Fernando Camacho Servín
No hay ninguna persona en el mundo, por más graves que hayan sido sus faltas, que no sea “recuperable”, por el simple hecho de ser humano.
Con esta idea como guía, un grupo de voluntarios cristianos desarrolló en Brasil, hace ya medio siglo, un sistema de reinserción social basado en el respeto de la dignidad de las personas privadas de la libertad, el cual podría aplicarse en México en los próximos años, luego de que fuera probado de forma exitosa en un programa piloto en 2022.
La clave de este esquema, afirman quienes lo conocen, es la adecuada combinación de disciplina, trabajo, acercamiento con las personas detenidas –a quienes consideran “educandos”—y la ayuda de la familia de quienes en algún momento recuperarán la libertad.
El objetivo, dicen, es que las cárceles dejen de ser espacios de venganza, donde los presos se exponen aún más al mal y esperan el momento de salir a “lastimar de nuevo a la sociedad”
“La recuperación es un cambio de mentalidad”
Rossana Stanchi, representante en México de la Fundación AVSI –una organización civil sin fines de lucro--, recordó en entrevista con La Jornada que la Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados (APAC) y su método de trabajo surgieron en 1972 en Brasil, con el propósito de recuperar al preso, proteger a la sociedad, socorrer a las víctimas y promover la justicia restaurativa.
El modelo de la APAC para la reinserción social de quienes infringieron la ley está basada en 12 puntos, entre ellos una serie de servicios de asistencia jurídica y sanitaria, además de charlas sobre trabajo, espiritualidad, familia y valorización humana, todo ello con la participación cercana de los seres queridos de los participantes en el programa.
Aunque ya se trata de un sistema de trabajo bien estructurado, “su aplicación mecánica no puede garantizar que tenga éxito. La recuperación apunta a un cambio de mentalidad; esto tiene que ver con la libertad de las personas, y la libertad es lo menos mecánico que existe”, puntualizó Stanchi.
Los centros APAC –cuya versión más “completa” se encuentra únicamente en Brasil, aunque su metodología se aplica ya en 12 países-- son lugares de detención, pero donde no hay policías para custodiar a los presos, no hay armas y el sistema de gobierno del sitio es gestionado por los propios internos.
Entre los requisitos básicos para ingresar a un centro de este tipo está el que sea el interno quien solicite entrar por su propia voluntad; que ya tenga una sentencia definitiva, y que la familia del preso viva en la misma región o localidad, para que pueda acudir a reuniones y pláticas y se involucre en la recuperación de su ser querido.
“Las APAC tienen un número máximo de personas, que no puede pasar de 200, y esto es importante, porque debe haber condiciones higiénicas para hacer este trabajo de rehabilitación con las personas que delinquieron. Estos lugares son cárceles, a todos los efectos, pero las personas no tienen un número, ni uniforme y son llamadas cada una por su nombre. Aquí entra la persona y el delito se queda afuera”, detalló.
Contextos familiares destruidos, origen de la delincuencia
Pese a tener un carácter aparentemente más relajado que las cárceles “regulares”, uno de los pilares de los centros APAC es el trabajo y la existencia de una disciplina muy estricta. “Desde las 6 AM y hasta la 10 de la noche hay actividades y los ‘recuperandos’ no se quedan sin hacer nada, y eso es algo que me ha impactado”, admitió Stanchi.
Todo el sitio es dirigido por un “Consejo de Sinceridad y Solidaridad, que preside uno de los internos, y hay bibliotecas y evaluaciones mensuales con un sistema de méritos. Además, tienen un representante de cada celda, en donde pueden estar cinco o seis personas, y él es el responsable de garantizar la limpieza, el orden y la disciplina dentro, además de verificar que no haya ningún tipo de abuso”.
Entrar a un centro de este tipo “es impresionante, porque uno ve una estructura en orden, limpia, bella, digna y con un horario muy rígido, además de una disciplina muy clara, todo pensado para el bien de las personas en recuperación”.
Los creadores del sistema, recuerda la activista, han enfatizado que más del 95 por ciento de las personas que delinquen provienen de contextos familiares destruidos y con alto grado de marginación y pobreza, y es justo por ello que el principal mensaje que se les da es “tú tienes un valor y por eso vale la pena recuperarte”, sin importar la gravedad de la falta que hayan cometido.
“No creo que las personas sean buenas por naturaleza, sino que son libres por naturaleza, y que cada persona tiene una sed que necesita ser saciada. Si una persona no encuentra respuestas, gritará esa sed toda la vida, y ese grito muchas veces son sus delitos”, definió.
La prueba de que el sistema funciona, dijo, es que quienes salen de él tienen una tasa de reincidencia de apenas 15 por ciento. Además de lo anterior, en Brasil la manutención de los “recuperandos” cuesta unos 600 reales al día (unos 2 mil 200 pesos mexicanos), mientras que en una cárcel normal, esa cifra se eleva hasta los 3 mil reales (casi 11 mil pesos).
Un plan viable en México
Por su parte, Valdeci Antônio Ferreira, director del Centro Internacional de Estudio de la Metodología APAC, destacó que tras la aplicación de un plan piloto que duró todo el año pasado, en un centro de internamiento del estado de México, se confirmó que esta metodología de reinserción social también podría aplicarse en el país.
Como se publicó en este diario hace unas semanas (26 de noviembre de 2022), el teólogo y abogado brasileño lamentó que las personas privadas de la libertad sigan siendo estigmatizadas socialmente, pues ello genera las condiciones para que reincidan en actividades delictivas.
Al destacar los resultados de la participación voluntaria de unos 200 jóvenes en conflicto con la ley --quienes estuvieron internados en la Quinta del Bosque, ubicada en Zinacantepec, estado de México--, Ferreira aseguró que “es posible aplicar la metodología APAC en la realidad juvenil de México, y no tenemos ninguna duda de que también es posible aplicarla en otras cárceles del país para mujeres y hombres adultos”.
En ese sentido, lamentó que en todo el mundo siga existiendo la idea de que “los prisioneros deben sufrir y morir, y que el bandido bueno es el bandido muerto. Esto es un error, porque se olvida que cuando termina la sentencia, la persona que ha sido abandonada detrás de las rejas, va a salir mucho peor, más revuelta, y de nuevo irá a herir a la sociedad”.
En plano siglo XXI, recalcó en entrevista con La Jornada, “la sociedad ya no puede seguir viendo a las cárceles como espacios de venganza, y no como espacios de recuperación. Este es un problema cultural que tarda siglos en cambiar, pero APAC puede ayudar a cambiarlo, porque cada preso recuperado, es un bandido menos en la calle”.
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