El intento de golpe de Estado bolsonarista fascista del 8 de enero en Brasilia no es un hecho meramente local. Todo indica que contó con auspicio internacional. Está lejos de tratarse de una revuelta espontánea, pues son innumerables los hechos que demuestran un alto grado de organización, coordinación y financiamiento previos al asalto y vandalización a las principales instituciones representativas de las tres ramas del poder del Estado en Brasil; nada menos que el Congreso, el Palacio de Planalto y la sede del Supremo Tribunal Federal. Esa relación con el apoyo de una organización internacional tras el conato golpista y otros graves intentos subversivos que ocurren en nuestra región ha sido señalada por varios analistas, pero no he leído ninguno tan preciso como el del cubano Hedelberto López Blanch (https://bit.ly/3Zrc9Rw). Él nos recuerda la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) celebrada en México, los días 18 y 19 de noviembre pasados, “la organización ultraderechista más grande del mundo, creada y controlada desde hace medio siglo por la Unión Conservadora Estadunidense, que realiza una o dos reuniones al año y donde más de 100 organizaciones contribuyen con abundante capital”. El autor cita la presencia en la cita de Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair, quien en una de sus intervenciones afirmó: “se deben juntar energías para poner en marcha la lucha por la libertad en Brasil, México y de la región latinoamericana”, todo en medio de alertas contra el avance del socialismo, como ellos denominan el menor intento de revertir las políticas neoliberales.
En cuanto a la planificación y financiamiento del asalto a las más altas instituciones de la república brasileña, son abrumadoras las evidencias en las propias redes digitales, en las que se informó con antelación de la convocatoria a Brasilia “con desayuno, almuerzo y cena pagados” y, por supuesto, la movilización de 100 ómnibus para el traslado. En numerosas publicaciones en esos medios se mencionaban los tres edificios oficiales posteriormente invadidos y hasta se decía que acamparían en el Planalto. Lo que es asombroso es que nadie informara al presidente Lula de estos preparativos. Ni siquiera la inteligencia nacional. Se ve natural que cuando menos algunos de sus colaboradores deben haber conocido los anuncios y acaso los subestimaran. También parece un descuido muy grande de quienes están encargados de la seguridad y la defensa en el gabinete de Lula el haber dejado en sus cargos a los bolsonaristas jefe del gobierno de Brasilia y jefe de la seguridad de la ciudad. Por cierto, este último vio, al parecer en Miami, las escenas en la tele del asalto a los edificios gubernamentales sentado al lado del ex presidente. Esto explica la débil custodia policial con que se topó la turba y la inacción, cuando no complicidad, de la policía militar dependiente del gobierno de Brasilia. Un hecho muy sospechoso es la no entrada en acción del batallón siempre de guardia en el subsuelo del Palacio de Planalto. Éste, dependiente del alto mando de las fuerzas armadas. La inacción de los generales ante los campamentos de bolsonaristas emplazados frente a los cuarteles del ejército, especialmente frente a la jefatura de las fuerzas armadas, provocó el mordaz comentario de Lula sobre la pasividad de los generales y que “parecía(n) gustarles” los llamados a derrocarlo que hacían las turbas allí reunidas.
El papel de las redes digitales en la rebelión bolsonarista y ultraderechista a escala global merece un capítulo aparte y sobre el tema y la amenaza que significan esas redes, en manos de megamonopolios privados para lo que queda de democracia en el mundo, se han publicado dos espléndidos artículos de Ignacio Ramonet (https://bit.ly/3iqpAAJ) y Eduardo Febbro (https://bit.ly/3kbpYmO).
Lula ha actuado vigorosamente en la defensa y protección de la institucionalidad. Sale fortalecido de este lance. Según Datafolha, 93 por ciento de los brasileños censura la intentona golpista. El prestigio de Bolsonaro pasa por horas bajas. Pero el bolsonarismo está vivo y ya planeaba una nueva movilización en Brasilia esta semana que ha hecho al gobierno reforzar las medidas de seguridad. La apuesta de la ultraderecha y (su nueva aliada) la derecha en nuestra región es al caos y la ingobernabilidad. El principal recurso de los gobiernos progresistas es el apoyo de masas, como se demuestra en México donde López Obrador la mantiene a raya con su enorme aceptación popular. A ello tendrá que recurrir el incansable y experimentado Lula con su carisma para consolidar su gobierno y avanzar en su prometedor programa de salvación nacional.
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