En una de sus extrañas machincuepas, las naciones suelen darse al peligroso juego de rehacer la historia, SU historia para, supuestamente, reconstruirla y contar con un mejor relato a partir de algún punto en el horizonte. No siempre, o quizá nunca, las cosas salen como se las plantearon los dirigentes y sus profetas y los desenlaces de tales vuelcos suelen ser trágicos, contraproducentes para el bienestar de esos pueblos que han osado borrar sus propias leyendas.
Los ejemplos del siglo XX no son edificantes, pero sus lecciones son imborrables. Depositar en el éter o en algún imaginario limbo esos recuerdos, que en un cierto momento declaramos periclitados y sin porvenir, nos sale caro. De no corregir a tiempo el rumbo en que este antihistoricismo puede meternos, corremos el peligro de caer en un tobogán sin fondo para acabar de habitantes de escenarios sin historia, ni futuro. De memorias archivadas.
Jugar a Aprendices de Brujo con el o los capitalismos puede ser otro ejemplo a tener en cuenta para evitar caer en imitaciones “extralógicas” y poder reiniciar la ingrata, pero fundamental tarea de repensarnos como pueblos, naciones con recuerdos y porvenires, con horizontes de aliento y renovadas visiones de desarrollo y auténtica transformación.
No es asunto numérico, ni de cuarta ni quinta; mucho menos de primera o tercera transformaciones, sino de la capacidad que como República tengamos para atravesar las corrientes y los protocolos endiablados que impone la inconclusa globalización del mundo, una que hace ya algunos años el pensador y estudioso inglés John Gray calificó de “falso amanecer”. En nuestro caso, tenemos ya que hablar de una “no experiencia” globalizadora, de una tragedia que podríamos habernos ahorrado.
Hoy, a partir del gran vuelco democrático que arrancara en los años 90 y llevó a la gran maroma de 2018, se pretende dar salida a viejos y nuevos laberintos, encrucijadas y pantanos, con atrabiliarias rescrituras de la historia moderna mexicana y, so capa de conmover y remover viejos usos, abusos y prácticas, se acorrala a las instituciones desde el poder constituido, se amenaza con su demolición y poco o nada se ofrece a cambio. Sólo berrinches desde lo alto; amenazas veladas, denuestos y ofensas que no pocos han empezado a ver como ominosa amenaza de remolino destructor y sin tregua.
Se ha hablado con cada vez más soltura y temores de la democracia bajo sitio y bajo fuego. Tenemos que hacerlo con claridad y entereza y asumir con dolor ese crimen lingüístico acuñado por el Presidente, pero celebrado por muchos, al hablar de “abrazos y no balazos”, como si el mortífero armamento al uso de los grupos criminales disparara balas de salva.
El episodio con el que se inauguró el año fue el embrollo del relevo de la presidencia de la Suprema Corte y el simulacro cuatro-teísta, que quiere ser costumbre de Estado, de defenderse atacando e infamando autoridades responsables, críticos congruentes, como el académico Guillermo Sheridan, o instituciones como la UNAM, indispensables para un país en crisis profunda como es el nuestro.
Por fortuna, al ataque fariseo emprendido desde la cumbre estatal no siguieron el silencio y mucho menos la negación del recuerdo y sus historias, sino ejercicios de firmeza y claridad política e intelectual que, como ocurrió con el rector Graue, nos enor-gullecen y permiten apoyarlo con afecto y respeto. La evidencia de todo un año de simulacros de “guerras floridas” nos dice que el gobierno de la transformación que aseguró que no sólo respetaría, sino que ampliaría la democracia tan trabajosamente ganada, no puede mantener en alto y como exclusiva la bandera de la esperanza o la dignidad valiente. Debe reconocerse como un gobierno cuyas decisiones han ahondado los desajustes y profundizado nuestras caídas previas, cuando no de plano abierto la puerta a nuevos despropósitos económicos, en la convivencia colectiva y los entendimientos políticos. Estos entendimientos, que hemos celebrado muchas veces, se nos presentan hoy deteriorados y gastados por tanto jaloneo que ahora se protagoniza desfachatadamente por el poder del Estado.
Defender a la UNAM, como muchos han reiterado que defienden al INE y antes hicieron con la FIL de Guadalajara, debe engrosarse con simpatía y apoyo a la Suprema Corte, así como a los jirones de representatividad que tanto abuso ha debido sobrellevar. De eso sí que puede la historia contarnos y mucho.
Por lo pronto, votemos por que el 23 no sea como el remolino “que nos alevantó” y que todos asumamos de una vez por todas que, como dijera el inolvidable Ixca de Carlos Fuentes, ¡Qué le vamos a hacer, si aquí nos tocó vivir, en una región que fue transparente y nuestros abusos y desidias volvieron opaca!