Fue un intento de golpe de Estado, fruto de la no aceptación de los resultados electorales, algo que ya se había expresado de diversas formas, desde el no reconocimiento de la victoria de Lula da Silva a su toma de posesión.
Ocurrió justo una semana después de que Brasilia fue escenario de las manifestaciones democráticas más importantes que había vivido Brasil para la toma de posesión de Lula. Pero las manifestaciones de los bolsonaristas continuaron, apoyadas por el propio ex presidente, quien siguió negándose a aceptar el resultado electoral, algo que sirvió de estímulo a las manifestaciones golpistas.
El intento de golpe del pasado domingo tuvo características específicas. La primera es que estuvo precedido por varias manifestaciones violentas que anunciaron una escalada de acciones como la llegada de decenas de autobuses desde el viernes pasado, insinuando que se avecinaba una acción importante.
El carácter de la manifestación fue otro elemento específico. La llegada de miles de personas dieron un carácter masivo a las manifestaciones. El objetivo inmediato era crear desorden y caos con llamados a la intervención militar, alegando la incapacidad del gobierno para garantizar el orden en el país. La consigna “intervención militar” y “SOS FFAA” confirma que intentaron que los militares tomaran la delantera en el movimiento. Eso fue lo que fracasó en la operación de los golpistas, que quedaron huérfanos políticamente.
La condena unánime de los medios, fuerzas políticas y gobiernos de todas las regiones del mundo debilita aún más a Jair Bolsonaro. Mientras, Lula se fortalece con el apoyo de los 27 gobernadores y consolida sus relaciones con el Poder Judicial y el Congreso.
La desesperación de los manifestantes revela el sentimiento de derrota que impregna a la oposición radical. Los discursos de varios de ellos demuestra que los movía la sensación de que Bolsonaro no tiene futuro político y que Lula ha subido la rampa del Planalto y ya gobierna.
La intervención del gobierno de Brasilia reitera las responsabilidades del gobernador, cuyos vínculos con Bolsonaro se mantuvieron y ocasionaron el fracaso total de la protección de los edificios fundamentales de la capital. Era muy evidente lo que iba a suceder y no se tomaron medidas preventivas: Brasilia quedó totalmente indefensa, ocupada por terroristas.
Hubo errores que permitieron el éxito inmediato de los ataques. Había una confianza injustificada en el gobierno de Brasilia. El ministro de Defensa del gobierno estatal ya había hecho declaraciones que permitían desconfiar de él: señaló que Bolsonaro era un demócrata y que las manifestaciones serían democráticas. Sus relaciones promiscuas con las fuerzas armadas lo llevaron a tener una postura promiscua con los militares.
Ya están configurados los mecanismos a través de los cuales el gobierno nacional y el Poder Judicial actuarán contra los manifestantes que practicaron vandalismo generalizado en Brasilia. Hay consenso en que todos los involucrados deben ser procesados, desde los que cometieron la violencia, hasta los que organizaron los hechos y los financiaron. En lugar de representar una recuperación de los bolsonaristas, todo esto conduce a su movimiento al aislamiento y la decadencia, lo que compromete su supervivencia política.
Actuaron para probar la reacción de sus adversarios, para medir con qué fuerzas tendrían que enfrentarse y con qué unidad y disposición responderían a sus acciones. Los resultados parecen haber sido muy negativos para los bolsonaristas.
El arresto de unos mil 400 de ellos, la condena generalizada en la opinión pública, el aislamiento aún mayor de Bolsonaro –ahora con el espectro de una posible extradición y el fortalecimiento de Lula– permiten hacer un balance de las operaciones del domingo en Brasilia y las perspectivas futuras del gobierno de Lula y las debilitadas fuerzas de oposición.