Fue lo que le ocurrió al Partido Demócrata cuando celebraba el triunfo de su candidato en Georgia, con lo que sumarían 51 votos, suficientes para ostentar la mayoría en el Senado. La situación cambió cuando la legisladora demócrata por Arizona, Krysten Sinema, anunció su decisión de abandonar esas filas y declararse “independiente”, a sabiendas de que en la próxima elección primaria no tendría ninguna oportunidad de ganar nuevamente la candidatura. Lo que desde la distancia se pudiera percibir como un golpe bajo a esa bancada, en realidad no hace sino confirmar algo que sucedía desde hace tiempo. No obstante haber votado 90 por ciento de veces con los demócratas, se alió con el Partido Republicano, cuando su sufragio fue decisivo para coartar algunas iniciativas del presidente Joe Biden, como el paquete de auxilio económico, el de infraestructura o el de aumento al salario mínimo. En sincronía con el también demócrata Joe Manchin, votó en contra de sus compañeros de partido y a favor de los republicanos para lograr concesiones que en última instancia favorecieron sus intereses políticos particulares.
Lo relevante de este episodio es la forma en que estas actitudes han empezado a configurar un panorama político que con el tiempo pudieran llegar a cambiar la correlación de fuerza en el Senado y la Cámara de Representantes: el surgimiento de un sector independiente que abra la puerta a una serie de alianzas al margen de los designios partidistas, muy diferente al que hasta ahora prevalece en ambos recintos legislativos (Brooks, diciembre 9 en PBS). Pensando positivamente, tal vez la diferencia estaría en que la honestidad de legisladores “independientes”, como ha sido el caso del de Vermont, Bernie Sanders, o la de republicana por Alaska, Lisa Murkowski, que en más de una ocasión apoyó las iniciativas de Biden por considerar que beneficiaban a la nación en su conjunto. Parece aún lejana la conformación de una corriente con esas características, particularmente en un ambiente tan polarizado como el actual. Pero lo cierto es que, producto de eso, cada vez más electores hastiados de la mezquindad y banalidad que ha caracterizado a la política en los últimos años, han dado la espalda a candidatos de uno u otro partido. Por eso, no es extraño que en elecciones recientes hayan surgido con mayores posibilidades de triunfo los candidatos “independientes”. Los electores, sin dejar de lado sus convicciones ideológicas, han entendido que existe un margen para la lucha política en la que no necesariamente se ofenda o lastime a los oponentes.
En este contexto, conscientes del hartazgo del electorado, algunos legisladores han expresado la necesidad de realizar esfuerzos para “que los asuntos se resuelvan con buena disposición para que no se pudran o causen lagunas en la administración del gobierno”. Así lo expresó el domingo pasado en el programa Meet the Press el senador demócrata Jon Tester, de Montana. De hecho, un sinnúmero de iniciativas han sido aprobadas con el voto de ambos partidos. Pero sin quitar un ápice de razón a la buena disposición de Tester y algunos de sus compañeros legisladores, lo cierto es que en asuntos relevantes como el aumento salarial, la protección del medio ambiente, la distribución más equilibrada de la riqueza o recientemente la aprobación el incremento del techo de la deuda para evitar que el gobierno se declare insolvente en sus compromisos crediticios, la votación ha sido tortuosa por la incapacidad de los legisladores de uno y otro partido de llegar a acuerdos. Son asuntos trascendentales que no se han resuelto mediante la buena voluntad de ambas bancadas. De hecho, las discrepancias ocasionaron la crisis que impactó la confianza que la sociedad tiene en el Poder Legislativo, el Ejecutivo y hasta en la Suprema Corte, según han demostrado sendas encuestas. En el último de los caso lo que está de por medio son los principios de uno u otro partido frente a sus electores, las obligaciones del gobierno y el interés de las mayorías.