Si existe un cineasta que representa, como ningún otro, el sistema métrico sexenal que rige al país desde hace más de ocho décadas ese es, sin duda alguna, el controversial y polémico, a la vez que taquillero y exitoso, pero también inconfundible y personalísimo Luis Estrada, cuyos largometrajes critican, testimonian e incluso ridiculizan la administración presidencial en turno.
Así ha ocurrido con La ley de Herodes (1999) y su acerbo retrato de la corrupción priísta al final del sexenio de Ernesto Zedillo; Un mundo maravilloso (2006), respecto de la exclusión neoliberal con Vicente Fox; El infierno (2010) y su retrato de la irracional guerra al narco con Felipe Calderón, o con La dictadura perfecta (2014) denunciando el poder televisivo que encumbra presidentes como Enrique Peña Nieto. Lo mismo se esperaba de ¡Que viva México! (2023), una farsa coral que reúne y resume, en una sola familia enloquecida detrás de una herencia minera, a muchos de sus personajes anteriores, pero en épocas de un nuevo partido hegemónico: Morena.
Tres de aquellas películas emblemáticas –El infierno, La ley de Herodes y La dictadura perfecta– se encuentran hace meses en el catálogo de la plataforma audiovisual en línea Netflix, por lo que la empresa llevaba años enteros coqueteando con el cineasta capitalino para que dirigiera una producción suya, bien fuera una serie, un documental o un filme. Al ser rechazado cinco veces de los apoyos públicos para producir su quinto filme de sátira política y cancelar un primer intento de rodaje en marzo de 2020, con socios y el elenco amarrado pero ante el arribo del confinamiento por covid, Estrada decidió tirarse a sus brazos y hacer juntos su siguiente película, con una sola condición: no podían opinar sobre las decisiones creativas, sino darle completa libertad.
Desde un inicio y durante el largo proceso de negociación, el productor y guionista insistió en que el espacio natural de las películas son los cines, pero la compañía establecida en Silicon Valley se negó absolutamente a modificar su política mundial de exigir una ventana de apenas dos semanas entre la salida en salas y el estreno en su sitio –los cines exigían 90 días y durante la pandemia bajaron a siete semanas–, y apenas le ofrecieron el circuito de “cines selectos” el 3 de noviembre y salir en la plataforma el 16 de noviembre, lo que hubo de aceptar.
En todos los complejos
Pero al correrse la noticia, desde el Festival de Morelia, de la excepción que Netflix haría con Bardo (2021), de Alejandro González Iñárritu sería lanzada en el circuito comercial el 27 de octubre, siete semanas antes de su estreno el 16 de diciembre en la plataforma, el realizador montó en cólera, pues le pareció sumamente injusto.
“Como se dice en lenguaje del pueblo bueno y sabio: monté en pantera, me empezó a salir espuma por la boca porque pedí esa excepción desde el día cero. Decidí pelear con argumentos y, por suerte, fueron suficientemente inteligentes y sensibles para hacer otra excepción con mi película”, explica en el escritorio de Bandidos Films.
Así alcanzó el acuerdo de comprar a Netflix los derechos para su distribución en la cartelera nacional y hacer un lanzamiento nacional, que prevé en 2 mil 500 pantallas –más de la tercera parte de las 7 mil 391 instaladas en México–, el jueves 23 de marzo, una fecha propicia, faltándole decidir si será acompañado por una distribuidora independiente o una grande, y llegará en julio a la plataforma, tres meses más tarde.
De los números que logre en taquilla este largometraje de tres horas con 11 minutos, dependerá su influencia en otras películas de Netflix, por lo que su lanzamiento será una especie de conejillo de indias para averiguar si el regreso masivo del público a los multicinemas es sólo para los grandes blockbusters de Hollywood –Avatar, Spider-Man, Avengers o Wakanda Forever– o si el público está abierto a otro tipo de cine.
“Cuando digo que enloquecí comprando la película es por el momento y a ver si no me carga la chingada. Si hubiera tenido esta oportunidad hace tres años, pronosticaría que estaría cerca de Derbez –14 millones de espectadores– tal es la fe que le tengo pero hoy es una incertidumbre y un misterio que muy pronto se resolverá: o me hundo o triunfo, no hay medias tintas”, advierte.
Un caso de censura preventiva
Cada vez que Andrés Manuel López Obrador se ha presentado a un cargo de elección popular Estrada ha votado por él, y afirma temerario que si hoy en día se repitiera la elección presidencial de 2018, volvería a cruzar la boleta a su favor. Pero su preferencia política no le impide dejar de lado la enorme decepción que la Cuarta Transformación ha causado en el mundo de la cultura y el cine, tanto por los hechos como por el contraste entre las expectativas de lo que iba a ocurrir con el Proyecto de Nación.
En su caso, especialmente porque las instituciones culturales y cinematográficas del Estado trataron de impedir que hiciera esta película al negarle los apoyos solicitados cinco ocasiones. Las dos veces que acudió al Sistema de Apoyos a la Creación y a Proyectos Culturales (el viejo Fonca) para el desarrollo del proyecto, no resultó seleccionado. Pero lo más grave son las tres ocasiones en que le rechazaron del Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en la Producción y Distribución Cinematográfica (Eficine-Producción).
La primera razón fue que en alguno de los cientos de documentos de la carpeta no aparecía su nombre completo y no había manera de probar que fuera la misma persona; el segundo rechazo fue porque uno de sus contribuyentes tenía una multa por un retraso en el SAT, pero la tercera fue peor, ya que había sido aprobado en lo cinematográfico y sólo restaba la evaluación técnico-económica, pero el consejo evaluador dictaminó que el proyecto carecía de calidad en el guion y en el equipo mismo, incluyéndolo a él.
“Es un acto de censura preventiva por parte de las autoridades culturales y cinematográficas del país, porque apostaban a que yo no pudiera hacer esta película en este sexenio. Pasa que soy el mismo güey que arma un pedo con cada presidente y el proyecto es tan ambicioso que no había manera de sacarlo sin apoyos públicos. No quiero sonar paranoico ni temerario pero las autoridades no querían que se filmara esta película, por lo menos en este sexenio, para evitarse un problema”, afirma con el ánimo encendido.
El resultado fue peor: ahora Estrada cuenta con un caso sólido y perfectamente armado para demandar tanto a la Secretaría de Cultura como al Instituto Mexicano de Cinematografía ante las autoridades de la Función Pública, del Órgano Interno de Control y de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos por la manipulación de los procedimientos para impedirle realizar este filme, señala.
“Lo más bizarro es que el Estado, en tiempos de Salinas, me apoyó para hacer Ámbar (1994) y Bandidos (1991); de Zedillo, La Ley de Herodes; de Fox, la crítica al neoliberalismo; incluso Calderón, con el chorrillo y el coraje que le propició, y Peña Nieto a su caricatura más demoledora, con Televisa apoyándome además con el Eficine. Así que el único gobierno que no me apoyó en mi carrera cinematográfica fue el de López Obrador; que con su pan se lo coman María Novaro y Alejandra Frausto, porque es un hecho consumado y la película ya está. Si no les pasa nada con la demanda no importa, pero quiero dejar un precedente de que al que obra mal se le pudre el tamal”, remata convencido.