Ciudad de México. Cada vez que estaba por empezar una asamblea de accionistas de nuestra casa editorial, La Jornada, entre los murmullos de los socios, los directivos barrían a la concurrencia con la vista, buscando al hombre que sin acuerdo previo sería elegido como conductor y moderador de sus reuniones.
Galería: Falleció Miguel Concha, figura central del movimiento por los derechos humanos en México.
Porque no había evento de importancia en el periódico que empezara sin la batuta de fray Miguel Concha Malo, el religioso dominico que en los años setenta abrió brecha para que los sacerdotes progresistas escribieran y publicaran en los medios de comunicación de la época; que en los ochenta contribuyó a levantar el andamiaje de organizaciones defensoras de derechos humanos; que desmenuzaba y sistematizaba con rigor los avances y retrocesos de las políticas en la materia; que hacía de la solidaridad con los perseguidos una labor cotidiana y tan natural y necesaria como respirar; que repartía siempre, a diestra y siniestra, bendiciones y sonrisas a creyentes y no creyentes por igual.
Miguel Concha murió ayer. Tenía 77 años. Este martes será despedido con una misa solemne en la capilla del Centro Universitario Cultural (CUC), que él organizó y dirigió durante décadas.
El Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, que él fundó en 1984, lo llamó “sembrador de esperanzas”.
En una ocasión contó en entrevista: “Fundamos el Fray Vitoria el mismo año que nació La Jornada, la Academia de Derechos Humanos y otros espacios. Algunos querían que se llamara Fray Bartolomé de las Casas. Yo dije que ese nombre estaba reservado para Chiapas, donde ya el obispo Samuel Ruiz trabajaba fuerte en la promoción de los derechos humanos, pensando que los defensores debían salir del mismo pueblo”.
Fue una iniciativa pionera en un tiempo en el que ni siquiera el término “derechos humanos” estaba en uso. “Ya existía el Comité Eureka, de Rosario Ibarra, un movimiento de activistas”, recuerda Pablo Romo, que fue su alumno en el CUC, con materias como cristología y teología moral social, que lo marcaron profundamente. “Pero el Centro Vitoria es el primero que sistematiza y vincula los temas de defensa, formación, información y promoción. Y de ahí siguieron muchas otras organizaciones”. Romo también fue fraile dominico.
Pionero
Concha fundó la primera revista especializada, Justicia y Paz, con otra religiosa dominica, Brigitte Loire, además de Carlos Mendoza, Balbina Flores y dos salvadoreños refugiados: Roberto y Benjamín Cuéllar.
“Es una figura imprescindible en el movimiento de los derechos humanos desde su origen, con su labor sistemática. Pero también fue pionero en otros terrenos, como en la incursión de los religiosos en los medios”.
Fueron años en los que las amenazas de muerte a los defensores y los allanamientos a sus casas y oficinas eran habituales. El Fray Vitoria no se salvó.
Fue en el antiguo Unomásuno, el que fundaron Manuel Becerra Acosta y Carlos Payán, donde curas de la corriente progresista rompieron el tabú de publicar en los periódicos. También en Proceso. En momentos donde la noticia estallaba directamente en el ámbito eclesial, como la muerte de Juan Pablo I, en 1978, o el asesinato del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, Concha irrumpía como bólido en la redacción, se apoderaba de una máquina de escribir y redactaba su impecable pieza periodística desde el calor del fogón informativo, tecleando como un reportero más.
Para esa época, fines de los años setenta, ya influía con fuerza la conocida Pastoral Social del Sur, impulsada por los llamados “obispos rojos”: Sergio Méndez Arceo (Cuernavaca), Arturo Lona Reyes (Tehuantepec), Samuel Ruiz (San Cristóbal de las Casas), Bartolomé Carrasco (Oaxaca). Miguel Concha trabajaba en esa línea como asesor de esa corriente.
Bajo la influencia de la Conferencia General del Episcopado Latinoa-mericano, que en 1968 en Medellín traza el primer impulso transformador de la institución eclesial, Concha participa en 1979 en la conferencia de Puebla, donde se asienta ya por primera vez en documentos la opción preferencial de los pobres.
Lógicamente, cuando irrumpió el Ejército Zapatista en Chiapas en 1994, fray Miguel estaba muy cerca del ojo del huracán. Días después del levantamiento del 1º de enero, los servicios de inteligencia del Estado, que buscaban identificar quién era el mestizo del pasamontañas que hablaba por los rebeldes indígenas, apuntó hacia fray Pablo Romo, que trabajaba con el obispo Samuel Ruiz en el Centro Fray Bartolomé de las Casas. Concha apareció esa noche en las oficinas de Payán con el joven religioso en cuestión. “Este es Pablo, no el Subcomandante Marcos”.
En diciembre de 2018, cuando Payán recibió la medalla Belisario Domínguez en el Senado de la República, en su discurso reveló otra anécdota entre ellos que hasta entonces no se había hecho pública.
Fue antes del estallido zapatista. Hasta la oficina del Fray Vitoria, allá por Ciudad Universitaria, llegaron unos campesinos chiapanecos para denunciar un plan ya en marcha para asesinar al obispo de San Cristóbal, el tatik Samuel Ruiz, planeado y financiado por finqueros de Altamirano. El acuerdo se había tomado y refrendado en la finca La Preciosa.
Concha llamó de inmediato a la dirección de La Jornada. Al corriente de todos los detalles del complot, Payán y Concha fueron recibidos en la Secretaría de Gobernación por el entonces titular Patrocinio González Garrido, ex gobernador de Chiapas. Varios sacerdotes, todos conocedores del grave asunto, esperaron en el vestíbulo.
–¿Y qué quieren que haga? –les dijo el funcionario, también finquero y conocido cacique regional.
–Lo que usted considere –respondió Payán–; pero si algo pasa, usted no va a poder decir que no sabía.
“Creo que en esencia lo que logró Miguel Concha –reflexiona Romo– fue vincular el mundo de la fe con el de los derechos humanos, vincular las idea de Santo Tomás y Bartolomé de las Casas con el mundo que en ese momento en México se está abriendo a nuevas formas de ser y organizarse. Y como lo hizo Méndez Arceo, en torno a la solidaridad. Pero además, lo que nunca dejó de hacer es articular y recuperar todo ese proceso por escrito”.