La ciencia política estudia el poder. Cómo se conquista, dónde se ejerce, para qué se mantiene y por qué se disputa. El arte de la política es uno de los grandes dilemas del PRI en el estado de México, en este nuevo proceso electoral. La tendencia nacional del tricolor es decreciente. Sufrió en la entidad una especie de tsunami morenista en 2018 y, aunque tuvo una ligera recuperación en los comicios intermedios de 2021, es insuficiente para enfrentarse solo ante Morena.
Para analizar la elección de 2023 se debe contextualizar. El PRI desde 2015 viene decayendo a escala nacional de manera estrepitosa. Manlio Fabio Beltrones presentó su renuncia en junio de 2016 como presidente del PRI ante los malos resultados electorales. Perdió seis entidades: Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz. De 2015 a la fecha el tobogán ha sido imparable, el PRI ha pasado de tener el dominio en 19 estados a sólo en tres.
El estado de México es uno de sus últimos bastiones. Perderlo sería apocalíptico para el partido, ya que su existencia queda comprometida, expuesta y vulnerable como cualquier partido pequeño. Por el contrario, ganar la entidad representaría 100 años en el poder, lo que ningún otro partido ni alguna dictadura en el mundo ha logrado. El triunfo para la alianza Va por México significaría un poderoso aliciente político de cara a la disputa por la Presidencia en 2024. El PAN sigue con su clientela urbana en el corredor poniente de la capital. El triunfo para Va por México en el Edomex representaría un aluvión político de cara a la disputa por la Presidencia en 2024. Aunque el PAN a escala federal es el verdadero opositor de Morena.
El PRI tiene una dinámica bifronte. En el ámbito federal, su dirigencia nacional es severamente cuestionada. Alito Moreno es confrontado duramente por corrupción, cinismo, abuso de poder y, sobre todo, exceso de vulgaridad. En el país el PRI está fracturado. Alito resiste rebeliones internas y compra voluntades para mantenerse al frente del tricolor. Sin embargo, a escala mexiquense el PRI en el poder parece ser otro partido. Luce cohesionado, disciplinado y parece fuerte. Junto con sus aliados, PAN y PRD, pudiera cimentar la aspiración de hacer frente a Morena y la 4T.
Sin embargo, ir en alianza con el PAN y con el PRD no es derrotero sencillo. Hasta hace poco eran enemigos irreconciliables. Como todos sabemos, en esta batalla electoral de 2023 el PRI afrontará su sobrevivencia tanto estatal como nacional. La elección mexiquense es un punto de inflexión. Está en juego toda la historia del PRI. El partido tiene el desgaste de más de 93 años en el poder de manera ininterrumpida. A pesar de ser el partido hegemónico en la entidad, sus propuestas están envejecidas. Sus líneas discursivas ya no emocionan ni conmueven a un electorado que le mira con recelo. El PRI acusa falta de resultados, ungido por la corrupción sistémica como forma de gobierno. Hay aumento crónico de la violencia y la impunidad; el estado de México se ha convertido en uno de las entidades más peligrosas para las mujeres, los feminicidios son un sello desde hace lustros. Pobreza e insultante desigualdad, violencia e inseguridad que 29 gobernadores emanados de ese partido no han podido corregir.
¿Cuál va ser el discurso de oferta de un partido que ha tenido nueve décadas sin resolver los grandes problemas de la entidad? ¿Alejandra del Moral se atreverá a proponer un discurso rupturista a la nomenclatura mexiquense?
En cambio, a lo largo de estos años, el partido ha logrado construir un sólido aparato, un armazón de Estado, capaz de convertirse en su momento en una eficaz maquinaria electoral; preparado para resistir amenazas y embates opositores que no han logrado arrebatarle el poder. Dicho gobierno convertido en un poderoso aparato electoral, ha salvado de la ruina electoral a Arturo Montiel (2000), Enrique Peña Nieto (2005) y Alfredo del Mazo Maza (2017).
Ante una evidente pérdida de consenso, el PRI ha venido utilizando estrategias proscritas y ha ejercido acciones que violan las leyes electorales que arropa con peroratas leguleyas y panegíricos de los hombres del poder. En el libro El infierno electoral (Grijalbo, 2017) documentamos el proceso electoral fraudulento de 2017, identificamos al menos ocho comportamientos inducidos a escala institucional y disimulados por el Estado: 1) carretonadas de dinero subterráneo para comprar voluntades; 2) uso clientelar de los programas sociales; 3) conversión del aparato de estado en aparato electoral; 4) cooptación y uso a modo de los órganos electorales y tribunales; 5) debilidad en la fiscalización que facilita el rebase de los topes de campaña; 6) terrorismo electoral o violencia selectiva a la oposición y a los ciudadanos votantes en distritos opositores (recordar las cabezas de cerdo); 7) manipulación de los medios de comunicación, cooptación de periodistas y manejo tendencioso en redes sociales, y 8) Uso de encuestas amañadas.
En pocas palabras, la fuerza del PRI no está en el partido ni en sus gastadas propuestas. La fortaleza del PRI radica en contar con un aparato electoral de Estado que subvierte el orden legal electoral. Me evoca los viejos conceptos de Estado bonapartista o autoritarismo burocrático. También me recuerda la filosofía política de don Federico Reyes Heroles, quien sentenciaba: “En política si se comienza por el autoritarismo, se acaba sin remedio, en el totalitarismo”. Total, 100 años no es nada.