Ciudad de México. La actual universidad mexicana tiene su origen el 22 de septiembre de 1910, en el umbral de un violento conflicto armado y a partir de una severa crítica de Justo Sierra a la universidad anterior, la Real y Pontificia, que había sido cerrada 40 años antes (1865) durante otro conflicto armado, la intervención francesa. Fustigaba el entonces ministro Sierra, de Instruccción y Bellas Artes, diciendo que “la real y pontificia no había tenido ni una sola idea propia, ni realizado un solo acto trascendental a la vida del intelecto mexicano; no había hecho más que argüir y reargüir en presencia de arzobispos y virreyes durante 300 años.” (Discurso del ministro, UNAM: 54).
Y hacía un contraste: si la virreinal se asentó en el supuesto de la verdad incuestionable (“la verdad está definida, enseñadla”); la nueva Universidad Nacional de México partía de la exploración: “la verdad se va definiendo, buscadla”. Aquella tenía como misión imponer la verdad bajo la conducción de Dios y el rey, esta nueva sería guiada por “un grupo en perpetua selección dentro de la sustancia popular. Con el ideal de democracia y libertad”. La universidad que dibujaba, sin embargo, tiene serias dificultades. El ideal de democracia y libertad, ya en el discurso, sufría un descalabro porque el ninistro Justo la entregaba al presidente Porfirio: “la universidad es vuestra”. Además, aunque la universidad quedaría a cargo de un “grupo seleccionado” éste tenía un origen y una “sustancia popular” que garantizaba que percibiría las necesidades del desarrollo (capitalista) que aseguraran el orden y progreso de toda la sociedad.
Así, prometía que “no sería la (nueva) universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice” (Página 44), pero no se daba cuenta que a los pocos días estallaría una violenta revolución armada que expulsaría al presidente Díaz y transformaría al país.
Carentes de una propuesta propia y no pudiendo tratar a la universidad como una escuela más, los nuevos dirigentes transformadores retomaron la propuesta de Justo Sierra, aunque se vieron obligados a introducir la autonomía (independencia y gobierno paritario) que demandaban los estudiantes.
Ésta se concedió parcial en 1929 y plena en 1933-1945. Sin embargo, con Ávila Camacho la presión de algunos académicos consiguió revivir la propuesta de “grupo seleccionado” como conductor institucional (Junta de Gobierno) y cancelar la paridad en el Consejo Universitario. La exclusión de estudiantes y otros profesores genera, así, una tensión estructural que a partir de los años 50 se manifiesta en conflictos a los que el Estado responde con la intervención del Ejército hasta llegar al extremo de 1968 y 1971.
Surge la guerrilla impulsada por estudiantes y maestros y luego se crea la CNTE (1979) y el Suntu (Sindicato Único de Trabajadores Universitarios, c. 1980) como respuesta al autoritarismo gubernamental y de grupos selectos en las universidades. Desde el Estado, a su vez, se responde modificando la Constitución (fracción VII del tercero) para fortalecer –en nombre de lo académico– aún más a las dirigencias institucionales. Algunos ejemplos: en la Unison la Ley 4, en la UAM la supresión unilateral de decenas de cláusulas del pacto bilateral y una reforma a la Ley Orgánica, mediante un reglamento que refuerza como nunca el poder interno. Así, al rector general de la UAM, que por Ley Orgánica sólo tiene siete competencias le aumentan a 27; al rector de Unidad de cuatro a 21; al abogado general de uno a 19; al director general de división, de cero a 17 y de cero a 15, jefes de departamento. También hay aumentos para los nada paritarios órganos colegiados.
En el contrato colectivo se explica (Cl. 89) que no les corresponde a los académicos modificar planes de estudio. Es enseñar y no explorar pues se dan casos de programas de estudio que duran décadas sin modificarse. La creación además de una enorme diferenciación en los ingresos dentro de la institución empodera aún más a grupos de excelencia: crea estratos académicos y hasta regímenes laborales distintos y conflictivos de trabajadores pobres y empleados ricos, y el acceso a los espacios de poder se vuelve más restringido. Hacia afuera la universidad autónoma y pública ya no tiene el lugar preponderante en la matrícula, es un reino que ya no habla al país ni a las y los jóvenes, y hasta su naturaleza laboral puede ser discrecionalmente modificada Apartado A o B). Su vulnerabilidad se agrava porque la estructura dificulta que la dirigencia capte la verdadera dimensión del estrés institucional y hace difícil que la institución aprenda y cambie a partir de los conflictos, por traumáticos y aleccionadores que éstos puedan ser (UNAM:1999; UAM: 2019). No romper con el pasado positivista del porfiriato también significa retroceder y acercarse al reino y a la secta. Apagarse.
* UAM-Xochimilco