En Coahuila, la llamada Cuarta Transformación se encamina hacia las urnas con sus expresiones partidistas divididas. Ello, obviamente, favorece al hasta ahora inamovible Partido Revolucionario Institucional y, en específico, a la corriente caciquil encabezada por el diputado federal Rubén Moreira y al gobernador saliente, Miguel Ángel Riquelme, cuyo candidato a la sucesión, Manolo Jiménez, fue postulado sin discordias a la vista y cuenta desde ahora con un abierto apoyo de cúpulas empresariales y mediáticas.
Sendos candidatos han sido postulados por los partidos que hasta ahora habían negociado posturas unitarias en los casos más relevantes del obradorismo: Morena, el principal, con un tempranamente desgastado Armando Guadiana Tijerina; el Del Trabajo, que suele allanarse a decisiones morenistas que le dejen ganancias alternas, con el principal impugnador de Guadiana, el ex subsecretario federal Ricardo Mejía Berdeja; y el siempre mercantil Verde Ecologista de México con Evaristo Lenin Pérez Rivera, dirigente de la Unidad Democrática de Coahuila, tres veces presidente de Ciudad Acuña y ex diputado federal.
Sea por errores operativos adjudicables a Mario Delgado o por una jugada maquiavélica centralista que buscaría consolidar a Morena en el estado de México aunque no ganara Coahuila, lo que está sucediendo en esta entidad norteña significa una temprana advertencia para los estrategas guinda de los riesgos a los que puede llevarles un proceso interno de selección de candidatura presidencial que llegara a causar inconformidad entre quienes resultaran derrotados y una eventual dispersión de candidaturas en otros nichos partidistas.
Las primeras lecturas de Coahuila resultan pertinentes en el cuadro nacional morenista a la luz no sólo del creciente activismo de los cuatro aspirantes explícitos de ese partido sino, sobre todo, al considerar los grados de fricción que se han producido entre algunos de ellos (sobre todo ebrardistas contra claudistas, aunque tampoco es demasiada la concordia real entre Sheinbaum y Adán Augusto).
Hasta ahora, pareciera que el buen ánimo del Primer Morenista del País se reparte entre la jefa del Gobierno capitalino y el secretario de Gobernación, con menos indicios de afecto político hacia el secretario de Relaciones Exteriores, a quien se le permite jugar un papel de alta relevancia en su rubro, pero sin necesaria traducción en la política interna.
Sheinbaum ha recibido fuertes impactos políticos a partir de los accidentes en el Metro y de la destinación de más de 6 mil elementos de la Guardia Nacional para el cuidado de tal transporte público. A su vez, Adán Augusto López Hernández es cada vez más impulsado desde Palacio Nacional a salir de Bucareli para recorrer el país en busca de elevar su presencia rumbo a las siempre dubitables encuestas de opinión. Pero no pareciera albergarse en ninguno de ellos, hija y hermano políticos del habitante de Palacio Nacional, el riesgo de una escisión, pues su fuerza política depende de quien los destapó.
En cambio, los opositores a la continuidad del obradorismo se frotan las manos ante la posibilidad de que Marcelo Ebrard reciba maltrato político y un piso tan disparejo rumbo a las mentadas encuestas que le lleven, en caso de no ganar la candidatura morenista, a buscar otros aires partidistas.
El combo que parecería jugoso a esos opositores incluiría a Ricardo Monreal, el coordinador de los senadores morenistas al que no ha faltado maltrato 4T (aunque Mario Delgado lo acaba de incluir formalmente en la lista de precandidatos, en una carta a gobernadores) y a quien le podría parecer de justicia política ser candidato al Gobierno de la Ciudad de México, que en 2018 constituyó el inicio de la confrontación con López Obrador, agudizada en 2021 cuando al zacatecano se le culpó de ayudar a la derrota de Morena en nueve de 16 alcaldías capitalinas. ¡Hasta mañana!
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