Uno de los huecos que habían quedado pendientes de exposiciones anteriores, el del carácter productivo, lo cubrí en la entrega anterior (16/12/22). Hoy abordo el otro hueco pendiente: el de la caracterología de Fromm (EF) en el proceso de socialización. Me baso en Psicosocionálisis del campesino mexicano (de EF y Michael Maccoby, MM), que tiene pequeñas diferencias con la presentación del mismo tema en Ética y psicoanálisis, de EF. EF y MM distinguen cuatro formas de relaciones interpersonales: 1) simbiótica; 2) lejanía-destructividad, 3) narcisismo, y 4) amor. Dentro de la relación simbiótica distinguen las fijaciones incestuosas. Relaciones simbióticas. La persona se relaciona con otras, pero pierde o nunca logra su independencia; evita el riesgo de la soledad volviéndose parte de otra persona, ya sea que la otra persona se lo ‘trague’ o ‘tragándose’ a la otra persona. En el primer caso es el masoquismo, el intento de despojarse del propio yo, escapar de la libertad y buscar la seguridad apegándose a otra persona. Algunas veces los impulsos masoquistas se mezclan con los sexuales y son placenteros ( perversión masoquista). En el segundo caso, el impulso de tragarse al otro es el sadismo. Todas las formas del impulso sádico se relacionan con el impulso por la omnipotencia, tener dominio completo de otra persona y hacer de ella un objeto indefenso de la propia voluntad. Está enraizada y es compensatoria de sentimientos profundos (con frecuencia inconscientes) de impotencia. Mientras la relación simbiótica es de cercanía y de intimidad con el objeto, a expensas de la libertad y la integridad, el 2° tipo relaciones es de distanciamiento y destructividad. El sentimiento de impotencia puede ser superado vía el distanciamiento del otro, al que se percibe como amenaza. El distanciamiento se vuelve la forma principal de relación con otros, una forma de relación negativa. Su equivalente emocional es el sentimiento de indiferencia hacia otros usualmente acompañado del sentimiento compensatorio de autoinflación. La destructividad es la forma extrema del distanciamiento. El impulso de destruir a otros se deriva del temor a ser destruido por ellos y del odio a la vida. La destructividad es la perversión del impulso por vivir; es la energía de la vida no vivida transformada en energía de destrucción de la vida. Otra forma de distanciamiento es el narcisismo, uno de los descubrimientos más fructíferos de Freud, señalan EF y MM, concepto que sintetizan así:
“El feto vive en un estado de narcisismo absoluto. Al nacer, dice Freud, ‘damos el paso de un narcisismo absoluto, autosuficiente, a la percepción de un mundo externo cambiante y al inicio del descubrimiento de objetos’. Pasan meses antes que el infante pueda incluso percibir objetos externos como parte del “no yo”. El narcisismo individual es moldeado como ‘amor a los objetos’ a través de los muchos golpes al narcisismo infantil causados por su familiaridad creciente con el mundo externo y sus leyes, es decir con lo inevitable. Pero Freud sostiene que ‘el ser humano sigue siendo narcisista incluso cuando ya ha encontrado objetos externos para su libido’. El desarrollo individual puede ser definido en términos de Freud como la evolución del narcisismo absoluto a la capacidad de razonamiento objetivo y amor al objeto. La persona ‘normal’, ‘madura’, es una persona cuyo narcisismo ha sido reducido al mínimo socialmente aceptable sin desaparecer completamente, lo que se confirma en la experiencia cotidiana. La obsesión narcisista se puede manifestar en la mujer que pasa horas ante el espejo, preocupada por su belleza, o en la persona hipocondríaca. En ambos casos, está la preocupación narcisista por sí misma, con muy poco interés en el mundo externo.
En contraste con las relaciones simbióticas, el distanciamiento, la destructividad y el narcisismo, el amor es la forma productiva de relacionarse con otros y con uno mismo. Implica responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento, y el deseo que la otra persona crezca y se desarrolle. Es la expresión de intimidad entre dos seres humanos bajo la condición de que ambos preserven su integridad. EF y MM añaden que otro elemento esencial para entender el carácter son las ligas incestuosas, especialmente la fijación incestuosa a la madre. La tendencia a quedarse ligado con la figura materna y sus equivalentes — sangre, familia, tribu— es inherente a todos los seres humanos. Está en constante conflicto con la tendencia opuesta, a nacer, crecer, progresar. En el caso del desarrollo normal, esta última tendencia gana. En el caso patológico, la tendencia regresiva de unión simbiótica gana y resulta en una incapacidad más o menos total de la persona. En la mayoría de la gente en la historia, la fijación incestuosa a la familia, tribu, nación, estado, iglesia, incluso cuando no es extrema, ha retenido considerable fuerza y es uno de los factores más importantes que operan contra la solidaridad humana, y una de las fuentes más profundas de odio, destructividad e irracionalidad. El equivalente patriarcal de fijación a la madre, la sumisión al padre, tiene efectos similares, pero al parecer la profundidad e intensidad de la fijación y temor a la madre son mayores. De hecho–añaden– hay muchas razones clínicas para suponer que la sumisión al padre es un intento de escapar de la regresión incestuosa. Muchos ritos de iniciación parecen buscar cortar o reducir las ligas a la madre, pero a costa de forjar nuevas ligas al padre o al grupo masculino. Concluyen señalando: “la concepción de Freud de los impulsos incestuosos que se encuentran en cualquier menor es correcta, pero el significado del concepto trasciende sus supuestos. Los deseos incestuosos no son primariamente deseos sexuales, sino que constituyen una de las más fundamentales tendencias humanas: el deseo de permanecer atado a una figura todo-protectora, el miedo a la libertad y el miedo a ser destruida por la madre, la misma figura que la ha convertido en indefensa”. Para comprender el sistema de carácter individual es necesario considerar las interrelaciones entre los modos de asimilación y socialización, la calidad de las ligas incestuosas y el grado de productividad. También es necesario diferenciar las mezclas de orientaciones no productivas entre sí y las mezclas de la orientación productiva con las no productivas. No hay personas cuya orientación sea enteramente productiva y tampoco que carezcan de toda productividad, pero los pesos relativos de las orientaciones productivas y no productivas en la estructura de carácter de la persona determinan la calidad de las orientaciones no productivas. La descripción antes presentada de las orientaciones no productivas (en esta entrega y la del 9/12/22) se suponía que éstas eran dominantes en la estructura de carácter de la persona, pero señalan que ello debe complementarse con la descripción de tales orientaciones en una estructura de carácter en la que domina la orientación productiva, pues las orientaciones no productivas pueden considerarse distorsiones de orientaciones que en sí mismas son una parte necesaria y normal del vivir. Todo ser humano, para sobrevivir, debe ser capaz de aceptar, tomar, guardar e intercambiar cosas. También debe aceptar la autoridad, guiar a otros, estar solo y hacerse valer. Sólo si su manera de adquirir cosas y relacionarse con los demás es esencialmente no productiva, las capacidades de aceptar, tomar, guardar e intercambiar se transforman en anhelos de recibir, explotar, acumular, o mercantilizarse como formas dominantes de adquirir. Las formas predominantes de relacionarse – lealtad, autoridad, justicia/rectitud– se transforman en sumisión, dominación, distanciamiento y destructividad, en personas predominantemente no productivas.