Santos. Pelé es de la gente. Del pueblo brasileño y del mundo. De todos los que capturaron una imagen, en la niñez o juventud, para almacenarla en una memoria colectiva de infinidad de fragmentos. Por eso, los miles de dolientes anónimos y los de renombre lo despidieron en el funeral que empezó ayer y terminará este martes con una ceremonia privada en un cementerio de la ciudad de Santos, cuna del equipo del mismo nombre y de donde emergió la leyenda. En ese estadio del club albinegro, el Vila Belmiro, con aforo de 16 mil personas, se colocó el féretro con los restos de Edson Arantes do Nascimento, siempre recordado como Pelé, O Rei.
Primero había unos cuantos, después llegaron miles atraídos por la fuerza mitológica de El Rey, todos querían despedir al jugador que rompió los límites, del futbol, de la fama, de las finanzas, del éxi-to global.
El ataúd estaba sobre la cancha donde el deportista marcó algunos de los mejores goles en su carrera. La gente hacía fila para entrar y decirle adiós o para dejar ir un fragmento de su propio pasado. Abundaban las playeras albinegras del Santos, las verdeamarela de la selección brasileña. Las edades abarcaban un abanico amplio, los mayores que lo vieron surgir como un fenómeno y los jóvenes que lo veían como un crack inmortal. Llamaba la atención la abundancia de niños.
“Mi infancia estuvo marcada por lo que Pelé hizo por Brasil en los partidos de los Mundiales”, explicó Carlos Mota, de 59 años, quien viajó desde Río de Janeiro con su hijo Bernardo, de 12 años.
“Siempre le dije a mi hijo que hay tres cosas que no se discuten: que el balón es redondo, el césped es verde y Pelé, el más grande”, agregó el trabajador del sector bancario.
Varias autoridades asistieron al memorial y otras más acudirían hoy, como el recién investido presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. Quienes ya estaban desde ayer eran el vicepresidente Geraldo Alckmin, viejo seguidor de Santos, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, aunados a una multitud de medios de comunicación internacionales. Unos mil periodistas dieron cobertura a este evento.
Y la gente mostraba sus respetos, su melancolía y la defensa enfática de quien consideran el mejor futbolista de la historia, el que ganó tres Copas del Mundo (Suecia 1958, Chile 1962 y México 1970) y sólo consideran comparable a otro mítico, el argentino Diego Armando Maradona.
“¡Pelé, Pelé!”, se escuchaba como si el Rey estuviera haciendo magia con la pelota. De pronto entonaban cánticos destacando a O Rei por encima del argentino Maradona, su gran rival por el trono del mejor artista de la pelota.
Mientras, Marcia Cibele Aoki, tercera esposa del ex delantero, se acercaba a ver el cuerpo de El Rey. Vestida de negro y entre lágrimas, pasó la mano sobre la cabeza del astro, con quien se casó en 2016. También hacían guardia al menos tres de los seis hijos vivos del inolvidable “10”, Edinho, Kely y Flavia, y algunos ex internacionales brasileños como Paulo Roberto Falcao, Zé Roberto o Mauro Silva.
“No pude verlo jugar, pero ese mito, esa leyenda de los mil goles es grandiosa para mí”, afirmó Cristian Abreu, adolescente de 16 años y residente en Santos que llegó al lugar a las seis y media de la mañana y fue de los primeros en entrar al velorio.
Santos, la ciudad donde se consagró, no olvidaba lo que aportó El Rey para atraer la atención mundial en este puerto. “Llevó el nombre de Santos a todo el mundo, debe ser reverenciado”, aseguró el chofer Fernandes José de Oliveira, de 56 años, que viajó solo desde Sao Paulo la mañana del lunes.
En las afueras del estadio donde se realizaba el homenaje, una mujer cargaba unas flores blancas que esperaba dejar junto al busto y la estatua del astro ahí ubicados.
“Fue emocionante y triste. Hay un sentimiento de gratitud por todo lo que él hizo por Brasil, por el futbol brasileño. Somos reconocidos en el mundo entero gracias a Pelé”, resumió la mujer.