Ella sí era una “niña de Guatemala”, como reza el poema de José Martí. Nacida en la Ciudad de Guatemala en 1923, la pintora, grabadora, muralista y docente Rina Melanie Lazo Wasem llegó a México en 1947 al ganar el primer premio en un concurso de pintura, consistente en una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Ya había cursado estudios en la Academia de Bellas Artes de su país natal. Pronto formó parte del movimiento muralista mexicano gracias a su mentor, Diego Rivera. El muralismo le enseñó la relevancia de expresar una conciencia política y social. El centenario natal de Rina Lazo, como se le conoce, se celebrará el 30 de octubre.
La civilización maya fue un tema central en su obra, ya que pasó su infancia en la ciudad de Cobán. Incluso, su último mural, Xibalbá, el inframundo de los mayas, terminado un par de días antes de fallecer, el primero de noviembre de 2019, fue exhibido el año pasado en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Tardó 10 años en concluirlo. De esta manera, Lazo se convirtió en la primera mujer en exhibir un mural en el recinto.
A los tres meses de ingresar a La Esmeralda, Lazo se integró al equipo de ayudantes de Rivera, quien en ese momento realizaba el mural Sueño dominical de una tarde en la Alameda Central (1947), en el desaparecido Hotel del Prado. El muralista guanajuatense siempre la consideró una “pintora de gran talento, mi amiga dilecta, mi mano derecha, la mejor de mis ayudantes”.
En 10 años, Lazo colaboró con Rivera en la esculto-pintura del Estadio Olímpico en Ciudad Universitaria, en los frescos del Hospital de La Raza, en los murales del Cárcamo del Río Lerma y en el cuadro-mural La gloriosa victoria (1954), en el que Rivera la retrató como parte de la resistencia guatemalteca.
Lazo relató a La Jornada en 2010: “Un día trabajaba en el estudio de San Ángel, donde se pintó este cuadro, y me dijo: ‘Rina, mañana traiga una blusa roja’. Llegué y me indicó: ‘Párese allí con una ametralladora’, que era, por cierto, del nieto de Diego, el hijo de Lupe, quien había dejado una de plástico por allí en el salón. Entonces, me puso con una ametralladora en el grupo de la resistencia guatemalteca.
“Después me dijo: ‘Ahora pinte usted este último cachito’ –la parte de arriba del lado derecho donde se plasmó la cárcel en la que estaban todos presos políticos de aquel momento. Hay un cuadro mío dentro del cuadro de Diego.
“Cuando terminé, me indicó: ‘Ahora fírmelo’. Pero yo, toda tímida, no me animé a firmarlo. Entonces, me quitó el pincel y puso dos corazoncitos, como un grafiti dentro de la cárcel. Uno decía Rina Lazo y el otro Diego Rivera, porque era muy vacilador y de muy buen humor.”
Por medio de Rivera y Frida Kahlo, Lazo conoció a su futuro marido, Arturo García Bustos, quien formó parte de un grupo de alumnos de la afamada pintora conocido como Los Fridos. La pareja se casó en 1949 y realizó varios murales en conjunto: Zapata y pobladores de la región de Temixco en la época prehispánica (1949-1950) y Realidad y sueño en el mundo maya: Mágico encuentro entre hombres y dioses (1997), en el hotel Casa Turquesa, Cancún.
En 1966, con ayuda de García Bustos y Jorge Ramírez, Lazo reprodujo a escala natural las pinturas mayas en el templo de Bonampak, para el edificio facsímil en el jardín anexo a la sala maya del Museo Nacional de Antropología. Para este recinto realizó, en 1995, el mural Venerable abuelo maíz, inspirado en el Popol Vuh.
De manera individual, Lazo pintó Los cuatro elementos (1949) en la Logia Masónica del Valle de México; Campesino (1949), vinilita sobre cemento, en la Escuela Primaria de Texixco, Morelos; Tierra fértil (1954), en el Club Italiano –hoy se encuentra en el Museo de la Universidad de San Carlos–, de la Ciudad de Guatemala, y Venceremos (1959), alusivo a la intervención de 1954 en Guatemala, que forma parte de la colección permanente del Instituto Mexiquense de Cultura.
Colmada de silencios y tenue, la obra de Laville
Merry MacMasters
Joy Laville (1923-2018), pintora, escultora y grabadora de origen inglés, naturalizada mexicana en 1986, cumpliría 100 años este 2023, el 8 de septiembre. Conocida por sus cuadros de “sencillos escenarios, poblados por callados transeúntes o mudos personajes en reposo”, según el crítico de arte Jorge Alberto Manrique, esta “mujer lila”, a decir de su marido, el escritor Jorge Ibargüengotia (1928-1983), se relaciona con la Generación de La Ruptura. En 2012 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
Helene Joy Laville Perren nació en la isla de Wright cuyo paisaje, se ha dicho, se ve reflejado en su pintura por medio de su paleta de colores pálidos y su referencia frecuente al mar. Interesada en el arte desde temprana edad, interrumpió sus estudios por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A los 21 años contrajo matrimonio con Kenneth Rowe, un artillero de la Fuerza Aérea canadiense, con quien se fue a vivir a ese país por nueve años, y padre de su único hijo Trevor Rowe.
Laville y Trevor se trasladaron en 1956 a México, a San Miguel de Allende, donde se convirtió en pintora. “Empecé a pintar en serio en México; soy una pintora mexicana”, expresó Laville entrevistada por La Jornada con motivo de la entrega de la Medalla Bellas Artes en 2012. Hace 52 años recibió el Premio de Adquisición del Palacio de Bellas Artes en la exposición Confrontación ‘66.
En ocasión de la entrega de la Medalla Bellas Artes, la crítica de arte Lelia Driben, encargada del texto de presentación, hizo hincapié en la “total originalidad” de la obra de Laville, quien “no es deudora de nadie, de ningún otro pintor salvo una leve, levísima influencia de quien en una época temprana fue su maestro en México. Me refiero a Roger von Gunten”. Pero, mientras éste “superpone figuras, naturaleza y manchas, y está muy cerca de la abstracción, Joy, por el contrario, demuestra conocer muy bien la abstracción, pero elige una figuración muy tenue, sobria, colmada de silencios”. Estudió en el Instituto Allende.
Laville conoció a Jorge Ibargüengoitia en una librería donde ella trabajaba: “Ese fue el inicio de los 20 años más felices de su vida. Con él compartió viajes, lecturas, amigos, y como creadores mantuvieron siempre una actitud crítica con relación a la obra de arte”, escribió Beatriz Mackenzie en 1987 con motivo de una exposición de la pintora en el Instituto Cultural de Tabasco.
Tras algunos años de vivir juntos, la pareja se casó en 1973. En ocasión de una muestra en 1967 en la Galería de Arte Mexicano, Ibargüengoitia escribió: “Desde hace un año vivo con una mujer lila. Cuando abro los ojos, cada mañana, la veo en su postura habitual: está de pie, en medio de una habitación verde, junto a dos sillas disparejas y un foco eléctrico apagado; desnuda, con los brazos un poco echados hacia atrás, como esperando a que alguien le tome una fotografía. Por la ventana que está a su espalda se ve la noche de Luna, o, mejor dicho, la luz de la Luna que ilumina unos muros con enredaderas y un árbol. Entre el follaje del árbol hay una pequeña, misteriosa y brillante luz anaranjada”.
Ibargüengoitia falleció en un accidente aéreo cerca de Madrid en 1983. Según Lelia Driben, con la muerte de su marido, Joy “pierde su brújula pero no su arte”. Al año regresó a México y se fue a vivir a Morelos.