Ante un nuevo año solemos hacer propósitos y proyectos encaminados a ser felices. Pero rara vez profundizamos en qué es la felicidad, para diferenciarla de fantasías o entusiasmos efímeros y superficiales. Hace muchos años me he interesado en el tema y lo he explorado desde la sicología y la filosofía. Entre lo mejor que he encontrado está el Discurso sobre la felicidad de Emile du Châtelet, nacida en París en 1706, matemática, física y filósofa. (Editorial Cátedra).
lo escribió entre 1745 y 1748 y es lo más fresco y transparente que existe sobre el tema al día de hoy. Dice que ser “propensos a la ilusión” es una gran ayuda para ser feliz, pues debemos la mayor parte de nuestros placeres a la ilusión, y ¡ay de los que la pierdan! En lugar de hacerla desaparecer merced a la antorcha de la razón, tratemos de engrosarla…
Voltaire se enamoró de la marquesa cuando ella tenía 27 años: “Confesaré que es tiránica –escribió–, para hacerle la corte es necesario hablarle de metafísica, cuando uno querría hablar de amor.” Emilie fue compañera de estudios y cómplice de Voltaire cuando fue perseguido por sus Cartas filosóficas. Ella ha de haber sido muy feliz al lado de él, quien le escribió versos como metáfora de Urania, diosa de la tierra: ¡Os adoro, oh mi querida Urania/ ¿Por qué tan tarde me habéis inflamado?/ ¿Qué he hecho en los días de mi juventud?/ Se perdieron; nunca había amado… Y aunque de esta vida feliz con Voltaire haya nacido su Discurso sobre la felicidad, ella lo escribió cuando ya tenía 40 años y el amor se había convertido en amistad. Da la impresión de que el texto le sirvió para poner orden a sus sentimientos, no para publicarlo. Queda claro que du Châtelet entendió bien la influencia de las pasiones en la acción de los humanos y actualizó a Pope: “Navegamos sobre el vasto océano de la vida; la razón es la brújula, pero la pasión el viento. No es sólo en la calma donde uno encuentra la divinidad; Dios marcha sobre las mareas; sobre los vientos…” En su propia historia de mujer pareciera haberse cumplido la idea volteriana de que la virtud y la voluntad no garantizan la felicidad, y aplicó discurso: abandonar el amor cuando el amor nos abandona, equilibrar una pasión con otra.
El día de su muerte, en 1749, a sus 42 años, Emilie terminó la traducción al francés de Principios matemáticos de la filosofía, de Newton, con prólogo de Voltaire: “El dolor de una separación eterna afligía su alma, pero la filosofía, de la que su alma estaba llena, le permitió conservar su coraje...”