“Lo más difícil de esculpir en el mundo es una duna de arena, porque la esculpe el aire, el viento, el agua, el animal que pasa; y lo que estás tratando de esculpir aquí es eso. Es una vida, que es una duna”, dice Guillermo del Toro a Alejandro González Inárritu sobre su película Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades en una conversación que Netflix, productora de los títulos más recientes de ambos cineastas, subió a su canal de YouTube.
González Inárritu, coincidiendo con la metáfora de Del Toro, agrega: “para mí Bardo es un paseo por la conciencia, el subconsciente, por las memorias y los sueños de Silverio Gama”, señala. “Los sueños no tienen tiempo. La razón no tiene lugar en el sueño; y esta película siempre la concebí como un viaje entre la realidad y el sueño”, agrega más adelante.
El director de Bardo también ve en su obra una manera de cuestionar la realidad. “Nuestra vida es una ficción, pero cuando tú cuestionas eso se muere parte de ti, se mueren una serie de creencias políticas, ideológicas, religiosas”, sostiene. Silverio, interpretado por Daniel Giménez Cacho, se encuentra en medio de ese proceso, como una suerte de trasunto del propio Alejandro.
“Los que hemos emigrado, o dejado nuestros países, más allá del éxito o fracaso, de la experiencia y del estatus que se tenga, todos compartimos una inexplicable sentimiento de fractura que de alguna forma hace que nos identifiquemos unos con los otros; que nos da pertenencia y nos da un poder colectivo”, refiere el director que desde Amores perros no había hecho una película en México.
Por lo que plantea y cómo está contada Bardo, Del Toro considera que Iñárritu ha atravesado un camino necesario hasta ella. “Hay tres cosas que son la sabiduría que llega más tarde en la narrativa, que es: el flujo, el ritmo y el tono; son las tres cosas que empiezas a controlar después de tu tercer década de trabajo”, le indica el director de Pinocho. Pero para el tapatío eso es independiente del éxito. “Yo creo que no es tener mucho, sino no necesitar nada”, señala.
“El éxito siempre me ha causado mucha sospecha, porque mi padre tuvo una relación muy complicada con él”, confiesa Inárritu. Bardo es probablemente la película más personal del director. Su Silverio, igual que él, se hace cuestionamientos íntimos sobre la identidad, el éxito, la mortalidad, la historia de México y los lazos familiares.