Los egipcios, hace más de 3000 años, dividieron el día en 24 horas e inventaron un reloj solar que medía el tiempo mediante la longitud de las sombras. Con la barra orientada hacia el oeste, el sol llegaría a las 12 del mediodía justo cuando no hubiera sombra en el instrumento.
Con este antecedente se fue conformando un método de dividir el tiempo, traducido en días, semanas, meses y años, de manera que se conservó hasta el día de hoy.
Esta medición tuvo diferentes finalidades, una en particular se fue convirtiendo en la tradición de celebrar el fin de un año y el inicio de otro, donde las reflexiones de cada ser humano por el año que termina es la oportunidad de reflexionar sobre lo alcanzado, los pormenores de los obstáculos vencidos y las huellas de aquello que fue trascendente y que marcó una particularidad en nuestras vidas tanto en lo individual como en lo colectivo.
Es también, por mucho, un ejercicio de introspección que nos hace desear lo mejor a nuestros semejantes, pedir bajo nuestras creencias el que el año venidero sea mejor que el anterior y plagamos nuestras mentes con aspiraciones, deseos y, por qué no, nuestros sueños, en el sentido de que a todos nos vaya bien o mejor que el año anterior.
Es en este espacio que, no obstante ser un lugar común en estas fechas, cabe reflexionar que ojalá pensemos cómo podemos y debemos ser mejores como sociedad. Creer y desear que es hora de dejar atrás rencores, diferencias que nos dividen y que obstaculizan la oportunidad de generar la unidad para enfrentar aquello que como sociedad nos detiene y que cobra factura en el detrimento de todos.
Es obvio que no se trata de suponer e imaginar un futuro bajo una sola forma de pensar, ya que es en la diferencia de pensamiento donde una sociedad se alimenta y se enriquece a sí misma para enfrentar sus problemas y retos.
Lo que sí considero válido, y más en estos tiempos donde la enfermedad y la guerra nos han encarado y que nos recuerdan qué tan vulnerables somos, es reflexionar y detenernos en cuáles son los verdaderos problemas de todos y que no en un egoísmo ciego reflexionemos que por estar bien en lo individual lo que suceda en el conjunto social no nos afecta.
Hoy más que nunca, en este siglo XXI es preciso pensar en el futuro, comprometiéndonos a retomar los valores que como sociedad tenemos por nuestra propia historia desde el seno familiar, no renunciar a renovar el ánimo para construir los retos de cada quien, pero enfocarlo a que sean los retos de todos. La premisa debe ser intentar en convivencia, sí con nuestras diferencias, pero no para excluir a nadie, sino por el contrario para sumar esfuerzos en esta diversa nación que debe unirse para intentar ser mejores.
Que 2023 sea un espacio donde todos asumamos que la pobreza, la desigualdad y la indiferencia es algo que nos afecta a todos. Que el unificar un debate sobre los males comunes de inseguridad y de falta de oportunidades para todos es la razón más poderosa para invitar a ponernos de acuerdo en cómo enfrentarlo y dejar atrás el culparnos entre nosotros, ya que eso sólo ahonda en nuestros problemas y posterga el largo camino para aspirar a vivir en una mejor sociedad.
Hagamos todos, sin caer en lo mismo, por que 2023 sea un año que dé espacio para mirar hacia el futuro, con el compromiso, al menos, de infundir valores desde el seno familiar, unificando voces por aspirar a un país menos dividido y que nuestra conciencia se aboque a mirar hacia adelante y renunciar a quedar presos en el pasado. Que así sea y que en 2023 todos nuestros deseos se puedan lograr en paz y armonía.
Ahora es un buen momento para tomar una decisión, recordando que somos dueños de nuestro propio destino y responsables de nuestros actos y sus consecuencias. Las circunstancias en las que vivimos pueden ser complejas, pero las actitudes que adoptamos reflejan nuestro carácter y pronto veremos los resultados de nuestras acciones, y si no ahora, ¿cuándo? Termino mi columna con unas palabras de Albert Camus: “En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible”.