Pasadas las siete y media de la noche llegó el presidente Joe Biden al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, luego de una escala en El Paso, donde dedicó unas horas a tratar de enviar a republicanos y demócratas un mensaje de presunto control de la situación migratoria que el gobernador de Texas describió en carta a Biden como “un caos”.
Biden llega a México para participar en una cumbre trinacional, pero sus objetivos principales son de índole bilateral: migración con México, que ya habría aceptado, según diversas versiones periodísticas no desmentidas oficialmente, convertirse en receptor mensual de 30 mil personas de Haití, Venezuela, Cuba y Nicaragua que fuesen deportadas de Estados Unidos.
Otro tema relevante para Biden es el combate al crimen organizado en México y, en especial, el freno a la producción y exportación de fentanilo hacia una masa de consumidores en el país vecino que está provocando un alto número de muertes. En ese contexto, sea por presión estadunidense o por jugada adelantada de México, resultó cumplida la orden de aprehensión (empolvada desde 2019) del extraditable Ovidio Guzmán, uno de los hijos del ex jefe del narcotráfico apodado El Chapo. Ya se verá si este delicado movimiento en el tablero del crimen organizado implica un cambio de enfoque y acción en la política de abrazos, no balazos.
Los temas energéticos y económicos, en general, son de interés tripartita y serán abordados en conjunto con el primer ministro de Canadá, quien ha hecho declaraciones en el sentido de que México debe asumir las obligaciones que le corresponden al haber firmado el acuerdo norteamericano de libre comercio. Habrá de verse hasta dónde se avanza en el insistente proyecto que busca establecer fórmulas de norteña asociación subcontinental al estilo de la Unión Europea, con obligada cesión de soberanía en la realidad, aunque en el discurso se diga otra cosa.
Las dificultades de los gobiernos populares, progresistas o de izquierda de América Latina para sostener sus proyectos tuvo justamente este domingo una expresión descarnada de golpismo en Brasil, donde seguidores del anterior presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, evocaron el asalto trumpista al Capitolio y trataron de tomar violentamente las sedes de los poderes federales, en exigencia abierta a las fuerzas armadas para que retiren de la presidencia al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. No por grotesco debe desestimarse este fallido intento golpista, que venía perfilándose desde las primeras horas en que se conoció el triunfo electoral de Lula.
Los ingredientes se han repetido en varios países latinoamericanos: medios convencionales de comunicación que promueven noticias falsas, grupos empresariales inconformes, entrampamiento de gobiernos populares mediante acciones judiciales facciosas, y creación y exacerbación de situaciones que produzcan percepciones de inestabilidad e ingobernabilidad. Un libreto que cada vez queda más a la vista en México, en particular en lo referente a la sucesión presidencial de 2024.
Finalmente, a reserva de ahondar más en el asunto conforme haya más información técnica disponible, ha de apuntarse que en ese contexto de acciones desesperadas de la derecha y la ultraderecha deberían ser muy cuidadosas las figuras relevantes del obradorismo. Este sábado se produjo un accidente más en el Metro capitalino, con saldo de una muerte y varios heridos, que hizo regresar de Morelia a la gobernadora Sheinbaum, quien acostumbra usar los fines de semana para actos de apenas disfrazado proselitismo personal.
Una ciudad con tantos problemas requiere atención de tiempo completo como, por ejemplo, lo hizo López Obrador cuando fue jefe de Gobierno. Sheinbaum tendrá mejores calificaciones hacia 2024 en la medida en que mejores resultados entregue en su encargo actual (claridad y justicia en el caso reciente del Metro, por ejemplo), al que debería anclarse, sin marcadas distracciones futuristas. ¡Hasta mañana y feliz 2023!
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