De los tres grandes gobiernos fascistas europeos el más duradero, por mucho, fue el de España. En Alemania e Italia tanto su Führer como su Duce tuvieron un final cruento y relativamente temprano. Sólo en España duró casi cuatro décadas, y puede decirse que tanto su espíritu como mucho elementos políticos y sociales, en unos lugares más que en otros, han sobrevivido a la muerte de su “caudillo por la gracia de Dios”.
Por un lado, recuerdo que en los años 90, en ciertos lugares como Salamanca, Zamora, Valladolid, etcétera, se lo recordaba devotamente y se mantenían erectos ostentosos monumentos que honraban su memoria. Incluso había sobradas muestras de que su Partido Popular no era más que una prolongación disimulada del franquismo. Ha quedado claro, por ejemplo, que su Tribunal Supremo es una verdadera cueva de franquistas cada vez menos disimulados.
Tal longevidad, en un sentido y en otro, daba lugar a que muchos pensaran que dicha ideología era endémica en lo que algunos denominan la “España profunda” o el corazón mismo de la españolidad.
No faltaron quienes se fueron con la finta de que podría irse consolidando paso a paso una verdadera democracia, respetuosa de sus muchas diferencias internas y del “derecho ajeno”, pero no ha sido así.
En 1977 se promulgó una constitución que parecía abrir las posibilidades de ir modernizando la anticuada concepción de la sociedad que prevalecía en ese Estado y la falta de respeto por las diferencias, pero la realidad es que se “volteó el chirrión por el palito”. A partir de entonces, en vez de que la tan cacareada Constitución fuese mejorando, lo cierto es que procedió a dar muchos pasos hacia atrás, respaldados por el franquismo vigente.
Parece cierto el decir de Josep Pla, escritor costumbrista y gourmet, bastante acoplado con el franquismo, quien aseguraba que lo más parecido a un español de derecha era un español de izquierda… o lo que podría decirse de que el franquismo forma parte intrínseca de una nacionalidad en la que no caben diferencias que propugnen por una mayor justicia social.
Paso a paso el franquismo, fascismo, falangismo o como quiera llamarse va ganando terreno y ahora ya se quitó la máscara en la palestra política y, coordinado con su fraterno Partido Popular, el emergente Vox, ya da muestras de su vitalidad.
Incluso aflora su vocación imperial de volver a meter sus narices en América y está colando tentáculos en sus diferentes países, donde no faltan simpatizantes de ese tipo de españolidad entre los más gachupinófilos que tan dañinos, en todos los aspectos, le resultan a nuestros países.
México es un objetivo principal, por su importancia, porque hay en él material para tales fines y, sobre todo, porque quieren quitarse la espina del daño tan grande que se le hizo defendiendo en Francia, y también en Portugal, a muchos miles de españoles republicanos, una enorme cantidad de los cuales encontraron asilo en nuestro país, y negándose además a reconocer al gobierno dictatorial de Franco.
Lamentablemente, entre sus descendientes no faltan quienes dan muestras de simpatizar ahora con el neofascismo español y le están haciendo el juego.