Con el título epónimo La reina del baile, la Universidad Iberoamericana (Uia) publicó hace unos años, en colaboración con la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero, un libro delicioso que recientemente llegó a mis manos. Es una obra fundamentalmente gráfica y visual, cuyo subtítulo es elocuente por sí mismo: Una selección de portadas de partituras ilustradas 1860-1935.
Lo medular de esta atractiva edición está en las 119 portadas publicadas (en muy buena calidad y a gran página entera), a través de cuya revisión cuidadosa, que debe incluir no sólo los fascinantes grabados, sino también los textos que en ellas se incluyen, el lector puede descubrir muchas cosas sobre el ámbito musical mexicano de las décadas cubiertas por el libro.
Pero además de esta sorprendente parte visual, La reina del baile contiene una presentación, una introducción y siete ensayos en los que se explora toda esta materia musical desde diversos puntos de vista: la composición, la ejecución en determinados ámbitos sociales, el coleccionismo, la investigación, la preservación y la interacción de toda esta música con las incipientes tecnologías de grabación de sonido. Los textos están a cargo de Teresa Matabuena Peláez (coordinadora), Julia Emilia Palacios Franco, Marisela Rodríguez Lobato y María Cristina Sánchez de la Vara, y a partir de su lectura es posible reconstruir aspectos sustanciales del quehacer sonoro mexicano en aquellos 75 años, particularmente en eso que solemos llamar música de salón. Un área fundamental de ese ámbito (y de la que estas partituras son prueba fehaciente) es la labor de divulgación que en ese tiempo hicieron las compañías editoras de música, entre las que tienen importancia histórica particular las casas Rivera, Nagel y, muy destacadamente, Wagner y Levien.
Los valses, polkas, marchas, minuetos, mazurkas, himnos, pasodobles y diversas piezas características están complementados con algunas piezas sacras y las glosas operísticas que eran tan usuales en aquella época. Esta selección de portadas permite a quien las mira descubrir a buen número de compositores conocidos y reconocidos, como Rossini, Ponce, Ituarte, Lerdo de Tejada, Elorduy, Villanueva, Castro, Curiel, Rosas, Nunó, Carrasco, Jordá y Lara, junto a una pléyade de nombres que se han perdido en la bruma de la musicología: Ley-bach, Golinelli, Pessard, Canale, Gascón, Lavillette, Pulido, Gilbert, Czibulka, Trujeque, Logheder y tantos otros, sobre los cuales se pueden conocer algunos datos en el apartado biográfico del libro. Una parte esencial del disfrute de este título está en la lectura cuidadosa de las numerosas dedicatorias que llevan estas partituras; la mayoría se refieren a personajes ignotos (maestros, alumnas, mecenas, cónyuges, parientes, novias) de las vidas privadas de los compositores, pero a la vez hay otras dirigidas a los presidentes Lerdo de Tejada, Díaz y Carranza, así como algunas más generales y particularmente interesantes: a la prensa metropolitana, a la Cruz Roja y la Cruz Blanca, a la Mayfield Motor Co, al bello sexo femenino, sin faltar una edición especial del Himno Nacional Mexicano, “obsequio de la Cervecería Moctezuma de Orizaba”. Asimismo, entre muchos títulos convencionales que dan identidad a las partituras, es posible hallar algunos realmente deliciosos: En el baño, Sírvase usted pasar, La ciudad de los camiones, Me han robado, El país de la metralla, El cuarto poder, El veintitrés de infantería, Dicen que no, ¡Ven acá, patita! o Vacilón en Studebaker.
A partir de que hay buen número de estas piezas musicales que aluden en su título a damas diversas (Titina, Elodia, Concha, Sélika, Memé, Lupe, Teresa, Margarita, Isabel, Berta), así como la autoría y el contenido de los ensayos, se puede mencionar que hay en este libro musical un enfoque de género que incluye, entre otros asuntos, una interesante exploración del papel de la imagen de la mujer en un porcentaje sustancial de los grabados que decoran estas portadas. Otro acierto es que el libro viene con un cedé que contiene interpretaciones al piano de 15 piezas de autores diversos. Escuchar la música mientras se mira el libro, recomendación indispensable.
Y, ¿qué es, finalmente, La reina del baile? Es un vals de Carlos Curti, dedicado por el autor (en inglés) a las damas de la colonia americana.