Dos noticias atrajeron vivamente la atención de la opinión pública en los últimos días, en ambas el tema fue la paz; no hay sociedad que no anhele paz; lo contrario, la guerra, enfrentamiento entre países o entre grupos de un mismo país, es causa de dolor, de destrucción, de muerte y de incertidumbre; la paz crea confianza, aprieta los lazos entre los integrantes de la comunidad y tiene como consecuencia la solidaridad entre las personas, independientemente de la edad, sexo, clase social o rasgos étnicos. En tiempos de PAZ, todos estamos del mismo lado, sin odios.
La primera de las noticias a las que me refiero apareció el viernes 6 de enero en La Jornada; tiene una foto muy grande que ocupa cuatro de las cinco columnas de la primera plana; en ella se ve al hijo de El Chapo detenido por las fuerzas de seguridad, subiendo a un helicóptero para ser presentado posteriormente ante la Fiscalía; en la quinta columna de esa portada histórica hay dos fotografías, en una, estupenda (de la fotógrafa Cristina Rodríguez), aparece la secretaria de Seguridad Rosa Icela Rodríguez y, en otra, el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval; en la parte superior la frase que me pareció definitiva, un parteaguas histórico, de la secretaria de Seguridad: “Venimos a construir la paz, no a ganar la guerra”.
Esta frase es la síntesis de la estrategia del gobierno de la 4T para combatir al aparato delictivo, azote de nuestro país desde hace décadas, los cárteles de la droga que a través del tiempo han extendido sus operaciones al tráfico de personas, al robo de combustible, a la extorsión y que fueron no sólo tolerados, sino fomentados por políticos que no titubearon en enriquecerse protegiéndolos y asociándose con ellos.
La paz a la que se refiere la secretaria Rosa Icela es fruto de la justicia. Esto significa que simultáneamente se aplican dos estrategias, ambas indispensables para abatir al crimen, a la corrupción y a la inseguridad.
Por un lado, la autoridad encargada de investigar y perseguir los delitos, la que tiene el monopolio de la fuerza legítima del Estado, lo hace en forma eficaz, como sucedió en Culiacán para detener al jefe de los traficantes, como se ha hecho para buscar y encontrar a algunos de los evadidos del penal de Ciudad Juárez, para detener a la banda de Los Mexicles o a los que atentaron en contra el periodista Ciro Gómez Leyva.
Por otro lado, la búsqueda de la paz requiere combatir el crimen desde sus fuentes, atajando las causas que lo provocan. La fórmula es combatir los ambientes propicios, caldo de cultivo de la inseguridad, que son la marginación, la pobreza, la falta de oportunidades y la ignorancia.
Se trata de acciones preventivas, no represivas; inseguridad y delincuencia se combaten dando a los jóvenes oportunidades, a las familias apoyos, con fuentes de trabajo y campañas imaginativas y eficaces como la inédita en contra del consumo de estupefacientes.
El otro extremo de la pinza es el apoyo económico, ya constitucional, a los adultos mayores, los programas sociales como Sembrando vida y Jóvenes construyendo el futuro, las becas, y principalmente dando la cara e informando todos los días lo que se hace. Es importante destacar el empeño en abatir privilegios y elevar la moral general con buenos ejemplos arriba y políticas de justicia distributiva abajo.
Todo esto con respeto a los derechos humanos, sin atropellos, sin represión; quedó atrás, enterrado, “el derecho penal del enemigo”, que consideraba a los delincuentes no como personas equivocadas, merecedoras de una sanción, pero a pesar de ello, con derecho a un juicio imparcial y oportunidades para ofrecer pruebas y alegar en defensa. Quedó atrás el concepto pedestre del gobernador Arturo Montiel que afirmaba que “los derechos humanos son para las personas y no para las ratas” y trataba como tales a quienes caían en manos de aquella policía troglodita conocida como “el Barapem”, comandada por el tristemente célebre Alfredo Ríos Galeana, con un pie en la delincuencia y otro en la policía.
La otra noticia, ésta, muy triste, en la que también se recordó que la paz se construye con obras y actitudes, fue por el tránsito a otra vida del padre Miguel Concha Malo, de la Orden de Predicadores, conocidos como Dominicos, institución tan ligada a la historia de México desde la época de la Real Audiencia.
El 10 de enero acudí a la misa de cuerpo presente, celebrada en la Parroquia del Convento en el que vivía el padre Concha, en Copilco, a un paso de la universidad, con la que estuvo tan ligado; acudieron sus alumnos, sus amigos, muchos representantes de grupos defensores de derechos humanos y activistas sociales.
Entre los que hablaron recordando la lucha por la paz y por los derechos humanos del padre Concha, destacaron fray Gonzalo Ituarte, que recordó la participación de don Miguel en el Concilio Vaticano Segundo y su hermano Juan, quien afirmó de él que fue “libre, no liberal”.