Luego de la más multitudinaria ascensión a la presidencia, el 1º de enero, y de una fiesta popular que sacudió a toda la nación, Lula da Silva empezó a gobernar.
Sabía él, y sabían sus ministros nombrados, que el escenario de la herencia recibida de parte del ultraderechista Jair Bolsonaro sería tenebroso: un país literalmente destrozado en cada uno de los aspectos de la vida pública. Pero aun así, hubo sorpresas y ninguna de ellas fue agradable.
Natuza Nery, una periodista de las Organizaciones Globo, que en ningún momento podría ser clasificada como de izquierda, o “petista” (en relación al Partido de los Trabajadores, de Lula) y menos aún de “lulista”, hizo una revelación que puso en claro cómo Bolsonaro actuó antes de huir e instalarse en Orlando, Florida, lejos de la mano de la justicia brasileña.
Contó ella, que el sábado 31 de diciembre, víspera de la asunción de Lula, integrantes de su equipo fueron al Palacio de Planalto, sede de la presidencia que él asumiría al día siguiente, para una inspección inicial. Y no pudieron acceder al despacho presidencial, porque la puerta estaba cerrada con llave, y ésta había desaparecido. Fue necesario llevar a un cerrajero para poder entrar.
Más que una muestra de la hostilidad del mandatario fugitivo, se trató de una muestra clara de cómo Bolsonaro arrolló no sólo las buenas maneras y la civilidad, sino la misma democracia en sus principios de convivencia equilibrada. Una vez más, el ultraderechista reiteró que para él no existen adversarios, sólo enemigos.
Lula armó un gobierno con 37 ministros, algo inédito desde la redemocratización de 1985, luego de 21 años de dictadura militar.
Tuvo que contemplar a los partidos que se unieron en una especie de frente amplio para asegurarle la victoria frente a Bolsonaro, en un abanico de posiciones que tampoco tuvo antecedentes en la vida política de la nación.
Los ministerios considerados claves fueron repartidos al PT, partido de Lula. Algunos de importancia, aunque menor, fueron para los aliados. Y los de mayor e inédita representatividad, a representantes de sus respectivos sectores, léase, indígenas, afrodescendientes, mujeres, campesinos y personas de la diversidad sexual.
En esa primera semana de gobierno, además de anunciar la reanudación de una serie de programas sociales eliminados por Bolsonaro, como “Hambre Cero” y la “Bolsa Familia”, también se lanzaron medidas urgentes de protección ambiental y de los derechos indígenas. Asimismo, se vio la radical eliminación de varias iniciativas del ultraderechista fugado.
Lula anunció la anulación de decretos que permitieron que proliferara la distribución de armas y municiones en Brasil. Además, impuso el plazo de un mes para que se analicen más de un centenar de medidas bajo “secreto de estado” por 100 años, con el argumento de “preservar la intimidad y la seguridad” de Bolsonaro, sus familiares y amigos cercanos, además de diversos integrantes de su gobierno.
La ley que determina la aplicación de tal reserva es bastante clara y restringida. En el caso de Bolsonaro, son registros de secreto centenario que se refieren a quienes visitaron tanto la sede de la presidencia, el Palacio de Planalto, como la residencia del mandatario, el Palacio de la Alvorada, algo que la legislación actual no prevé bajo ninguna hipótesis.
Pero también alcanzan movimientos de ministros e incluso medidas adoptadas en el ejército para proteger a militares que fueron nombrados alrededor del mandatario ultraderechista.
Juristas y analistas políticos aseguran que al eliminar la reserva impuesta por Bolsonaro, surgirán nuevas y más contundentes pruebas de actos ilegales cometidos bajo sus órdenes. En caso de que se confirme esa hipótesis y éstos sean llevados ante la justicia, lo mínimo que pasará al ultraderechista será tener prohibida la posibilidad de ser candidato a cualquier cargo por un plazo de ocho años.
Lula y sus ministros han sido cautos, principalmente con relación a medidas concretas en economía. Las presiones amenazadas por la sacrosanta e invisible entidad llamada “mercado” se distendieron, mostrando disposición al diálogo, al menos en este primer momento.
Del lado de Bolsonaro, se observa un palpable “vaciamiento” de su figura, elevando las dudas sobre su futuro político. Varios de sus aliados buscan puentes de diálogo con el nuevo gobierno, característica consolidada en un país que cuenta con 32 partidos políticos, de los cuales 22 tienen asiento en el Congreso. En su huida para Orlando, Bolsonaro se eclipsa más y más a cada día.
En Brasil, Lula sabe que la fiesta acabó, y que es hora de bajar de las nubes de esperanza y poner los pies en la dura realidad.
Para eso realizó, el viernes pasado, una reunión con sus 37 ministros. La finalidad: liquidar disensiones e imponer armonía.
Es que ahora habrá que gobernar y hacerlo con urgente paciencia y método.