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Opinión

2022-12-15 10:12

Transformaciones en los movimientos rurales / Víctor M. Quintana S.

Una mujer en un cultivo de nopal en la alcaldía Milpa Alta, en la Ciudad de México.
Una mujer en un cultivo de nopal en la alcaldía Milpa Alta, en la Ciudad de México. Foto Cristina Rodríguez / Archivo

El campo mexicano sufre una acelerada y diversa transformación por los impactos de la crisis civilizatoria planetaria en sus vertientes climática, de violencias, migratoria, ambiental, de relaciones sociales y crisis de referentes ético-culturales.

El Movimiento Campesino –con mayúsculas– como actor colectivo, con unidad de organización, acción y proyecto ya no existe así. Hay factores exógenos y endógenos que afectan profundamente la emergencia de movimientos rurales, en sus actores, demandas, formas de organización, de acción, adversarios y alianzas.

El extractivismo capitalista propicia la apropiación de territorios y recursos naturales de pueblos originarios y comunidades campesinas; la sobrexplotación de aguas, bosques, suelos, pastizales. La agricultura y ganadería industriales con el uso intensivo de agroquímicos contaminan tierras, cuerpos de agua, alimentos. Se implantan megaproyectos privados y públicos de minería a cielo abierto, turismo, transporte, conducción de energéticos que lesionan territorios y naturaleza.

Los criminales afectan a las zonas rurales controlando territorios, cobrando derechos de piso y de paso; reclutando forzadamente a jóvenes para el cultivo de enervantes y el sicariato, talando e incendiando bosques, asesinando y desapareciendo dirigentes comunitarios y desplazando comunidades enteras.

También se transforman las relaciones del Estado con los actores sociales: rechazo del gobierno federal a tratar con organizaciones rurales y preferencia por la relación directa con los productores; debilidad de las representaciones locales de las dependencias federales, atención preferente a comunidades campesinas e indígenas del nivel de autosubsistencia, de las regiones centro, sur y sureste del país.

Las organizaciones campesinas se han debilitado por la reticencia federal a considerarlas interlocutoras y canalizadoras de recursos. La incorporación a los gobiernos federal y estatales de numerosos dirigentes de las organizaciones y un cierto “estado de gracia” de dichos gobiernos inhiben las movilizaciones para no favorecer a los adversarios de éstos.

El gobierno de la 4T ha tenido avances en el sentido de las demandas históricas de los movimientos campesinos e indígenas, como los programas de Producción para el Bienestar, dotación de fertilizantes, la prohibición de agroquímicos tóxicos y maíz transgénico. Esta respuesta, así sea limitada, ha bajado la presión social en algunos sectores y disminuye las bases sociales para una movilización nacional unitaria.

En este contexto, son indudablemente los movimientos de base comunitaria, indígenas y campesinos los que se mantienen más dinámicos y en una resistencia continua contra las empresas extractivistas y contra los megaproyectos privados y del gobierno: las comunidades de Oaxaca, contra los parques eólicos y el Transístmico; los pueblos mayas de Yucatán contra la expansión de granjas porcícolas y el llamado Tren Maya; los movimientos por defender el agua, desde los pueblos nahuas de Puebla, los comuneros de Xochimilco, hasta los yaquis de Loma de Bácum o los agricultores del norte de Chihuahua; por todo el país florecen resistencias contra la minería a cielo abierto o contra proyectos de represas como La Parota, en Guerrero; los pueblos como los wixárikas y los rarámuris defienden sus territorios y áreas sagradas… y un gigantesco e injusto etcétera. Muchas de estas comunidades desarrollan la agroecología, la economía social y solidaria, y el rescate y enriquecimiento de su cultura.

Pero también hay un sector de productores pequeños, principalmente en el norte del país, inconformes con las políticas actuales de la 4T: caficultores, productores de maíz y de frijol de temporal, con superficies mayores a 20 hectáreas, productores afectados por la sobreconcesión de aguas subterráneas, por el alza de los costos de producción, sobre todo de los fertilizantes, maquinaria y equipo, por la ausencia de créditos. Se han expresado regionalmente, dada la debilidad de sus referentes nacionales.

Hay también acciones de grupos de presión de grandes empresas, agricultores ricos y medios que defienden su estatus económico-productivo o que sienten son despojados por la 4T de derechos adquiridos. Por ejemplo: el movimiento de las clases medias rurales del centro-sur de Chihuahua contra la extracción del agua de la presa La Boquilla o los recursos legales interpuestos por algunos organismos empresariales del sector agropecuario, contra la libre importación productos alimentarios contemplados en el Paquete contra la Inflación y la Carestía (Pacic). Estos sectores pueden ser la base social de movilizaciones y propuestas políticas desde la derecha. No hay que menospreciar su capacidad de crecimiento y de impacto político, como ha sucedido en otras partes, por ejemplo, en Argentina.

Esto demuestra el enfrentamiento en los hechos de dos visiones opuestas, dos proyectos de campo y de alimentación, de sociedad y de cultura en el país: uno, insostenible, que es la continuidad del proyecto neoliberal, productivista, extractivista, intensivo en agroquímicos, muy dirigido a la exportación, en manos de productores ricos y de grandes empresas, y otro, de verdadero futuro, busca la sostenibilidad, la soberanía alimentaria, el cuidado de la naturaleza y de las comunidades en un marco de convivialidad, diversidad y del buen vivir. Entre ellos están los productores pobres y medios que sobreviven en el primero, pero no adoptan el segundo, a los que habría que apoyar para que sean viables.

Es necesario el diálogo para transitar hacia un modelo sostenible de agricultura y alimentación lo más incluyente posible. Por lo pronto, en estas coordenadas creemos se van a dar los movimientos rurales del futuro inmediato.

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