En los países de la OCDE, sobre todo en el grupo de los más ricos del mundo, se observa una condición de apocada expansión económica. Los registros anuales de la tasa de crecimiento del producto interno bruto en los pasados 20 años indican la tendencia descendente registrada desde los inicios de 1960. El crecimiento del PIB se ubica en torno a 2 por ciento anual y, además, este periodo reciente está marcado por la severa crisis financiera de 2008 y la contracción derivada de la pandemia en 2020.
Las previsiones de crecimiento productivo global para el cierre de 2022 están al nivel de antes de la pandemia, sobre 3 por ciento, pero se reducen a 2 por ciento en 2023. Al mismo tiempo, la inflación se ha convertido en el elemento clave del escenario económico y, aunque recientemente se ha registrado alguna reducción, sigue siendo el elemento que define las políticas monetarias y se expresa en alzas de las tasas de interés, con el efecto recesivo que eso tiende a provocar.
Hay dos aspectos relevantes del complejo entorno económico actual. Uno de ellos es ya de largo plazo, y tiene que ver con el proceso de creciente relevancia del sector financiero respecto de la economía en su conjunto y que se asocia con el sesgo anti-productivo y que favorece a la especulación. Este fenómeno es, tal vez, uno de los más notorios en el desenvolvimiento del capitalismo en lo que va de este siglo; sus consecuencias se expresan de maneras muy diversas en la actividad productiva, el financiamiento, el empleo y la distribución del ingreso.
El otro se deriva de aquel y se manifiesta en la respuesta a las crisis financieras como la de 2008 y la enorme expansión monetaria creada por la Reserva Federal y, en menor medida, por el Banco Central Europeo. Así, se generó un largo periodo, de más de un decenio, de tasas de interés a un nivel de prácticamente cero. Esto constituye una anomalía en una economía de mercado en la que el dinero es la referencia esencial. Las distorsiones que esto generó, derivadas en buena medida del impacto en el precio del crédito han sido decisivas y, ahora que las tasas suben, todo esto deriva en un esperado periodo recesivo que se viene anunciando hace varios meses.
Se ha estimado que, a fines de esta década, el crecimiento del PIB por habitante en la mediana de los países más ricos será del orden de apenas 1.5 por ciento anual, en algunos podría ser de cero. Inflación y poco crecimiento son una combinación perversa. Las tasas de interés seguirán creciendo, como lo ha anunciado el presidente de la Reserva Federal hace apenas unos días y como ha afirmado también la Junta de Gobierno de Banxico.
Esto se ha ido asentando en lo que se considera como un sesgo contrario al crecimiento inherente en las políticas públicas en muchos países. De ahí se ha recuperado la discusión acerca del sentido de la austeridad en términos políticos y sus repercusiones sociales. En un reciente estudio publicado por Clara Mattei, titulado El orden del capital se trata del origen de la austeridad como una forma de protección del capital (e incluso del capitalismo) en las épocas de agitación social. Ese escenario se está dando de modo más evidente hoy en muchas partes.
La tendencia a un débil crecimiento tiene que ver con distintos procesos que están en curso, y que no se han integrado de modo funcional en las visiones políticas de los gobiernos. Uno de ellos es el hecho de que un número mayor de la población ocupada trabaja en áreas en las que las ganancias de la productividad son limitadas, lo que repercute de modo adverso en los niveles generales de bienestar. Esto se asocia con el funcionamiento de los sistemas de salud, con las pautas del retiro y la exigencia de fondos para pagar las pensiones. El financiamiento requiere de recursos que provienen de los impuestos, deuda o recortes del gasto en otras áreas.
Hay derivaciones que se expresan en las tendencias que hoy se observan en un sector muy relevante que es la construcción de vivienda. El número de casas construidas anualmente tiende a caer y se distorsiona la relación entre una creciente demanda y una oferta contenida.
En Estados Unidos, según un reciente artículo en The Economist, el gobierno asume cada vez mayores pasivos contingentes, entre ellos: los seguros de depósitos bancarios, la condonación de la deuda de préstamos a estudiantes; respaldos a la operación de aeropuertos o carreteras. Estiman que este tipo de pasivos tan extendidos pueden valer el equivalente de más de seis veces el PIB. Algo similar, aunque en menor proporción, ocurre en Europa.
Los altos niveles de endeudamiento limitan la capacidad de maniobra de las políticas públicas. A eso se añade el alza significativa del nivel de la deuda privada que se estima ha crecido unos 30 puntos porcentuales del PIB desde el año 2000 en los países del G-7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Estados Unidos y Japón). Con altos niveles de deuda, la generación de liquidez en las economías es cada vez más relevante. De tal manera, según lo plantea la revista inglesa, los gobiernos tienden a intervenir a cada paso cuando algo ocurre, tratando de sostener el proceso y trasladando los costos al futuro.