Puse a sonar el disco Mozart y Mambo. Cuban Dances, de Sarah Willis, y enseguida vi a un muchacho con casaca roja bailando por las calles de La Habana.
¿Lo vi, lo imaginé, lo soñé?
¿Qué diferencia hay entre ver, imaginar y soñar?
¿Entre ver, entrever? ¿Atreverse a ver? Entreverse entre versos. Entre verso y beso.
Fascinante: el muchacho de la casaca roja baila el allegro maestoso de su Concierto dos para corno y orquesta.
¡Es Mozart! ¡Claro! ¡Mozart en La Habana! ¡Mozart baila Mozart!
Y como ha hecho durante toda su vida, Mozart pasa desapercibido.
Observo que se siente muy a gusto en La Habana, tanto como se siente en su amada Praga, donde lo he escuchado musitar, mientras baila por las calles empedradas de esa ciudad de ensueño: “Meine Prager verstehen mich”.
Mis praguenses sí me entienden, canta el muchacho de la casaca roja.
Y aquí como allá, pasa desapercibido porque todos son iguales a él; es decir, todos bailan y cantan y musitan.
Mis cubanos sí me entienden, canta y baila el muchacho de la casaca roja y responde con su pañuelo blanco ondeando al aire a todos los saludos que le llegan por las calles de La Habana: “¡Hey, Mósal, venacá!”
Sigue sonando el disco. Segundo movimiento del Concierto 2 para Corno de Mozart. Sopla un vientecillo suave y fresco. Como la Sonata de Venteuil.
El joven de la casaca roja sonríe. Fresca y roja carcajada / rebanada de sandía, musita en la acera de enfrente don José Juan Tablada, entablando conversación con quienes juegan dominó bajo los portales de un café.
¿Un café? Seguramente puertas adentro tienen mesas de billar, acierta el joven de la casaca roja y camina alegremente a calcular trayectorias, percutir la bola blanca, armar carambolas de tres bandas.
Mientras prepara su jugada sobre la mesa verde de billar, Mozart sonríe mientras escucha su Concierto 2 para corno con Sarah Willis y la Orquesta del Liceo de La Habana, dirigida por José Antonio Méndez Padrón. Los músicos están colocados sobre el escenario magnífico que gobierna el salón de café habanero.
Escucho mientras doy sorbos a mi taza de café. Cierto, pienso, son muy buenas las versiones que dejaron grabadas en disco varias leyendas del corno francés: Barry Tuckell dirigido por Peter Maag, Alan Civil con Otto Klemperer, Hermann Bauman con el gran Nikolaus Harnoncourt, Denis Brain con Herbert von Karajan.
Pero la mejor de todas es sin ninguna duda la de Sarah Willis con la Orquesta del Liceo de La Habana, dirigidos por José Antonio Méndez Padrón, por las siguientes razones técnicas: verosimilitud, su auténtico sentido mozartiano: la alegría, la sonrisa, el baile, la fluidez, la honestidad, la transparencia, el calor interior; y también por sus articulaciones, su fraseo, su sonido soberano.
Estamos ante una hazaña: con este disco, Sarah Willis completa la grabación de tres de los cuatro conciertos para corno de Mozart.
En su álbum anterior, titulado Mozart y Mambo, cuya escucha recomiendo con devoción, grabó el Concierto 3, además de dos fragmentos de conciertos incompletos: el Rondo K. 371 y el Concerto Movement K. 370 b.
De hecho, el Concierto 1, que forma parte de este segundo volumen de la serie Mozart y Mambo, también está incompleto; a pesar de estar numerado como 1, fue el último en ser escrito y no lo terminó Mozart en su lecho de muerte, para dar lugar a la hipótesis más socorrida: que lo completó su alumno Franz Xaver Süssmayr.
Hay en la partitura autógrafa una serie de anotaciones dirigidas a su amigo desde la infancia, el cornista Joseph Leutgeb, muy en el tono de las cartas lúbricas que enviaba a su hermana, Nannerl:
“Para ti, burro, rápido, sigue con eso, sé valiente, ¿has terminado ya? Para ti, bestia, oh, qué disonancia. Bien hecho, pobre tipo, ¡oh, dolor en los cojones! Me haces reír, vamos allá, vamos allá, qué encantador eres, oh, una oveja balando.”
Además de desconcertar a sus biógrafos con estas anotaciones, a pesar de que las cartas a Nannerl están llenas de estos contenidos, las bromas de Mozart dirigidas a su amigo Joseph Leutgeb recuerdan lo que años después otro excéntrico como él, Erik Satie, disfrutó a mares escribiendo en sus partituras mensajes a sus intérpretes con indicaciones como las siguientes, en lugar de los tradicionales signos semafóricos italianos (forte, piano, rubato ): “Abra la cabeza. Sin orgullo. Recorrer las teclas con dedos amables y sonrientes. Conservar la cabeza fría. Ármese de clarividencia. Toque estas notas con el último rincón de su pensamiento. Como un gorrión con dolor de muelas”.
El humor de Mozart en La Habana, su alegría de vivir, sus bromas y sus ocurrencias están presentes a lo largo de todo el disco que hoy nos ocupa: Mozart y Mambo. Danzas cubanas.
¿Danzas cubanas, dijeron?, pregunta Mozart y se pone a bailar en el escenario y sale del café y recorre las calles de La Habana, bailando, y en el camino se le une la Sarahbanda, esa trouppe musical que lleva el nombre, siguiendo con los juegos de palabras, de Sarah Willis y hace espejo con el nombre de la elegante danza barroca, la sarabanda, y esta banda, la banda de Sarah, hace sonar la primera de las seis danzas cubanas que conforman el primer Concierto Para Corno, cuerdas y percusiones cubano, titulado precisamente así: Cuban dances for solo horn, strings and percussion.
Esta danza número 1 se titula Tamarindo y es un scherz-son, juego de palabras con scherzo, que es el nombre de los movimientos alegres de las sonatas, término italiano que significa, precisamente, broma, y la palabra son, en referencia a la danza cubana por excelencia: el son. El son cubano.
Este que es el primer concierto cubano para corno es resultado del encargo que hizo Sarah Willis a seis compositores cubanos, cada uno de los cuales escribió uno de los seis movimientos que lo componen. El inicial Tamarindo. Scherz-son, lo escribieron Pepe Gavilondo y Yasel Muñoz, mientras el segundo movimiento, titulado Danzón de la medianoche, lo escribió Yuniet Lombida.
Mozart no para de bailar. Suena ahora un Guaguancó sencillo, título de la tercera danza, esta vez de la autoría de Wilma Alba, para dar paso a nueva sabrosura: “Un bolero para Sarah”, composición de Jorge Alarcón que constituye el cuarto movimiento del Concierto, que sigue con otro juego de palabras y de pies en movimiento: Sarahchá; es decir, un chachachá para el corno de Sarah que le escribió Yuniet Lombida, para cerrar con la danza más complicada y sabrosona: un changüí, que es la madre de todos los sones y que está encerrado y se libera al sonar el sexto movimiento del Concierto cubano para corno: ¡Ay Comay! Un changüí pa’Sari, que escribió Ernesto Oliva.
Pura sabrosura.
El joven de la casaca roja se sienta en el malecón para escuchar lo que sigue en este disco: dos clásicos cubanos en arreglos de Jorge Aragón: Veinte años, con el cantante de Buena Vista Social Club, Carlos Colunga, y El bodeguero.
Cuando los integrantes de la Sarahbanda se percatan, el joven de la casaca roja va saltando y bailando sobre la barda del malecón, como persiguiendo el enorme disco naranja que forma el sol al acostarse sobre el mar en el atardecer y todos le gritan: “¡Oye, Mósal, venacá!”, y él pide como condición para regresar que por favor graben un tercer disco de la serie Mozart y Mambo porque él es muy feliz en La Habana, donde todos le dicen: “Eres un buen cubano, Mósal”.
Y es que en el primer tomo de la serie, el disco Mozart y Mambo, todo es alegría y baile, con música de Pérez Prado y juegos de música de Mozart pero a la cubana, como la pieza titulada Sarahnade, a partir de Una pequeña música de noche (Eine kleine nacht musik) de Mozart.
El segundo volumen de la serie, Mozart y Mambo. Cuban Dances, que hoy nos alegra, culmina de manera suave y enternecida con uno de los juegos favoritos de Mozart: el Pa Pa Pa entre Papageno y Papagena de su ópera La flauta mágica.
Mágica, así vemos moverse la casaca roja hacia el sol redondo color naranja del anochecer en La Habana: de manera mágica, y ahora vemos aparecer un disco plateado sobre el mar: la Luna, que toma la casaca roja, se arropa con ella, nos guiña un ojo y se dispone a dormir y sueña que baila con nosotros.
¿Con nosotros? ¿Fuimos nosotros quienes nos la pasamos bailando mientras sonó todo el disco? ¿O simplemente lo vimos, lo imaginamos, lo soñamos?
¿Qué diferencia hay entre ver, imaginar y soñar?
Ninguna.
Ponga usted a sonar, hermosa lectora, amable lector, el disco Mozart y Mambo. Cuban Dances, de Sarah Willis, y lo comprobará.
Bailando.