Hay rostros inolvidables y cada quien tiene su propia galería de ellos. El del recio minero peruano Víctor Raúl Chanduvi Chávez, presidente de la Central Nacional de Mineros del Perú, creo que se quedará en la de muchos. Transido de dolor y de rabia denunciaba en un video subido a las redes sociales la masacre que tenía lugar en el distrito de Chala, sur de Perú. Sus rasgos indígenas se alteraban sin abandonar la expresión del hombre curtido por el frecuente riesgo mortal de su oficio cuando el llanto le ocluía la garganta. “En estos momentos, horas de la tarde, el ejército y la policía nacional han comenzado a asesinar a mis hermanos, por reclamar un derecho a unas nuevas elecciones, que cierren ese Congreso, nido de ratas, y que se haga una nueva Carta Magna: ese es el único delito que está cometiendo nuestro pueblo luchando en las calles. Y, ¿qué hace este gobierno traidor, asesino, genocida de Dina Boluarte, que ha vendido su alma al diablo por haber negociado con la derecha, y está mandando a policías y ejército a matar a mis hermanos, que solamente están reclamando, pacíficamente, en Chala. Mis hermanos mineros no son delincuentes, no somos terroristas. Escuchen, hijos de puta, somos hombres de trabajo. Si yo estuviera en estos momentos en Chala, juro por mi madre y por mis hijos que ya habría dado mi vida, pero yo me habría llevado a 10, 20 de ustedes, asesinos de mierda, a ustedes, que juraron defender a los ciudadanos, y los están asesinando…”
Cierto, como dice William Robinson: “El cuento del terrorismo sirve ahora para neutralizar a los movimientos populares, a sangre y fuego”. Terrorismo: el burro hablando de orejas.
¿Habrá que decir de qué lado están Víctor Raúl y decenas de miles de mineros, perseguidos y amenazados penalmente por el gobierno de Boluarte, que mantiene preso a Pedro Castillo, el presidente que ellos eligieron?
Me parece representativa de esa derecha a la que se refiere Víctor Raúl y en el vértice ideológico opuesto al suyo, la voz de Mario Vargas Llosa, que acusaba a Castillo de “analfabeto” y el peor presidente que ha tenido Perú. Para conjurar la ya larga crisis política, Vargas Llosa, que apoyó a la hija de Fujimori contra Castillo, confía al Congreso el regreso a la estabilidad, al gobierno de Boluarte la formación un gobierno de “ancha base” y al electorado le señala no volver a equivocarse en las próximas elecciones. Omite referirse a la mayoría popular, la base mayoritaria y siempre excluida, que hoy se manifiesta agraviada por el destino que la derecha le ha asignado al hombre con el cual se identificó para hacerlo llegar a la presidencia. La realidad que cimbra a Víctor Raúl le es –o la quiere pensar– ajena. Sin duda buen novelista, Vargas Llosa es un inexpugnable escribidor de pulsiones excremenciales cuando opina sobre política.
La derecha de la que es vocero Vargas Llosa nunca le perdonó al profesor de origen campesino haber sido elegido por ese pueblo despreciado, abusado, neocolonizado, sobrexplotado, que uno puede ver, por ejemplo, en el filme Canción sin nombre. Todo fue que pusiera en juego el voto y se aprestara a dárselo al candidato que sintió más cercano a sus intereses para producir, como en Bolivia con Evo, el resultado que tomó por sorpresa a la oligarquía local: un revés histórico del que decidió recuperarse a como diera lugar y en el menor tiempo posible.
Como dice Anahí Durán, quien fue ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables en el gobierno de Castillo: “Perú vive el colapso del régimen político impuesto por el autogolpe de Alberto Fujimori y renovado en la transición de 2001” (Clacso/ La Línea). Su secuela fue la descomunal práctica neoliberal y una semejante corrupción de la política. La socióloga peruana considera que Castillo atrajo a los sectores más excluidos y abrió un nuevo episodio en la crisis a la que no se le ve fin. Pero sufrió el asedio permanente de los grupos de poder atrincherados en el Parlamento en colusión con la fiscalía y los grandes medios de comunicación.
Así, al depuesto presidente de Perú Libre le fue imposible desarrollar su programa de gobierno. Pero dentro de lo poco que sí hizo fue redistribuir el poder (por primera vez los excluidos pudieron ver a los suyos en el aparato de gobierno hasta entonces vetado para ellos) y ampliar el contacto con el pueblo: “maestros, pueblos indígenas, sindicatos, mineros informales, cocaleros y toda la diversidad de ese Perú precarizado, informal y excluido”. Medidas que la oligarquía peruana percibió como peligro. Se prepara para neutralizarlo en 2023, pero no parece asumir la participación de un pueblo más politizado y con el antecedente de un gobierno que le fue escamoteado ( Cruce de palabras y también AstilleroInforma ).
Ni Perú ni otros países con gobiernos genuinamente populares podrán enfrentar con éxito a sus oligarquías y sus gobiernos, como ha señalado Ana Lucía Gazzola, ex directora del Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina, sin proyectos de integración entre ellos. Y de alianzas políticas polinacionales, agrego. Algo que el de México debiera plantear abiertamente. La experiencia peruana y las de otros países son muy claras en este sentido.