Desde que la presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (Amacc), Leticia Huijara, amagó con el anuncio de la interrupción de la entrega del premio Ariel en este 2023, alegando una crisis económica derivada de una falta de apoyo por parte del Estado mexicano, se ha abierto un debate intenso en torno a la necesidad y pertinencia de que se destinen recursos públicos para apoyar la actividad de la asociación civil.
Ante lo dicho por la titular de la Amacc, la directora del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), María Novaro, argumentó que la Academia no había dejado de ser apoyada, y enumeró algunas de las facilidades que le son otorgadas. Entre ellos el apoyo económico para la realización de los galardones, concederle la Casa Luis Buñuel como sede de la Amacc y la facilidad de recintos para realizar las ceremonias de entrega del premio Ariel.
Incluso el oscarizado Guillermo del Toro al enterarse de la posible suspensión del premio a lo más granado del cine mexicano, ofreció pagar las estatuillas; posteriormente la Amacc rechazó la oferta del director tapatío.
Dentro de dicho debate, una de las perspectivas menos tomadas en cuenta ha sido la de los críticos y divulgadores del cine. Para Rafael Aviña, colaborador de La Jornada, los reclamos de la Amacc son legítimos. “La petición de ellos es tan válida como la de todas las personas que se acercan a Imcine para tratar de recibir un recurso”, sin embargo, el también investigador y cronista critica la manera en que la Academia ha hecho sus reclamos, “porque uno podría pensar que no les están dando ningún apoyo, pero por lo que dice María Novaro, sí”.
Luis Tovar, crítico y jefe del suplemento La Jornada Semanal, coincide con Aviña criticando también la manera en que la Academia ha decidido manifestar sus problemas. “A mí me parece que es un desacierto tirar el periodicazo para llamar la atención, y que entonces sí ya salgan Frausto y Novaro a decir: ‘no es cierto’. Hay canales institucionales para discutir estas cosas. Y te puedo decir que Leticia Huijara no se tomó la molestia de coger el teléfono y hablar”, señala.
Pero para Tovar el reclamo sobre los recursos con que cuenta la Amacc tampoco es nuevo. “Cuando surgen este tipo de comunicados, o de manifestaciones, nada más pienso que son recurrentes, tampoco es la primera vez, pero ni por mucho, que sale la Academia a decir: ‘no tenemos dinero y no se van a poder hacer los Arieles’. Y siempre salen con el cuentito de ‘es que el gobierno’, sea el que sea, no le interesa la cultura y el cine menos”, describe, “pero siempre lo dicen nada más cuando a ellos les aprieta el zapato. Entonces eso me parece de entrada no solidario, y en segunda instancia equívoco, porque no es cierto que no se les esté dando dinero”.
El periodista cultural Sergio Raúl López también juzga la manera en que la institución se ha conducido. “El problema es que lo hicieron para chantajear al Estado mexicano, a Bellas Artes, al Imcine, a la Secretaría de Cultura, de que los subsidien mejor. En lugar de decir: ‘vamos a trabajar juntos para mejorar el Ariel’, porque yo para qué quiero que el gobierno mantenga un premio que se ignora”, explica.
“A mí me preocupa que en la Academia se hable de que las autoridades estén destruyendo al cine porque no les da dinero a los cineastas. En materia cinematográfica tenemos que cambiar la clave neoliberal, el gobierno tiene que hacer leyes para los ciudadanos, no para los dueños de los negocios. Entonces aquí digo, el Imcine debería servir para que todos los mexicanos tengamos acceso al cine”, revira López acerca de la manera en que los recursos públicos habían sido repartidos.
“Ahora el cineasta que más filma es el que hace más carpetas”, ilustra el crítico, quien va más allá al momento de pedir cambios en cómo se ve la cinematografía mexicana. “Si la mitad de las películas, o más, tienen dinero público tanto para su producción, para escribirse, como para distribuirse entonces toda esa lana se pagó con nuestros impuestos. ¿Por qué esas películas no son de libre acceso para los mexicanos? Porque incluso el Ariel se maneja como algo privado”, cuestiona Sergio Raúl.
El académico y columnista Carlos Bonfil considera que la situación responde a la manera en que los recursos públicos son otorgados ahora.“La Academia es una organización civil, hay que tomar en cuenta esto, que recibe fondos del Estado. Uno de ellos es para la compra de estatuillas, que no se ha dejado de dar; otro es para sostener la sede, que es la de Luis Buñuel en la colonia del Valle, tampoco se ha suspendido esa ayuda. La cuestión es que los apoyos que ahora se dan, que no es en fideicomisos es mediante mecanismos que antes no existían, entonces hoy entran a concurso cosas que antes iban directamente para algunas personas. Había privilegios”, indica.
Más que falta de apoyos, ahora existen otras formas de distribución con las que se está en desacuerdo o se desconocen. “Me parece que hay un falso debate porque lo que no se reconoce es que al cine mexicano después de la pandemia, y durante, no se le ha dejado de apoyar. Creo que al respecto Imcine ha tenido una política bastante diferente a lo que se tenía en sexenios anteriores”, destaca Bonfil.
Si bien los recursos todavía existen y se reparten, los nuevos modelos obligan a que ahora “tienen que solicitar, pasar por ciertos estatutos para poder tenerlos. Entonces sí ha cambiado eso, el dinero se distribuye de otra manera, y eso es lo que perturba, molesta, a personas que estaban acostumbradas al estado de cosas que prevalecía en sexenios anteriores, donde se manejaba todo con mucha discrecionalidad y privilegiando a algunos proyectos más que a otros”, señala.
Sergio Raúl también estima que hace falta una autoevaluación por parte de la Amacc. “Primero deberían tener autocrítica de cuáles son los criterios con los que premian, y de quiénes pertenecen a la Academia, y una crítica muy fuerte sobre cómo es su funcionamiento, porque estamos discutiendo si el Estado tiene la obligación de dar dinero o no al Ariel, cuando la respuesta es que no hay ningún contrato firmado. Todo son negociaciones anuales, que se hacen en lo oscurito, y cuando les dan dinero tampoco avisan que se los dieron”.
Los reclamos de la Amacc sobre su condición y el apoyo al cine también han generado suspicacias en torno a la labor que desempeña y su composición. “Para ser un organismo que pretende ser un grupo colegiado de especialistas, creo que les falta mucho. Es una reunión de gente que hace cine y que con el tiempo se ha vuelto una especie de burbuja, un lugar muy aislado. Porque nos podrán decir que tienen 2 mil 500 miembros activos, pero si tú no pagas tu cuota, que no es muy grande, no tienes derecho a votar ni ver las películas para el Ariel, el Óscar o el Goya”, valora Sergio Raúl.
Tovar también recuerda que en sus orígenes, la Amacc tenía una naturaleza más heterogénea, “era capaz de incluir a mucha más gente”. De modo que el también académico señala como ejercicios necesarios que “primero habría que abrir a una cuestión inclusiva, como primer paso; y luego ser más abierta, no sólo en el sentido de quién es miembro sino también de cómo me manejo. No importa que sea una asociación civil, si recibe dinero del erario debería tener la obligación de rendición de cuentas públicas”, explica.
Como un contraste a las demandas que resuenan en espacios como las redes sociales en que se argumenta una falta de recursos, las cifras oficiales anuncian un número récord de largometrajes el año pasado, con más de 250 títulos mexicanos apareciendo. Las películas, sin embargo, provienen de sectores que no siempre habían tenido una voz al ser marginados, o invisiblizados.
“Ahora empiezan a tener mayor presencia, mayor visibilidad, y eso hace pensar que los privilegios se han ido a otro lado: de comunidades indígenas que empiezan a filmar, de proyectos para, o hechos por, personas transexuales o LGBT en general, y de muchas otras comunidades que antes tenían que luchar mucho para que sus proyectos fueran aceptados, financiados, y actualmente hay una recomposición de todo ese paisaje; que es lo que provoca molestias”, subraya Carlos Bonfil.
Si bien se han afectado determinados recursos que se otorgaban antaño de forma directa a ciertos grupos, también ha habido otros que recién ahora comienzan a poder ofrecer sus propias narrativas. “Los indígenas y las comunidades afromexicanas, por ejemplo, sí están tomando la palabra y la cámara y dan su visión de los hechos. Todo eso es incipiente, pero tiene un apoyo directo por parte del Estado, cosa que antes no se daba”, destaca Bonfil, “esa dispersión de recursos es lo que no se entiende en una comunidad cinematográfica acostumbrada a recibirlos de manera discrecional. A veces para crear películas excelentes, eso no cabe duda, pero muchas veces no se sabía dónde terminaban esos recursos”.
Aviña, por su parte, señala la relación que ha tenido la Amacc con cineastas que no pertenecen, por su manera de hacer cine, a este panorama. “Ellos nada más se atienen a las películas que se apuntan a la Academia para competir por el Ariel, pero sí creo que tendría que ver, o velar –y eso el Imcine también en paralelo–-, con todos estos grupos independientes que ni se acercan a ellos porque saben que nunca los van a apoyar, que siempre van a competir contra muchas vacas sagradas que hay ahí”, explica.
Debería haber también una labor de búsqueda y acercamiento a esos realizadores, tanto por parte de la Amacc como del Imcine. “Por lo menos tendrían que estar capacitando a todos los grupos de jóvenes cineastas que tratan de hacer cine, y que lo más chistoso es que están haciendo sus películas sin ningún apoyo”, destaca Aviña.
El editor Luis Tovar coincide con que existe una visión excluyente de la Amacc en torno a otras formas de hacer cine. “Tenemos que hablar de elitismo, no voluntario seguramente, pero de todos modos en los hechos lo es. No digo que la Academia diga: ‘aquí sólo entramos los pijudos’, sin embargo en los hechos así funciona”. Como profesor de cine, Tovar también ha tenido contacto con muchos jóvenes que no ven en la institución un lugar para sus obras.
“Creo que hace mal la Academia con este aparente desinterés por todas esas manifestaciones, porque se están concentrando nada más en perseguirse la cola, como los perros. ‘Yo le hago caso a los que son miembros, les informo, les digo, a lo mejor hasta les doy dinero’, no sabemos, pero a los que no están dentro a ver”, critica Tovar. “La Academia debería tener una vocación hacia afuera, es decir, si yo soy quien entrega un premio que es el más importante del cine mexicano, chiquito o mediocre, es el más importante, más que el del Festival de Morelia, entonces si esa es la naturaleza de lo principal que hago y no soy bueno para darle difusión y generar expectativa, y encima también todas mis otras actividades las manejo desde una perspectiva endógena pues voy a seguir anónimo toda mi vida”, vaticina.
Para Sergio Raúl los problemas se derivan más bien del ostracismo de la asociación civil. “El problema del Ariel no es que el gobierno no les da dinero, el problema es que es una asamblea de notables, celosos de su puesto, y que no dejan entrar a nadie más”, señala. El periodista también admite que siguen existiendo esquemas que los cineastas no siempre logran comprender, o bien que los recursos no siempre son entregados de forma oportuna.
“No niego que el gobierno, como ente subsidiario, se ha vuelto un ente atroz porque el SAT y Hacienda tienen el control con reglas de contador y no con reglas de artista”, describe López, “el subsidio no es solamente que te lo den sino cuándo te lo dan. Si te lo dan un día antes de la ceremonia pues ya te metieron en problemas porque todo lo que tienes que pagar lo estás pagando ya con préstamos y con recargos”, reconoce.
Al tratarse de una asociación civil y no una dependencia federal, la Amacc “tendría que estar generando sus propios recursos y ser totalmente independiente. Eso no invalida que pudiera solicitar recursos como lo hacen festivales de cine, centros culturales, cineclubes, etcétera”, indica Aviña.
Caso similar es el del cine hecho por vías distintas. “La Academia y el Imcine tendrían que representar a todo el cine, no solamente a un grupo específico. Y son los chavos que hacen sus películas con tres centavos y la gente que ha sido apoyada con recursos del Focine, etcétera. Entonces sí tendría que estar aglutinando a todas estas personas, porque son muchos”, dice Aviña.
En un panorama como el actual, en que el cine más visto en el país proviene de Hollywood y se encuentra en dos principales cadenas de exhibición, no sólo son necesarias las salas destinadas a exhibir las narrativas mexicanas sino que además se debe procurar la formación de públicos. “Algo que no han hecho ni la Academia ni el Imcine es hacer nuevos cinéfilos. Cada vez hay más interés en el cine mexicano en las nuevas generaciones, pero de todas maneras falta formarlos, que realmente sean fans del cine mexicano de hueso colorado, y no sólo del cine que se hace ahorita sino de todo en general”, señala Rafael.
Además de entregar los Arieles, los estatutos de la Amacc señalan que la institución tiene como responsabilidad atender otros aspectos acerca de la conservación, difusión, creación de públicos o desarrollo del cine nacional, sin embargo, esas otras labores también han sido relegadas. “Esas actividades que tiene, que son los Arieles, su organización, darlos, decidir a quién otorgarlos; pero también la promoción, la difusión y la formación de público interesado. Es decir, en sus estatutos, la Academia está facultada como asociación civil, para hacer todas estas labores, puede dar talleres, una cantidad de cosas que si las hace o no, no se sabe”, dice Luis Tovar.