Para neoliberales y ultraizquierdistas, el liderazgo popular es visto con sospecha, pues lo tachan despectivamente de mero “populismo”, “mesianismo tropical”, sinónimo de manipulación de las masas, autoritarismo. Ante estas concepciones es necesario realizar una defensa del liderazgo como expresión de una democracia plena, material, es decir, popular, y dar cuenta de su papel en la constitución del pueblo como actor político, así como comprender la constitución ético-política sobre la que se funda.
El pueblo es el actor político por excelencia, pero ¿cómo se conforma éste como actor político de transformación? En las entrañas de un pueblo (el cuerpo político integral) se encuentra el “pueblo de los oprimidos” como una “parte” que se levanta en exigencia de la satisfacción de sus necesidades. En la irrupción de los oprimidos se da un acto fundamental de solidaridad, donde se unen para luchar, manifestarse y organizarse. Las luchas populares implican una serie de relaciones sobre las que comienza a condensarse un pueblo y a crearse los tejidos desde los cuales puede emerger un liderazgo. Para que el pueblo se constituya en un actor político de transformación, tiene que seguir su proceso de condensación, que pasa por la forma de un movimiento, hasta poder adquirir la forma de un liderazgo.
El eslabón que está en la base como en la cima de la condensación del pueblo es el liderazgo mismo, en tanto singularidad sobre la que se sostiene el pueblo y sobre la cual termina de configurarse como sujeto transformador. ¿Por qué decimos que el liderazgo está al comienzo y al final del proceso de constitución del pueblo como sujeto político? Desde sus luchas más primigenias el pueblo se compone y se manifiesta a través de personas singulares, quienes asumen la responsabilidad de luchar por exigencias populares, comenzando una práctica activa que los convierte en militantes de dichas causas. Es así que el liderazgo se construye a lo largo del tiempo en las luchas y comienza desde las bases populares como militancia. Por ello afirmamos que el liderazgo es el estallido de una vida de militancia acumulada en el tiempo. Los grandes liderazgos no surgieron de la noche a la mañana sólo por ser carismáticos, sino históricamente, forjando batallas y con un historial de servicio.
El contenido profundo del liderazgo es el acto ético de servicio que antecede al momento de la representación formal. Pero ¿qué implica servir al pueblo? El servicio no es una actividad burocrática, ni mero servilismo complaciente, es el movimiento del Yo al Otro. El servicio que caracteriza a un liderazgo es el resultado de una transformación radical de su ser individual hacia una subjetividad común, popular. Comprender esta subjetividad es importante, porque se trata de una singularidad que ha pasado de ser egoísta a exponer su propio cuerpo por los otros.
El liderazgo, en tanto que proviene del seno del pueblo y del trabajo a favor de sus causas, ha expandido su subjetividad y por ello es capaz de “encarnar” a los oprimidos sobre la base de su subjetividad ética de servicio. Un pueblo se concentra en un liderazgo y esto ocurre porque una singularidad asume en sí misma a los muchos, mediante la disposición de su vida al pueblo (de otra manera sólo usurparía la representación del pueblo). Así, lo que está al origen del actor político de transformación no es un solo principio, ni una sola persona, ni el pueblo como un todo abstracto, sino una relación mutua en la que si se excluye uno de los dos términos (pueblo y liderazgo) deja de existir el pueblo como actor político. Es a partir de este liderazgo que el pueblo se encuentra políticamente consigo mismo, se concibe como “pueblo para sí”: un cuerpo en el que se han unificado múltiples cuerpos. El liderazgo es la sintetización material que un pueblo se da a sí mismo para tener dirección y acción incisiva.
Cuando una persona se ha expuesto por el pueblo y tiene una trayectoria de trabajo por el beneficio popular, se posiciona como un “ungible”, digno de ser reconocido por el pueblo como su liderazgo. En ese momento de reconocimiento el liderazgo ya no es una sola persona, sino muchos; ahora es una “subjetividad popular”, parte de una relación dialéctica “pueblo-liderazgo” que conforma un cuerpo extenso, cuyos tejidos y miembros son constituidos por las relaciones de encarnación mutua, apoyo y confianza que otorgamos a quien, a su vez, es portador de los intereses populares. De ahí que el liderazgo popular no esté solo. Los liderazgos son una producción de los pueblos y su surgimiento es posible y necesario porque la mate-ria de la que se genera es la comu-nidad real, construida por los cuerpos concretos de las personas, con la capacidad ética de asumir en su singularidad una relación de responsabilidad por un pueblo.
* Doctor en filosofía (UNAM), colaborador del Instituto Nacional de Formación Política