Tengo la dicha de vivir en una colonia bellísima de la Ciudad de México, cercana a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se esconde detrás del parque de la Bombilla (en el que León Toral –al servicio de la madre Conchita– mató de un balazo a Álvaro Obregón, cuando se llevaba una cucharada de sopa a la boca) y cuento (para que no me maten como a él) con la protección de san Sebastián Mártir, que preside el altar de una capilla del siglo XVI.
Esa ubicación privilegiada me permite ver llegar todos los días hábiles al historiador, doctor Manuel Ramos Medina, quien dirige del otro lado de la plaza el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM).
Alguna vez pude también saludar a Edmundo O’Gorman, autor de La invención de América, quien bajaba a pie de su casa en Altavista para llegar a su cubículo en la magnífica residencia que alberga a algunos de los mejores historiadores de nuestro país.
–Últimamente, estoy haciendo dos libros: Memorias de un director, en el que tengo casi un capítulo sobre Shadow, tu perro labrador negro que venía a mi oficina y se llevaba a diario su botella de agua, casi casi tocaba la puerta y su muerte me pudo tanto que te escribí una carta y me la respondiste, y forma parte del libro que voy a publicar. Es mi libro de memorias, porque lo cotidiano se registra en los archivos, pero las experiencias hay que contarlas en un diario íntimo, que es parte de nuestra historia personal, pero también de un México de finales del siglo XX y principios del XXI.
–¿De quién hablas en tu libro?
–El primer capítulo se lo dedico a Edmundo O’Gorman, quien llegaba al CEHM con su perrita Daysi, muy chiquita. Como Altavista viene en bajada, él caminaba todo ese trayecto, que no es tan cercano, atravesaba las avenidas Revolución e Insurgentes. Llegaba aquí puntualmente los lunes y revisábamos los documentos que se vendían al CEHM. Él, desde mucho tiempo atrás, daba su firma: se compraba o no se compraba.
“Tuvimos aquí a O’Gorman durante muchísimos años; él fue de los fundadores de este Centro; hombre excepcional, inteligente, muy ingenioso, pero, como me decía Enrique Fuentes: ‘La inteligencia y la perversidad van de la mano’.”
–¿O’Gorman te nombró director?
–El director general del grupo Condumex no preguntó a O’Gorman quién quería que viniera a trabajar al CEHM; O’Gorman prefería a uno de la UNAM, pero llegué yo, que soy de la Ibero, y me hizo la guerra, fuerte.
–¿Tuviste malas experiencias?
–Son mis experiencias con él las que cuento en el capítulo uno: cómo lo conocí, dónde, mi amistad con él y después nuestra separación. Le llamo “el divorcio” aquí en el CEHM, porque dejó de venir, se enojó horrible.
“Cuando entré a este Centro, en 1991, apenas empezaban a usarse las computadoras grandotas, que echaban aire caliente, y yo puse la mía sobre esta mesa. Don Edmundo llegaba, se daba la vuelta y se sentaba en esa silla y me decía: ‘Tú lo que quieres es que me muera, porque me estás echando el aire caliente de la computadora’. ‘Doctor, es muy grande el cuarto’. ‘No, este es mi lugar, pero tú quieres que me muera’.
“Con el tiempo pienso que debí ser más comprensivo, porque O’Gorman ya era un hombre muy mayor, pero muy demandante, muy fuerte; era quien era.”
–Tengo entendido, Manuel, que Edmundo O’Gorman tenía una personalidad apabullante.
–Creo en las cosas esotéricas y a medida que pasan los años, creo cada vez más. Aquí teníamos conferencias los miércoles a las 12 del día, y venían entre 80 y 90 personas, mayoritariamente señoras del rumbo. Hace como seis años, la señora Gloria Rodríguez pidió una cita y le respondí: “Señora, estoy a sus órdenes, me da gusto saludarla, es asidua a las conferencias”. “Sí, pero vengo por algo muy particular. Mire, el doctor O’Gorman fue mi maestro”. Era una mujer con mucha presencia, y de jovencita debió ser guapísima, y creo que el doctor O’Gorman le ordenó: “Tú tienes que hacer una tesis muy buena y yo te la voy a dirigir”, la tesis era El diablo en la Conquista, y a doña Gloria ese tema no le gustó. Guardó las fichas de la investigación, se olvidaron del asunto. Ella se doctoró con el tema de los olmecas que a O’Gorman no le gustaba. La señora Gloria me regaló las fichas de la investigación de O’Gorman en los años 40; le respondí: “Mire, doña Gloria, se las vamos a recibir aquí en el CEHM”. “Sí, muy bien, pero me tiene que prometer que las va a difundir”. Sacamos un libro con las fichas transcritas y algunas imágenes, yo hice el prólogo y fue como mi reconciliación con el doctor O’Gorman, de quien todos los historiadores tenemos algo qué contar.
–¿A quién más mencionas en tus memorias, Manuel?
–El segundo capítulo se llama “La reina Noor de Jordania”. A ella la invitó el ingeniero Carlos Slim a venir a México. Me llamó la asistente del ingeniero, que iba a venir una señora muy importante, que, por favor, la recibiera muy bien. “Dígale a don Carlos que aquí tratamos bien a todo mundo”. Llega una señora alta, rubia, guapísima, pero en ese momento yo no sabía quién era. Tenía un acento como gringo, hablamos en inglés y le dije: “Yo sé que usted viene a ver el archivo de Gibran Jalil; lo acaban de comprar. Mi misión es mostrarle los tesoros mexicanos que hay aquí”. Le pregunté si hablaba otro idioma y dijo que francés (todos sabemos que Manuel Ramos es caballero de las Artes, Ciencias y Letras del gobierno francés), y como estudié en Francia me siento más seguro con ese idioma y empezamos a hablarlo. Fuimos a ver el archivo de Gibran, nos recibió la responsable y saludó: “Bienvenida, majestad”, y me pareció raro, había una seguridad enorme en ella. Anita me dijo: “Es la reina Noor”. Me metí a Internet y me enteré que era la segunda esposa del rey Husein de Jordania. Si hubiera sabido que venía una reina, me hubiera portado más acartonado.
“A la reina se le antojó la comida mexicana y la llevé a La Taberna del León, y platicamos como dos horas. ¡Imagínate el privilegio para mí de hablar con ella! Me dijo que vivía en los aviones porque daba conferencias a escala mundial en defensa de la mujer; me contó cómo conoció al rey. Tres días después, cuando ella llegó a Jordania, me envió un correo: ‘Por favor, cuando venga a Jordania, permítame ser su guía’, pero no pienso ir, porque mi pasión ahora es América del Sur: Colombia, Perú. Encuentro apasionante el sur, que no conocía y que me sorprende cada vez más. Acabo de llegar de Colombia, estuve cerca de Cali, en Guadalajara de Buga. Existe ahí una universidad que, además de latín y griego, prepara a los chefs.”
–He descubierto, Manuel, que ser chef es casi mejor que ser latinista, y desde luego mucho más redituable.
Por falta de espacio, el resto de la conversación quedó en suspenso, pero como es muy fácil que dos vecinos atraviesen una plaza, podemos ilusionarnos con una futura plática sobre lo que hace el CEHM.