Ciudad de México. Tal vez no sirva de mucho, pero si algo aprendí de mi padre es que es mejor hacer un libro que no hacer nada”, expresó Laureana Toledo en la presentación de La tierra baldía, libro resultado de una investigación artística, en la que aborda las problemáticas a las que se enfrentan los habitantes del Istmo de Tehuantepec. Está dedicado a su progenitor Francisco Toledo (1940-2019).
La video artista y fotógrafa viajó al Istmo hace 10 años para realizar el proyecto Orden y progreso. Pensó que sería cosa de ir, “tomar seis fotos, hacer dos videos, regresar a la Ciudad de México y cobrar mi beca”. En realidad, se topó con “todos estos problemas que, en cuanto uno los ve, no puede dejar de verlos”.
Toledo pudo haberse callado, decisión que juzga “igual de contundente”, sin embargo optó por hablar y aportar algo con la idea de que su trabajo “pueda, de repente, medio revertir el tren bala que viene corriendo y llevándonos a todos a estamparnos contra el futuro”.
La tierra baldía, título que retoma el de la obra cumbre del poeta T.S. Eliot, documenta la resistencia de los pueblos originarios contra la violenta apropiación de bienes naturales comunes por parte de las industrias multinacionales y los proyectos estatales de infraestructura energética. Lo que sucede en el Istmo no es un tema fácil, retoma la artista quien no pretende hablar por nadie. De hecho, “trato de hacerme a un lado porque hay personas más capaces de hablar de los muchos asuntos”.
A diferencia de un catálogo de arte, en el que uno admira las fotos, Toledo decidió invitar a una serie de especialistas para abordar problemáticas del Istmo como desplazamientos humanos, militarizaciones, migraciones forzadas, daños medioambientales y violencia empresarial.
La artista finalizó su intervención con la lectura de un texto escrito expresamente para el libro. Con un nudo en la garganta dijo que su primer vínculo con la región fue gracias a su padre: “Entre mis tres y cinco años vivimos en un balneario abandonado cerca de Ixtepec, en el sur de Oaxaca”. Recordó a “ese gran ejemplo de civismo y generosidad”, que siempre fue don Francisco. Su sentido de humor y su amor por una tierra devastada.
“Murió el padre mío, pero también ese gran defensor de la cultura local, el hombre que apoyó a la justicia y la cultura, que fundó editoriales, bibliotecas y museos; que defendió luchas y acompañó a sus activistas: ese hombre que procuró vínculos en lugares en donde más bien se buscaba dividir y vencer. Murió ese hombre que entendió que sin una cultura viva y activa, no se puede entender un territorio”, dijo Laureana Toledo.
El curador e investigador Cuauhtémoc Medina, quien participa en el libro con el texto Destellos y fragmentos, señaló que el viaje de Laureana al Istmo es muy distinto de las mitologías que crearon José Vasconcelos, Sergei Eisenstein, Miguel Covarrubias o Diego Rivera. Para Medina la artista “nos presenta al Istmo como una de las antesalas del infierno globalizado. Toledo atraviesa el Istmo para mostrarlo como el laboratorio de una sucesión de modernizaciones fallidas: campos ya no construidos en torno a árboles centenarios, sino en medio de la invasión de los generadores eólicos; cielos ya no surcados por garzas y loros, sino por zopilotes”.
La periodista y activista Gloria Muñoz Ramírez, autora de Si se acercan estos fierros, vamos a salir, texto incluido en el libro que recoge las voces de una serie de mujeres entrevistadas que habitan los 260 kilómetros en línea recta –320 con sus curvas- que conforman el Istmo. Se trata de “la región geoestratégica más importante del país, el trayecto que puede hacer posible la salida y entrada de mercancías del océano Pacífico al Atlántico, y de ahí hacia Europa, la costa Este de Estados Unidos y Asia”. Por lo tanto, “ambicionado por mercaderes del pasado y el presente”. Todos ellos, “tan iguales en su idea del progreso y tan verticales en lo que piensan que le conviene al mundo”, puntualizó Muñoz Ramírez.