Cada año disminuye en forma alarmante la variedad de todos los seres vivos que existen en nuestro planeta. La causa principal: las actividades humanas vía la deforestación, los monocultivos intensivos, la urbanización; por la caza y la sobrepesca; la contaminación, la presencia de especies invasoras y el calentamiento global.
En diversas reuniones la comunidad de naciones ha exigido establecer políticas comunes a fin de reintegrar la naturaleza a la vida de las personas y así asegurar la enorme biodiversidad del planeta y evitar que en unas cuantas décadas haya un colapso con consecuencias enormes para la humanidad.
Fue en 1993 cuando la Organización de Naciones Unidas (ONU) logró establecer la Convención de Biodiversidad, de la que hacen parte la inmensa mayoría de los países. La tarea fundamental: sumar cada vez más áreas naturales protegidas y medidas que tengan como eje central la protección de la variedad de vida en todas sus formas. Esto significa garantizar la existencia de millones de especies animales y vegetales, su variación genética y la interacción de estas formas de vida dentro de los ecosistemas.
Hace tres años los científicos advirtieron que un millón de especies, de un estimado de 8 millones, corren peligro de desaparecer. Muchas de ellas en unas décadas. No faltan investigadores de prestigio que incluso señalan que vivimos en medio del sexto proceso de extinción masiva en la historia del planeta. Las anteriores de las que se tienen datos precisos aniquilaron entre 60 y 95 por ciento de todas las especies. Y advierten cómo los ecosistemas tardan millones de años en recuperarse.
Esos ecosistemas son esenciales para los seres humanos. Por ejemplo, las plantas convierten la energía del sol y la ponen a disposición de otras formas de vida. Las bacterias y otros organismos vivos descomponen la materia orgánica en nutrientes y así brindan a las plantas un suelo sano para crecer. Los polinizadores, con las abejas en primera línea, son fundamentales en la reproducción de las plantas, lo que da por fruto la producción de alimentos. Como los organismos vivos interactúan en ecosistemas dinámicos, la desaparición de una especie puede tener un gran impacto en la cadena alimentaria.
Agreguemos que las plantas y los océanos son grandes sumideros de carbono y que el ciclo del agua depende en muy buena parte de los organismos vivos. Y por si fuera poco todo lo anterior, ayuda a combatir el cambio climático, adaptarnos a él y reducir el impacto de los fenómenos naturales, como los huracanes.
Entre tantas malas noticias como ha habido este año, hay una alentadora: el lunes pasado los 196 países que tomaron parte en la decimoquinta Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad, celebrada en Montreal, Canadá, se comprometieron a proteger 30 por ciento de la superficie terrestre y marina antes de 2030 para preservar esa riqueza incalculable. El porcentaje actual es apenas de 17 por ciento de los ecosistemas terrestres y 10 por ciento de las áreas marinas bajo alguna figura formal de protección. También se acordó aumentar el apoyo financiero especialmente a los países en desarrollo y pequeños estados insulares para prevenir la pérdida futura de biodiversidad. Dicho apoyo asciende a 200 mil millones de dólares provenientes de recursos públicos y privados antes de que finalice esta década.
No sólo eso: los participantes pidieron eliminar los 500 mil millones de dólares en subsidios que podrían estar perjudicando a la naturaleza. Agreguemos compromisos para reducir lo más posible el riesgo de extinción de especies por malas prácticas agrícolas, la pesca, la gestión forestal y la acuicultura. Al respecto, se refiere la urgencia de disminuir al menos a la mitad el uso de plaguicidas muy peligrosos, controlar al máximo las especies invasoras y aminorar los efectos negativos del cambio climático.
México es megapotencia en biodiversidad. Pero ni las instancias oficiales ni la población hacen lo necesario para conservarla y acrecentarla. Al contrario, no hay día en que no se pierda algún componente de ese tesoro natural. Un ejemplo entre muchos: la vaquita marina. Treinta años de promesas incumplidas para garantizar su existencia. Y ya casi desaparece para siempre.