Ciudad de México. Desde hace meses el nombre de Dahlia de la Cerda, una filósofa y escritora además de activista mexicana –conocida por su trabajo en la organización feminista Morras Help Morras–, está sobre mi mesa de trabajo por dos razones. La primera, por formar parte del grupo de escritoras antologadas en Tsunami 2 (Sexto Piso, 2020), y la segunda, por ser la autora de Perras de reserva (Sexto Piso, 2022). En ambos ejemplares, el feminismo, las experiencias de mujeres que históricamente han sido invisibilizadas, las relaciones que tejen entre ellas y las violencias que las atraviesan son la columna vertebral y hacen obvio que son los temas que forman parte de las inquietudes de la escritora.
En Feminismo sin cuarto propio –el tercer ensayo de la antología mencionada– aquellas preocupaciones se resuelven en forma de ensayo, “si teorizamos desde los privilegios de clase y raza, proponemos agendas que reproducen sistemas de opresión como el racismo y el clasismo”, sentencia Dahlia. En los cuentos que componen Perras de reserva, la forma discursiva es otra muy distinta, pero ambos libros están escritos en clave generacional, donde una sinceridad rabiosa –desposeída de cualquier corrección política– parece haberse instalado en la mente de la joven escritora “Escribo para las que no tienen cuarto propio”, señala.
Dahlia de la Cerda nació en Aguascalientes en 1985. Treinta y siete años cumplidos, y el lugar de procedencia de la autora es importante en un doble sentido. En primer lugar, porque la escritora tuvo que buscar afuera de su estado un espacio para ser difundida, “para mí publicar en Aguascalientes era imposible. Solicité varias veces las becas del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (Pecda), me pidieron publicaciones, las mandé y me dijeron que fueron rechazadas por el comité editorial”, cuenta; pero también, y sobre todo, porque su experiencia vital forma parte importante de los temas que imprime en su obra, “es ahí desde donde puedo hablar. No puedo hablar de otros lugares. Soy una persona en la que habitan múltiples realidades, he decidido qué partes quiero visibilizar y qué partes no, qué quiero contar y qué dejar a un lado”. La formación de la autora se ve cruzada por las ideologías que nacieron en las pasadas décadas y que presionan a los jóvenes. “Estudié filosofía y por tanto la estructura de los argumentos es muy importante para mí”, declara en Tsunami 2. Para su ficción, el recurso que utiliza suele ser la ironía, por ejemplo en Culo de paja (uno de los cuentos de Perras de reserva) se basa en una experiencia familiar para llegar a un lugar más general, “me interesaba retratar los conflictos vecinales que suceden en algunas colonias marginales que resultan muy simpáticos, pero de los cuales emergen varios tipos de violencias que tenemos interiorizadas” y, como digo, un tipo de sinceridad cáustica lanzada como puño directo al estómago. Pero el origen de esa ira, más o menos encubierta, podría sintetizarse de la siguiente manera: “si teorizamos mal, proponemos agendas sesgadas que no representan las necesidades de todas las mujeres”.
Contradicciones culturales
De acuerdo, pero se trata, en todo caso, de una ira que tiene que ver con la forma en que cientos de generaciones crecieron a la sombra de grandes contradicciones culturales: “veo cosas que me preocupan y me parecen importantes y siento que la literatura es un arma muy poderosa para saber visibilizar y problematizar –no desde el punto de aleccionar– esos temas que a mí me preocupan, que están revestidos de situaciones cotidianas, intento que los lectores reflexionen y que vean que de verdad vivimos muchas violencias”. ¿Qué hacer cuando eres una mujer inquieta, comprometida políticamente y preocupada por poner nombre a todas y cada una de las violencias que la atraviesan? ¿Cómo reivindicarse desde lo otro, desde las enseñanzas que le dejó trabajar en un call center, en el tianguis o en una fábrica? La respuesta posiblemente esté en el libro que tenemos en las manos, Perras de reserva, y que la propia autora considera una búsqueda de “temas que me parece que son importantes explorar”. Una búsqueda igualmente valiente y atrevida porque tiene que ver con un distanciamiento: “quiero alejarme de ciertos tipos de feminismo porque no me estimulan intelectualmente. Me interesa hacer notoria la experiencia de las mujeres que históricamente han sido invisibilizadas dentro de la literatura. Se habla mucho de que las mujeres lo hemos sido, pero cuando son publicadas, ¿quiénes son las que aparecen? Mujeres blancas, heterosexuales, burguesas, escribiendo sobre experiencias como ir de viaje al extranjero, yo no quiero gastar mis energías, mi saliva, mis letras, y nada en discutir con ellas. A mí me interesa visibilizar otros temas, como el del narcotráfico”. En Yuliana, Constanza y La china, los primeros cuentos que aparecen en su recién libro publicado, Dahlia de la Cerda revisa a raíz el tema de las mujeres que participan en el crimen organizado. “Inicié investigando los asesinatos en México y descubrí que los que ocurren en el contexto del crimen organizado no se sacan a luz y se tienen en la misma narrativa que con los hombres, andaban en malos pasos, algo hicieron, se lo buscaron. Entonces decidí seguir en redes sociales a muchas mujeres que se sabe que de alguna u otra forma están involucradas en esos escenarios y me resultó muy revelador porque descubrí que más allá de ser criaturas míticas –que aparecen en los libros, en las series, en las películas, en las narconovelas– pero verlas en contextos cotidianos como personas normales: con hijos, preocupaciones, que a veces lloran, que a veces las cambia el novio por otra más guapa, que se azotan, se me hizo muy interesante, me interesó, sobre todo, el tema de éstas que están en estos espacios y como todos los matices que tienen, no solamente la criminalidad”. Los lectores que inicien con estos relatos entenderán muy bien los hallazgos de la escritora.
La segunda lectura que ofrece el lugar de procedencia es la que Dahlia se plantea a sí misma y a los lectores. A partir de las múltiples experiencias reflejadas en sus cuentos, muchas de ellas caóticas y que destilan mucha violencia, la escritora intenta establecer las relaciones con las mujeres que protagonizan sus cuentos no mediante el género, sino de los espacios que les son negados. “Si teorizamos desde la razón blanca, proponemos soluciones desde la perspectiva de las que más tienen y dejamos fuera a las que menos tenemos”. Como escritora formada en la posmodernidad, la propia De la Cerda define la naturaleza de su libro: “quiero ser escritora. Pero no cualquier tipo de escritora. Mi camino es el borde del abismo. Mi casa son los zulos. Emergí de uno y mi compromiso político es escribir desde y para mi lugar de ebullición”. La descripción no puede ser más prometedora.