Las certezas de los intelectuales de élite son tales que los desvinculan de lo que sucede en este país. Al difundir sus alegatos, constantemente, caen en seguridades que sólo tienen concreción en sus múltiples obsesiones. Han pronosticado tantas y definitivas catástrofes con motivo de toda la conducción gubernamental que las han terminado por elevar a la categoría de verdades inapelables. Y ahí van, armados con ese montón de opiniones, como firmes supuestos, que pretenden hasta heredarlas a quien les preste oídos a sus discutibles ideas. Otear, con especial atención, los desfasados marcos teóricos que usan, una y otra vez, sin darse cuenta de que han sido rebasados, con amplitud, por el veloz trajín del quehacer actual. Han fincado mucho de sus trabajos en erosionar la imagen presidencial y, todavía, no se dan cuenta de su rotundo fracaso. Por ahora no les queda más que apuntar una enorme, insalvable, aseguran, diferencia entre esa narrativa y una sui generis versión de la realidad. Una realidad que siempre atisban en sentido contrario al dicho, la obra o la decisión oficial. Desean convencerse y convencer a sus cautivos oidores (lectores) de lo que llaman la curiosa y agresiva narrativa de López Obrador. Y la definen, una y otra vez, como una colección de patrañas o ataques a diestra y siniestra. Citan así piezas de un discurso que se ha ido desenvolviendo en el tiempo, principalmente durante las mañaneras.
Y ahí van de salón en salón, de escenario en entrevistas, en medio de peroratas radiofónicas y mesas redondas, en mutuas alocuciones sobre sí mismos y su imperecedera obra. Siempre empeñados en desentrañar el oscuro y nefasto futuro que le aguarda a la Cuarta Transformación. Aunque, hasta el presente día, sólo se aventuren a señalar que lo que aguarda después es incierto. Y lo es, según sus bolas de humo, porque, para ellos, nada está claro todavía. Los casi dos años que restan a la presente administración y los seis venideros –afirman titubeantes– ocultan tendencias, por el momento, indescifrables. También han centrado sus ataques en predicar, desde sus muchos como elevados pulpitos, que AMLO y acólitos, insisten en colonizar o desmantelar las instituciones. Una práctica a la que, con constancia y hasta eficacia comprobada, contribuyeron durante pasados regímenes concentradores. Y, por senderos parecidos a los mencionados discurren estos intelectuales de las élites locales. Su cotidianidad está conformada por críticas a todos los tópicos, acciones o anuncios presidenciales. No han tenido la paciencia y dedicado el tiempo suficiente a estudiar los datos que, como cuentas de rosarios, se comunican con frecuencia.
Siguen empeñados en sentenciar el fracaso de la estrategia de seguridad y en destacar los efectos que éste tendrá en las elecciones venideras. No reconocen la consistente baja –10.6 por ciento menos– en homicidios desde el inicio de este sexenio. Citan, en su auxilio, los miles de muertos y desaparecidos que, en efecto son tales. Tampoco pueden descubrir en las mayorías nacionales los muchos o pocos efectos de la violencia. Bien se sabe ahora lo concentrado de este mal en ciertas regiones y alejado de la cotidianidad de otros muchos, en efecto, muchos otros.
Las predicciones de los opinadores especializados se han centrado en calificar la incomprensión y mal manejo presidencial de la economía como un obstáculo para la continuidad del proyecto transformador. Es claro que minimizan, y hasta soslayan, el crecimiento del producto interno bruto de 3.5 por ciento para este año que termina. Estos dos aspectos, seguridad y economía, forman los pilares estructurales de la esparcida y empecinada crítica de esos intelectuales, ahora justamente catalogados como orgánicos del pasado. Surgen, a continuación, los vaticinios que se regodean en creer: serán los inconmensurables déficits estructurales que mañana les caerán encima.
Por ahora se reincide en condenar –desde cerradas visiones ilustradas– la pésima y disparatada conducción de las relaciones externas. El caso Perú les da el motivo y la oportunidad para las condenas al calce. Exigen apego a la Constitución de ese país que permite al Congreso destituir al presidente. Eso es cierto, ahí está mal escrito en un párrafo pergeñado muy al principio de ese gobierno. Pero olímpicamente ignoran el medio millar de concesiones que deberán ser renovadas, de inmediato, por otros 50 años. Cruciales concesiones mineras y de energía, pilares para la soberana independencia peruana. Todas ellas bajo uso y nerviosa custodia externa. A eso se debe el golpe dado con instantáneo respaldo externo (Estados Unidos). Poco importarán las masas callejeras o las decenas de muertos. Es por esta y otras razones democráticas que López Obrador impuso una pausa ante la avalancha de fulgurantes reconocimientos, torpes unos e interesados otros.