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2022-12-30 06:00

Devoción por la Virgen de Juquila congrega y une a jornaleros de BC

Jornaleros agrícolas mixtecos devotos de la Virgen de Juquila festejaron el pasado 7 de diciembre la undécima celebración anual a su patrona en la localidad de Santa María Los Pinos, en San Quintín, Baja California.
Jornaleros agrícolas mixtecos devotos de la Virgen de Juquila festejaron el pasado 7 de diciembre la undécima celebración anual a su patrona en la localidad de Santa María Los Pinos, en San Quintín, Baja California. Foto Édgar Lima
Periódico La Jornada
viernes 30 de diciembre de 2022 , p. 31

San Quintín, BC., Santa María Los Pinos, mejor conocida como las casitas, es una colonia de jornaleros agrícolas. Sin drenaje, pavimento, ni agua, aquí viven decenas de mixtecos que migraron de Guerrero y Oaxaca, y con ellos trajeron a la península de Baja California su fervor por la Virgen de Juquila. Por sus polvorientas calles avanza la procesión cada diciembre desde hace 11 años.

La fe en la Virgen de Juquila, una pequeña figura morena de apenas 30 centímetros de altura, resiste los más de 3 mil 500 kilómetros de distancia –su santuario se encuentra en la costa de Oaxaca, en los límites con Guerrero–, que separan a quienes llegaron como jornaleros temporales al Valle de San Quintín y hoy son una mayoría que da identidad a la región.

Procesión, cohetes, música y ofrendas son parte de la celebración. La fiesta empieza el 7 de diciembre con la procesión y el baile de calenda; todavía no amanece el 8 de diciembre cuando Las Mañanitas sueñan con música de banda y ésta no cesará en todo el día.

Flores, cerveza y Coca-Cola para compartir llegan hasta la casa de Manuel Solano, autoridad comunitaria de esta colonia mixteca, en cuyo patio se improviso el altar.

Están, además de la feligresía local, invitados de otros poblados y colonias, quienes presentan sus respetos con su respectiva tanda de música de banda de viento. Llegan con una petición fervorosa o un agradecimiento a la patrona, cuyo vestido azul luce para la noche repleto de billetes prendados: de a 20, 100 o 500 pesos y algunos dólares.

Manuel Solano Ortiz es quien emigró a su “virgencita”, que impone y congrega sin importar sus dimensiones. Su devoción –platica– se inició en Metlatónoc, al lado de sus padres, en la Montaña Alta de Guerrero,“donde son muy devotos” y de cuyas celebraciones participaba de niño, danzando. “Llegué con la fe”, afirma al recordar su primer viaje a San Quintín, en 1997.

Él recibe las cervezas y los refrescos que se apilan en el patio. Los arreglos florales se van acumulando con las horas y para la noche el altar está repleto de flores y veladoras que alumbran la fría noche en San Quintín. Hubo misa al mediodía, pero el fervor se siente cuando los jornaleros empiezan a llegar y cada quien se acerca a la virgen con su petición y su respectivo billete.

El plato de fiesta para la ocasión es el mismo que en Metlatónoc: carne de cerdo en adobo. Pica, pero no hay frijoles o arroz “porque allá no se acompaña con nada; se come con tortillas”. Lo que sí hay es atole champurrado, mucha cerveza y refresco de cola.

Manuel tiene 53 años y conoció los surcos a los ocho, primero en Chihuahua, después en Morelos y Sinaloa, adonde sus padres iban cada año para cortar tomate y pepino. Ahí también conoció la discriminación, como en la ocasión en que“unas muchachas” de Sinaloa le pusieron pájaros muertos en su almuerzo y le amarraron los huaraches de hule.

A los 27 años se estableció en San Quintín con una esposa y varios hijos que “necesitaban ir a la escuela. No sólo estábamos ya muy lejos de nuestra casa, sentíamos que estábamos mejor”, dice Manuel, quien este diciembre entregó la mayordomía.

“Empecé poco a poco a celebrar y a venerar a la virgencita; también a traer nuestra cultura, costumbres, tradiciones, lenguas, danzas indígenas; poco a poco fui dando a conocer aquí. Antes las muchachas se avergonzaban de bailar como madrinas (en la fiesta de la virgen) o en cualquier danza, y ahorita todos participan muy entusiasmados”, relata mientras una de las bandas prodiga música y los devotos muestran su fervor.

Fue el primero de su familia en llegar a San Quintín. Hoy, jubilado por problemas de vista, reconoce que quisiera regresar a su tierra, donde la situación ha mejorado por los programas gubernamentales, pero es difícil porque tendría que empezar de cero y su rendimiento sería menor que hace años, y en San Quintín –a 300 kilómetros de la frontera con Estados Unidos– ya tiene su vida hecha, igual que algunos de sus hijos y nietos, quienes nacieron acá.

Extraña a sus padres, quienes ya dejaron de migrar, en un ciclo anual que empezaba en marzo para concluir unos días antes del 2 de noviembre. Mientras resuelve su dilema de volver o no a la tierra na savi con la “gente de la lluvia”, Manuel y su familia se esfuerzan por preservar la lengua, la historia y las creencias del pueblo mixteco de Guerrero.

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