Pachuca, Hgo., Junto con la paulatina extinción de la costumbre de “raspar” las pencas de maguey para extraer el pulque también se está perdiendo la tradición de elaborar el hilo de ixtle extraído de esa planta con la que los indígenas otomíes del municipio de Santiago de Anaya, situado en el corazón del Valle del Mezquital, confeccionan a mano hermosas prendas y ayates.
Esperanza Hernández Vargas y su esposo, Apolinar León Aguilar, ambos septuagenarios, son los únicos artesanos y tejedores de ixtle que quedan en el pequeño pueblo de González González, aunque en otros poblados también hay algunos talleres domésticos.
“Se está perdiendo esta tradición porque ya muy poca gente toma pulque; por lo mismo, casi nadie raspa los magueyes de donde sale el ixtle o la fibra para hacer vestidos, manteles, ayates y otras cosas”, dijo en entrevista para La Jornada doña Esperanza.
“Antes, todos los que vivían en el pueblo sabían hacer el proceso y trabajaban el ixtle, pero ya ahora sólo mi esposo y yo sabemos. Cuando podía, él tallaba las pencas, pero hoy ya no puede, porque está muy enfermo de diabetes”. Agregó que una plaga está acabando con los pocos agaves que hay en el municipio, por lo que vaticinó que dentro de muy poco tiempo se extinguirán.
Otro factor, según la artesana, es que la mayoría de los jóvenes de la región del Mezquital han perdido interés en las tradiciones y prefieren ir a trabajar a Estados Unidos.
Comentó que hace siete décadas aprendió el oficio de transformar el hilo de ixtle en hermosas prendas, a los seis años, al observar a sus padres que elaboraban ayates o mantas empleadas por los pobladores para recolectar flores o las cosechas.
Para extraer la fibra de los magueyes, explicó que primero hay que machacar las pencas que ya han sido “raspadas” con el fin de sacar el pulque. Luego hay que tallarlas, ponerlas a secar y “peinarlas”, proceso mediante el cual la penca se corta en hilos finos.
Ya con las fibras preparadas, para hacer alguna prenda se hila y se teje con telar de cintura.
Entre los bellos bordados elaborados por la veterana artesana destaca un hermoso ayate multicolor donde aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe junto con la de Juan Diego.
Para pintarla, primero hizo un dibujo a lápiz sobre cuyos trazos tejió los hilos de ixtle previamente teñidos de colores.
“Primero se teñían los hilos con tintes que hacíamos con flores y hierbas que nos enseñaron a hacer nuestros padres y abuelos, pero los colores no quedaban bien fijados”. Entonces, a propuesta de sus clientes, sustituyó los tintes naturales por colorantes de ropa artificiales.
Coyotes, mal necesario
Junto al ayate hay un vestido, cien por ciento hecho a mano. Para hacer ambos tardó más de cuatro meses. El vestido cuesta 10 mil pesos y el ayate, 7 mil.
“A mucha gente se les hace caro pagar esos precios, pero no está consciente de la enorme calidad de los materiales y del gran esfuerzo, tiempo y destreza que se tiene que destinar para hacerlos, además de que son obras únicas.”
Por fortuna, aseguró que regularmente logra vender casi todas sus prendas y productos a buen precio, aunque muchas “en abonos”.
Con ayuda de su esposo, aseguró que la mayor parte de los vestidos, faldas, blusas, ayates, rebozos, manteles y quexquemeles (prendas parecidas a los chales ) los hace bajo pedido, por ejemplo, un “camino de dos metros”, un mantel que se coloca en varias mesas juntas cuando hay un acontecimiento importante.
“No sabía hacerlo, pero lo hice y me salió bien”, aseguró mostrando con orgullo su obra.
Dijo que no faltan los “coyotes” o revendedores que acuden a su casa a comprar al mayoreo las prendas a un precio más bajo. A algunos, dijo, se las vende siempre y cuando paguen “algo que sea razonable, porque no se trata de regalar nuestro trabajo”.
Claudia Márquez Camacho, subsecretaria de Fomento Artesanal del gobierno de Hidalgo, dijo que una de las principales tareas que se van a emprender para rescatar esa tradición artesanal es buscar que los artesanos coloquen sus productos en mercados nacionales e internacionales sin intermediarios.