A mediados de la década de los noventa, la Roma era una colonia semiabandonada de la Ciudad de México, en la que los grandes desarrolladores inmobiliarios aún no arribaban y era habitada por estudiantes, artistas, bohemios y gente de la farándula. En un recinto de dos pisos sobre avenida Cuauhtémoc, número 91-A apareció dibujado un sonriente gato de Cheshire, personaje del País de las Maravillas creado por Lewis Carroll, junto con la A del anarquismo como primera letra de la heroína literaria Alicia.
Inspirado en la radio libre italiana, con un discurso contestatario y libertario, el Multiforo Cultural Alicia inició sus actividades públicas el primero de diciembre de 1995, con un concierto de Antidoping, Limbo Zamba y Vantroi, un proyecto autogestivo e independiente de Ignacio Nacho Pineda, quien trabajaba en producción del hoy desaparecido recinto del Toreo de Cuatro Caminos.
“El Alicia era un lugar de amigos para los músicos reprobados y apestados que nadie quería: bandas de ska, de hardcore, de hip-hop, surf, punk rock, trash, rockabilly, reggae y los nuevos géneros del metal, recuperando incluso al movimiento semiolvidado de los rupestres o la música de vanguardia de Oxomaxoma, Decibel, Arturo Meza o Real de Catorce, y grupos nuevos como Cabezas de Cera. Eran los músicos incómodos, no las bandas bonitas, y aquí era su casa porque además tenían un montón de público y a la banda le gustó”, rememora su fundador e impulsor.
Muy pronto Nacho descubrió que los grupos famosos, impulsados por grandes disqueras y programados en la radio no se presentarían en su escenario y volteó hacia las bandas que no tenían acceso ni a la radio ni a festivales ni a espacios de rock que les obligaban a vender los boletos de sus propias presentaciones.
“El Alicia es como un hoyo fonqui, no hay gran cambio. Cierto, lo pintamos, lo arreglamos, le metimos audio pero sabíamos que nuestro público de Tacubaya, Iztapalapa, San Felipe o Vallejo no tendría para pagar entradas altas y nunca quisimos venderle alcohol, queremos que vengan a ver música, cine, video, literatura, charlas, talleres y que tengan acceso sin necesidad de beber. Sólo en los conciertos vendemos cerveza, pero no en los talleres anarquistas ni en las charlas, que son de entrada libre”, explica.
El final de un ciclo
Contra todo pronóstico, incluso de su mismo impulsor, el proyecto logró prosperar y mantenerse funcionando, hasta que Nacho optó por una decisión drástica pero necesaria para sí: tomó conciencia de que su ciclo personal al frente del Alicia estaba ya por agotarse y se puso una fecha límite: la celebración del primer cuarto de siglo. Pero la aparición del virus SARS-CoV-2 y los estragos de la pandemia le hicieron tomar la decisión de resistir, incluso con el local cerrado por el confinamiento. A cambio, hizo carteles de prevención e información de salud. Al cabo habían aguantado distintos cierres y clausuras y otros problemas con las autoridades.
“Vamos a aventarnos el tiro del covid”, se propuso, y con el dinero ahorrado para el cierre lograron pagar la renta y los salarios de los 15 trabajadores del recinto, conocidos cariñosamente como Los Alicios, y no fue sino hasta ocho meses después cuando tuvieron que lanzar una campaña para pedir apoyo económico, ya que muchos de sus espectadores habituales deseaban cooperar, lo que les permitió subsistir un par de meses más.
Fue entonces que recurrió a los más de 130 discos compactos, casetes y viniles de larga duración que durante estos 27 años han producido con el sello Grabaxiones Alicia que contienen material de culto de Manú Chao, Austin TV, Lost Acapulco, Los Esquizitos, Albert Plá, cuyas ventas permitieron aguantar un poco más la crisis sanitaria. Y también los carteles y camisetas, con arte de Andrés Ramírez Cuevas –su diseñador de cabecera–, pero también de Alejandro Magallanes, Dr. Alderete, CHema Skandal, Benjamín Alderete.
El cansancio y el agotamiento personal, no obstante, no desaparecieron. Así que hace algunos meses retomó la idea de alejarse del proyecto y dejarlo en manos de Los Alicios, proponiéndoles conformar una cooperativa ante notario y colaborando con 50 por ciento de la cantidad que aportaran, para instalarse en otro local “porque éste está muy chiquito y la colonia Roma ya no me gusta”, pero no aceptaron la propuesta y le pidieron que se quedara.
“La verdad ya son 27 años y rara vez tengo vida privada, trabajo de lunes a lunes, tengo años de no ir al cine o al teatro, sin salir de la ciudad o irme al monte a caminar. Uno tiene derecho de salir un poquito. Además, la pandemia me enseñó que la vida no te pertenece. Muchos amigos músicos, conocidos y varios vecinos de esta calle se contagiaron y murieron. Me iré tranquilo, sin necesidad de que me están llamando, que tengo a la gente afuera, que ya están los grupos, que subir la propaganda o armar el cartel. No tengo ni idea a dónde ir y pero algo va a salir, siempre fui muy vago”, apunta.
Fecha de despedida
Así, desde que anunció el cierre del Alicia, una enorme cantidad de grupos le solicitaron una fecha de despedida, una labor muy compleja que Nacho Pineda resolvió como lo ha hecho a lo largo de los pasados 27 años que ha dirigido el recinto: revisar la agenda y respetar las fechas que ya están otorgadas.
De esta manera, el último sábado de enero se presentará Belafonte Sensacional, el 4 de febrero Rafael Catana y Armando Palomas, y una semana más tarde Nana Pancha. Posteriormente, pondrá a la venta o de manera gratuita, dependiendo el caso, todos los carteles, camisetas y discos que han producido, para reunir un fondo para Los Alicios. También aprovechará para pensar qué hacer con todo el equipo técnico que han adquirido en estos años, probablemente donarlo a otro colectivo.
“No me lo voy a llevar a mi casa, ni de chiste. Tengo que pensar qué hacer porque tampoco le veo caso a separarlo, ver todo lo que tenemos y decidir”, explica.
Lo que sí le queda muy claro es que dada la abundante oferta y la aparición de tantos géneros nuevos vivimos una verdadera época de oro del rock en México, si bien duda que todo ese talento pueda dar el salto a algo más grande. Justamente por eso le queda el mal sabor de boca de no haber conseguido un espacio más grande, de unos mil metros cuadrados, para competirle a la iniciativa privada y demostrar que la autogestión es posible a niveles mayores y no sólo en este espacio con un aforo de 300 espectadores.
“Me quedé con ese dolorcito. ¿Qué hubiera pasado con un Alicia de tamaño grande con un buen escenario, una buena fonoteca y biblioteca, una sala de video, un espacio para exposiciones? Es una pena que en una ciudad de 20 millones de habitantes una gran mayoría no tenga acceso a esa gran cantidad de artistas que no tienen dónde mostrar sus obras y van agarrando lo que les ofrecen.”
Hace también falta, piensa convencido, corregir los errores de la Ley de Espacios Culturales Independientes de la Ciudad de México, expedida hace poco más de dos años y que beneficia más a la iniciativa privada y a algunos artistas privilegiados, porque excluyó a los espacios culturales que venden alimentos o bebidas alcohólicas con los que hubo una suerte de “cacería de brujas”.
“Creo que antes de irnos, un jueves de enero voy a organizar una reunión con los diferentes espacios autogestivos que siguen abiertos, analizar qué podemos hacer para cambiar esto, todos van a decir lo mismo: que la ley se modifique para incluirnos, pues nos dejaron de lado. Los espacios estamos bien así como estamos, no necesitamos dinero, nada más que no nos jodan”, concluye.