencia desaforada y el elitismo a la rigidez y corporativismo de los 70 burocráticos años previos fue un error histórico que no se ha reparado.
Se prometió y esperábamos no una reforma más (y, menos, leyes regresivas como la de Educación Superior o la de Carrera de las Maestras y los Maestros), sino una transformación que estableciera las condiciones legales, financieras y de política educativa que impulsara la liberación de universidades de castas y de poderes encasillados, permitiera a las y los profesores trabajar sin el acoso de evaluaciones inútiles por formalistas y sesgadas, diera acceso a todos los alumnos a instituciones, con niveles que hoy sólo existen para pocos y apoyara las alternativas que con gran esfuerzo están impulsando maestros y comunidades. No avanzar por esta ruta, es una manera de continuar con políticas educativas que tienden a minar poco a poco, pero severamente la masa crítica de conocimiento que requiere un país como México. Sin embargo, y a pesar de lo reducido que ha quedado el espacio en el calendario político, todavía es perfectamente viable implementar en la educación un pequeño, pero estratégico paquete de decisiones que apunten con claridad y vigor a un horizonte distinto al neoliberal. Tal decisión sería fundamental también para la claridad de las opciones en el futuro inmediato.
También en deuda con Miguel Concha, OP
* UAM-Xochimilco